Las esculturas de Nicanor no hablan del sexo en sí, sino del tabú, del control social de la imaginaria colectiva y de la fragilidad de nuestras normas de decoro
Una reflexión a través del impacto simbólico de la escultura de Carlos Nicanor, su potencia no reside en la provocación gratuita, sino en la capacidad de revelar mecanismos psicológicos: la risa nerviosa, la incomodidad, el juicio moral automático.
La obra del escultor español Carlos Nicanor reposa sobre el legado surrealista de André Bretón, los dadaístas y la palabra-objeto de Joseph Kosuth, pero también sobre una importante herencia de escultores y artesanos canarios. Con todo este diverso legado, Nicanor ha llegado a ser tan tradicional en la forma esculpida que, el solo hecho de tal exceso, ha despertado el cuestionamiento.
Su trabajo constituye, en no pocas ocasiones, un reto a la física y a la lógica del material, así como a la sensibilidad humana. Nos recuerda que el arte viene del handmade -sin excluir el componente intelectual- y que tanto el proceso de cocción como de percepción se desarrolla a un tempo diferente del de la vida contemporánea.
Nicanor toma un motivo de la naturaleza (el perro o la planta), del entorno más próximo y lo mezcla con un símbolo adulto (el sexo) y produce una pieza que desbarata las jerarquías culturales entre lo aceptable y lo censurado. Muchas veces juega con los estados y las apariencias de las formas, solido, liquido, abultado, punzón amenazante…



Las esculturas de Carlos Nicanor se inscriben en una línea de arte contemporáneo que explora la tensión entre lo reconocible y lo incómodo, como detonador psicológico antes incluso de mirar. La pieza obliga al espectador a enfrentarse a un choque cognitivo entre dos símbolos potentes y culturalmente cargados —el perro o la forma de la planta y el órgano sexual—, ambos asociados a instintos, fidelidad, poder, control y pulsión.
Como ocurre en buena parte de su producción, la pieza es provocadora sin necesidad de recurrir al escándalo explícito. Su provocación radica en la duda: en la forma pulcramente ejecutada, en la tensión entre la frialdad del material y el humor oculto, en el guiño que hace al espectador que reconoce la referencia y, aun así, no logra quitarse de encima la sensación de que falta algo por descifrar. Este tipo de estrategias sitúan la escultura dentro de un territorio conceptual, donde el mensaje no está dado, sino sugerido.
La obra trastoca categorías básicas surgidos del animal y de lo humano, lo tierno y lo obsceno, lo afectivo y lo sexual. En lugar de ofrecer respuestas cerradas las esculturas de Carlos Nicanor, abren espacios de interpretación —a veces incómodos, a veces cómicos— donde el espectador tiene que completar el sentido.
El perro, figura culturalmente vinculada a la lealtad y la domesticación, aparece fusionado con un símbolo cuya presencia suele ser reprimida o codificada socialmente. Ese cruce genera disonancia psíquica: una parte del espectador quiere desestimar la obra como grotesca, mientras otra reconoce en ella una crítica a la moral, al pudor y a la mirada cultural hacia el cuerpo.



Sorprenden tres cosas, la humildad del artista; su valentía con los materiales y las escalas, y la poesía en su obra. Y es que en el trabajo de Nicanor, la ejecución es tan poderosa como su idea e incluso, a veces, la primera suele superar o enriquecer aún más la segunda. La elección de sus materiales forma parte de su statement: la madera, el metal, los hilos y el papel.
Entre sus exposiciones destaca Antinatura/Sinbiología (Galería Artizar 2010-2012), y Osmosis. Blancas + Nicanor (TEA Tenerife Espacio de las Artes, 2015), así como su participación en la XII Bienal de La Habana dentro del proyecto Detrás del Muro, con la instalación Lemon Way, en la que construyó un camino de baldosas amarillas de madera que cruzaba el Malecón para morir en el Caribe, rumbo a La Florida. También las individuales Dile a Caronte que le traigo flores en 2020 en la Fundación CajaCanarias de Tenerife y De la carne al hueso, del hueso al alma en 2023 en el CAAM de Las Palmas de Gran Canaria.
Nicanor es un escultor brossaniano. Basta ver algunos de sus últimos trabajos para comprender que su creatividad aspira a dar forma a una obra que habrá de ser alteración casuística del objeto y su sentido, proponiéndonos siempre uno nuevo e insólito, y que tal obra postula en muchos casos una posición dadaísta que lo aproxima a Arp y a Duchamp. La intensidad escultórica de Carlos Nicanor es de naturaleza poética.
Tal vez por eso su obra parece tan cómoda y rigurosamente expresiva cuando hace suyo el legado de las vanguardias, en especial del dadaísmo, y su capacidad para hacer objetos autosuficientes, entidades cerradas con las que para comunicarnos es imprescindible una clave cultural.
La obra con una línea de escultura contemporánea abierta de interpretaciones que obviamente usa el humor, la ironía y la precisión técnica para comprender la psique humana, la reacción compulsiva y los posibles interpretaciones de lo creado y su propósito.
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