Entre la carne y la imagen: la fisicalidad como exceso
Lilia Li Mi Yan: «Náusea». El libro de la fotógrafa rusa Lilia Li-Mi-Yan, editado por Dienacht Publishing bajo la mirada de Calin Kruse, se presenta como un territorio incómodo, un espacio donde la fisicalidad se desborda y los objetos parciales se convierten en protagonistas de una narrativa visual que rehúye la digestión conceptual.
La náusea, entendida como reacción del organismo ante lo que ha absorbido en exceso, se convierte aquí en metáfora de la experiencia estética: lo que se traga se divide, pero no se digiere. El ojo, receptor de fragmentos, se enfrenta a un mundo que se ofrece en partes identificables pero imposibles de integrar en una totalidad coherente.

La obra recuerda a un cruce improbable entre las esculturas de Robert Gober y las pinturas de Francis Bacon: un encuentro carnal, grotesco y accidental que da lugar a un aborto espontáneo y, sin embargo, a la resurrección de un cadáver gentil. Esa imagen inicial, brutal y poética, marca el tono del libro: lo que se muestra no es la belleza del cuerpo, sino su resistencia, su aspereza, su incapacidad de ser reducido a un concepto limpio. Li-Mi-Yan trabaja con rimas táctiles, con texturas que parecen hablar más que las formas mismas. Cada grieta es una cicatriz, cada líquido parece provenir del cuerpo, cada superficie arrugada se convierte en testimonio de lo que no puede ser silenciado.
La fisicalidad en Náusea no es un simple tema: es el método mismo de la obra. El cuerpo se extiende más allá del sujeto, coloniza los objetos, impregna las estructuras visibles con afectos humanos. La fotografía se convierte en un dispositivo para escuchar esa expansión, para registrar cómo lo humano se filtra en lo material y lo transforma en signo.

El trauma como lenguaje: ecos de Sartre
La referencia a Sartre es inevitable. En La náusea, el filósofo francés describe la experiencia de sentirse arrojado al mundo, de percibir la existencia como un exceso que desborda cualquier intento de racionalización. Li-Mi-Yan retoma esa idea y la traduce en imágenes que hacen del trauma un lenguaje. Según Sartre, sentimos nuestro cuerpo solo a través del trauma; en la obra de Li-Mi-Yan, esa premisa se convierte en principio estético: solo lo que es áspero, erizado, arrugado y roto habla.
La fotografía aquí no es contemplación, sino señal de salida. Cada imagen funciona como un impulso hacia la cognición, como un recordatorio de que el cuerpo habla en sus fallas, en sus desgastes, en sus fracturas. La náusea, entonces, no es solo malestar: es método de escucha. Es la manera en que el organismo obliga a la conciencia a atender lo que normalmente se oculta bajo la superficie.


Li-Mi-Yan construye un archivo de lo indigerible. Sus imágenes no buscan la armonía ni la resolución, sino la persistencia de lo que incomoda. En este sentido, la obra se sitúa en la tradición de un arte que entiende la estética como confrontación: Bacon con sus figuras deformadas, Gober con sus esculturas perturbadoras, y ahora Li-Mi-Yan con sus fotografías que parecen insistir en que lo humano solo se revela en el exceso, en la imposibilidad de ser digerido.
El trauma, lejos de ser un accidente, se convierte en condición de posibilidad de la experiencia estética. La náusea es la señal que impulsa a nombrar, a reconocer, a dar forma a lo que de otro modo permanecería mudo.

Lo que quiere ser nombrado: la poética de lo indigerible
El ensayo visual de Li-Mi-Yan culmina en una paradoja: lo que no puede ser digerido exige ser nombrado. La fotografía, en este contexto, se convierte en un acto de nominación, en un gesto que otorga palabra a lo que se resiste a la integración conceptual. Cada imagen es un intento de fijar lo que se escapa, de dar voz a lo áspero, lo roto, lo erizado.

La poética de Náusea reside en esa tensión entre lo que se muestra y lo que se oculta. El cuerpo, extendido más allá de sí mismo, impregna los objetos con su presencia fantasmática. Los líquidos, las grietas, las cicatrices se convierten en signos de una humanidad que insiste en manifestarse incluso en lo inerte. La fotografía, lejos de ser documento, es invocación: llama a lo indigerible, lo convoca, lo obliga a ocupar un lugar en la conciencia.

En este sentido, Náusea no es solo un libro de imágenes, sino un ensayo sobre la condición humana. Nos recuerda que la experiencia corporal está atravesada por el trauma, que la cognición surge de la incomodidad, que lo que habla no es lo pulido ni lo perfecto, sino lo que se rompe. Li-Mi-Yan nos invita a escuchar esa voz áspera, a reconocer que la estética no es un refugio, sino una confrontación con lo que excede.

La obra, editada con la precisión conceptual de Dienacht Publishing, se inscribe en una tradición de arte que busca provocar, incomodar, obligar a pensar. Pero lo hace con una delicadeza particular: el cadáver resucitado que evoca no es monstruoso, sino gentil. La náusea, aunque incómoda, se convierte en oportunidad de conocimiento. Lo que quiere ser nombrado no es el horror, sino la persistencia de lo humano en sus formas más frágiles.
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Lilia Li Mi Yan: «Náusea». Por Mónica Cascanueces.

