La regla crítica: Malvado permanente. En un libro de curiosidades e intimidades de la historia leí que un afamado filósofo, cuyo nombre me importa un carajo, sostenía que si la decapitación bicéfala sustituyese a la individual se garantizaría con más eficacia la existencia de un Estado vigilante y éste reduciría en gran medida la comisión de determinados delitos.
Una vez sentenciado, el descabezamiento se ejecutaría sobre el condenado y sobre alguno de sus seres más queridos, a su libre elección, y cada uno de ellos podría escoger el arma empleada entre las dos únicas posibles, el hacha o la espada.
“En el caso de que un penado no ejercite su derecho a elegir el ser querido que ha de ser degollado por su error, el Estado será quien decida, teniendo preferencia en cualquier caso la sucesión de grados en línea recta, ascendente primero y descendente después”, leí, y pensé: Joder, por su culpa, por su puta culpa, por su gran culpa.
“Normalmente, el ser humano suele proteger la vida de sus allegados con más devoción que la de ellos mismos”, seguí leyendo, “y es por ello que las personas serían mucho más consecuentes con las consecuencias que sobrellevarían sus nefastas acciones, se responsabilizarían hasta límites desconocidos y serían más conscientes con el devenir de sus propias conciencias”.
Yo me quedé anclado en mí mismo al leer tales afirmaciones, sin poder pasar página, sentado en el vado permanente que se reserva a los malvados y pensando que lo que más me gusta de ellos son esas miradas que me recuerdan el asco que me dan, sin poder respirar ni encender un cigarrillo siquiera.
¿Por qué? ¡Si el final es el previsto en cualquiera de los casos! ¿Por qué? ¿Por qué reducir al máximo la posibilidad de elegir a tu verdugo? ¿Por qué privar al condenado de su libertad de decisión? ¿Por qué no se contempla la alternativa de una katana, o de un sable, o de un machete, o de una cuchilla, o de una guadaña? ¿Qué necesidad hay de ensañarse de tal manera?
“Además, la implantación de un sistema de estas características supondría que cualquier persona dispondría de todos los medios que tuviera a su alcance para evitar el fatídico desenlace de su cabeza cercenada, y no por un lógico afán educativo, sino que lo harían por un evidente interés propio”.
Malvado permanente. La regla crítica por Carlos Penas

