Un artículo del New York Times revela la tendencia entre diversos ejecutivos de tecnología de meter a sus hijos a escuelas Waldorf, donde se les prohíbe usar gadgets.
Silicon Valley, cuna de la innovación digital, también encarna una contradicción inquietante: quienes diseñan los dispositivos más adictivos del planeta suelen ser los primeros en proteger a sus hijos de ellos. Se hizo célebre el caso de Steve Jobs, quien apenas permitía que sus hijos tocaran el iPad, adoptando una postura de “padre low-tech” que contrastaba radicalmente con la omnipresencia de su producto estrella. La revelación generó controversia: ¿cómo justificar que una empresa promueva el uso constante de sus dispositivos mientras sus propios líderes los restringen en casa?
Esta doble moral no ha hecho más que intensificarse con los años. Numerosos ejecutivos de Silicon Valley han comenzado a abandonar las redes sociales y a desconectarse de sus gadgets, conscientes del deterioro cognitivo y emocional que pueden provocar. La ironía es palpable: los arquitectos del mundo digital buscan refugio en lo analógico.
La paradoja de Silicon Valley: diseñadores de adicción, padres del desapego
Un ejemplo revelador es la escuela Waldorf de Peninsula, ubicada en pleno corazón de Silicon Valley. Según relata Gal Beckerman, esta institución se ha convertido en el enclave favorito de los altos cargos de Google y otras firmas tecnológicas. Allí, los niños aprenden a tejer, escriben con gis, cultivan vínculos con la naturaleza y, sobre todo, viven sin pantallas. “Ni una sola pieza de multimedia interactiva” forma parte del currículo. Es, en cierto sentido, un oasis fuera del sistema.
El modelo Waldorf, inspirado en la filosofía de Rudolf Steiner, se sitúa en las antípodas de los valores que rigen la economía digital: consumo inmediato, gratificación constante, hiperconectividad. Su propuesta educativa reivindica el tiempo lento, la experiencia táctil, la imaginación libre de algoritmos.
No se puede ignorar la dimensión ética de esta paradoja. Si los creadores de la tecnología reconocen —al menos en privado— que sus productos deben ser regulados o dosificados, ¿qué responsabilidad tienen frente al resto de la sociedad? En este contexto, el verdadero lujo ya no es el acceso ilimitado a pantallas, sino la posibilidad de vivir sin ellas: de desintoxicarse, de crecer sin interferencias, de reconectar con lo esencial.
La hipocresía de Silicon Valley. Por John Headhunter.