Soboleva no ofrece respuestas, sino puertas abiertas a las zonas más oscuras de la experiencia humana, donde la belleza y el miedo conviven, como dos verdades inseparables.
El mundo interior oculto en las obras de Julia Soboleva. La artista letona-británica construye mundos suspendidos entre la pintura, el collage y la fotografía de archivo, donde cada imagen parece surgir de un ritual de evocación y no de un simple gesto artístico. Su imaginería es densa, estratificada y cargada de símbolos y atmósferas góticas que hablan de pertenencia, pérdida y renacimiento.




Esta sensación de desplazamiento se convierte en la clave de su obra: en sus collages pictóricos reconocemos rostros que no encuentran lugar, figuras fragmentadas e imágenes de archivo que parecen surgir de un pasado incierto tanto colectivo como personal. Cada pieza se convierte en un pequeño ritual, un intento de dar forma visual a lo que permanece cuando la memoria se desvanece.
El trasfondo biográfico es clave para entender su obra. Nacida y criada en una Letonia marcada por el pasado soviético, creció sin sentirse del todo en un lugar propio. Como miembro de la minoría rusa del país, su familia fue despojada de la ciudadanía letona cuando el país recuperó la independencia. Aquella vivencia de desarraigo, idioma y pertenencia permea silenciosamente su trabajo. Al emigrar al Reino Unido con solo dieciocho años, esa sensación de desplazamiento se intensificó, convirtiéndose en un impulso creativo.

Soboleva experimentó de primera mano el sentimiento de desarraigo que acompaña a quienes navegan entre lenguas y culturas.
Julia Soboleva nació en Jelgava, una ciudad en el centro de Letonia, en 1990, unos meses después de la caída de la Unión Soviética. A su familia, formada por inmigrantes rusos, bielorusos y polacos, les dieron pasaportes extranjeros y les abandonaron a su suerte, teniéndose que adaptar a la incertidumbre de la situación bajo un nuevo gobierno. Un sistema que había durado setenta años, se derrumbó y dejó a tres generaciones en el limbo.
«Yo crecí en ese contexto, inmersa en una minoría, entre dos idiomas y dos culturas, luchando por encontrar el lugar al que pertenecía. Me crió mi abuela, y mis dos padres formaron otras familias, lo cual también hizo plantearme la idea del hogar y el apego desde muy pequeña», cuenta Julia acerca de sus recuerdos de infancia.
En este contexto de supervivencia post-soviética, el cuidado de la salud mental de los habitantes desconcertados, deprimidos y ansiosos por las circunstancias, brillaba por su ausencia. Según nos cuenta Julia, «no eran cosas ‘reales’ y se veían más como defectos de carácter, por lo que para mí era una doble lucha: lidiar con los efectos de los problemas mentales y, a la vez, tratar de ocultarlos».



Por eso, en sus obras aparecen los temas de la familia, el tabú y el trauma transgeneracional. Soboleva utiliza la imagen encontrada, como si en la memoria ajena pudiera rastrear ecos de la propia. Sus collages y pinturas transforman lo ordinario en algo inquietante, como si cada fotografía escondiera un relato nunca contado.
Su proceso es instintivo y casi arqueológico: Soboleva parte de materiales encontrados fotografías antiguas, recortes anónimos, papeles olvidados que transforma en superficies narrativas, mezclando pintura con intervenciones manuales. Como un descubrimiento lento, capa tras capa, saca a la luz una realidad interior hecha de recuerdos y presencias, de cuerpos suspendidos entre lo visible y lo inconsciente.




En sus obras, la dimensión espiritual se entrelaza con la psicológica. Un universo íntimo e inquietante, donde la fragilidad se convierte en lenguaje de una búsqueda que no teme la sombra, que abraza la imperfección y la distancia como materia poética. Mirar sus obras es aceptar perderse por un instante en un “otro lugar” que habla (también) de nosotros.
Para más información sobre Julia Soboleva
El mundo interior oculto en las obras de Julia Soboleva. Por John Headhunter

