Una nueva perspectiva del feminismo en el arte.
Tuija Lindström: «La irrupción de una mirada incómoda». La historia del arte contemporáneo está marcada por figuras que, más allá de la técnica, han sabido cuestionar los códigos culturales que sostienen la representación visual. Tuija Lindström, nacida en 1950, se inscribe en esa genealogía de artistas que desestabilizan lo establecido.
Su llegada a la Universidad de Gotemburgo en 1992 como primera profesora de fotografía no fue solo un logro institucional: significó la apertura de un espacio académico para la investigación y el desarrollo de la fotografía como disciplina crítica. En un contexto donde la mirada masculina había monopolizado la representación del cuerpo femenino, Lindström propuso un giro radical: el derecho de las mujeres a narrar sus propios cuerpos, sus deseos y sus contradicciones.

Su proyecto más célebre, Girls at Bull’s Pond, realizado a comienzos de los años noventa, se convirtió en un manifiesto visual. Las imágenes en blanco y negro de mujeres desnudas flotando en una charca no buscaban la complacencia estética ni la sensualidad convencional.
Eran cuerpos suspendidos, vulnerables y poderosos a la vez, que desafiaban la mirada normativa.


Lindström sabía que la reacción sería incómoda: “Mucha gente no entiende lo que quiero transmitir con mis imágenes y muchos reaccionan con actitudes homófobas o mostrando miedo hacia la sexualidad femenina”, declaró. Esa incomodidad era, precisamente, el núcleo de su propuesta: obligar al espectador a confrontar sus prejuicios.
Feminismo y fotografía: un lenguaje de resistencia.
La fotografía feminista, en la que Lindström se erige como pionera en Suecia, no se limita a documentar paisajes o retratos. Se trata de un lenguaje de resistencia que cuestiona las estructuras de poder inscritas en la imagen. En este sentido, Lindström se distancia de la tradición documental que busca capturar la realidad objetiva. Sus imágenes son construcciones simbólicas que interpelan al espectador y lo obligan a reconocer la dimensión política de la representación.

El feminismo en su obra no es un adorno temático, sino un principio estructural. Al fotografiar cuerpos femeninos desde una perspectiva propia, Lindström rompe con la lógica de la objetificación. Sus desnudos no son objetos de deseo, sino sujetos de experiencia. La charca de Girls at Bull’s Pond se convierte en un espacio liminal, un territorio donde las mujeres flotan fuera de las coordenadas habituales de la representación. Allí no hay poses complacientes ni narrativas de sumisión: hay cuerpos que reclaman su derecho a existir en su propia ambigüedad.
Además, su labor como profesora consolidó un marco institucional para que otras fotógrafas pudieran investigar y desarrollar proyectos con una base crítica. Lindström no solo produjo imágenes, sino que abrió caminos. Su insistencia en que la fotografía debía ser un campo de reflexión y no solo de técnica permitió que nuevas generaciones de artistas suecas y europeas encontraran un espacio legítimo para explorar la relación entre género, poder y representación.

El legado de una mirada radical.
El impacto de Tuija Lindström no puede medirse únicamente en términos estéticos. Su obra es un gesto político que cuestiona la distribución del poder en el arte. Al preguntarse por qué las mujeres no pueden fotografiar sus propios cuerpos, Lindström expone la raíz de una desigualdad histórica: la exclusión de las mujeres de la autoría visual. Su pregunta es, en realidad, una acusación contra siglos de monopolio masculino en la representación del cuerpo femenino.
Hoy, su legado se percibe en la multiplicidad de voces que han seguido su camino. Fotógrafas contemporáneas que exploran la sexualidad, la identidad y la vulnerabilidad encuentran en Lindström una precursora que legitimó la incomodidad como estrategia estética. Su obra nos recuerda que el feminismo en el arte no es una moda ni un gesto superficial, sino una transformación profunda de los códigos de representación.



La radicalidad de Lindström reside en haber convertido la fotografía en un espacio de disputa simbólica. Sus imágenes no buscan agradar, sino provocar. No ofrecen respuestas fáciles, sino preguntas que incomodan. En un mundo donde la imagen se consume de manera rápida y superficial, su trabajo exige una pausa, una reflexión sobre lo que significa mirar y ser mirado.

En definitiva, Tuija Lindström nos enseñó que el arte puede ser un campo de resistencia y que la fotografía, lejos de ser un espejo pasivo de la realidad, puede convertirse en un arma crítica. Su obra es un recordatorio de que la mirada femenina no necesita pedir permiso para existir. Al contrario, tiene el poder de desestabilizar, cuestionar y transformar. Y en esa capacidad de incomodar reside su verdadera fuerza.
Para más información: tuijalindstrom.org
Tuija Lindström: «La irrupción de una mirada incómoda». Por Mónica Cascanueces.

