En esta entrevista, Emilio Cardona reflexiona con lucidez sobre el papel del artista en un mundo cada vez más digitalizado, acelerado y globalizado.
Emilio Cardona: El arte como disidencia orgánica. Desde su atelier en el casco antiguo de Palma, Emilio reflexiona sobre el papel del artista en un mundo hiperconectado y acelerado. En esta entrevista, aborda temas como la autoría compartida con la inteligencia artificial, la presión del mercado, y la urgencia de preservar la singularidad frente a la homogeneización global. Cardona defiende un arte que incomoda, transforma y genera comunidad. No se trata solo de crear objetos, sino de cultivar experiencias, fricciones y preguntas que resisten el algoritmo. Su voz, ética y orgánica, se revela como trinchera estética en tiempos de crisis.
¿Qué significa ser artista en un mundo cada vez más digitalizado y globalizado?
El artista sigue siendo orgánico, aunque inevitablemente marcado por su tiempo. La tecnología no es una amenaza para el artista, sino una herramienta, como lo fue la imprenta en su momento, que amplifica la creación y la difusión. Pero esta instantaneidad también conlleva riesgos: la sobreproducción, la banalización, la pérdida de profundidad. Hoy en día, el arte no solo genera objetos, sino experiencias y fricciones. El artista es mediador, testigo y hacker cultural. En un mundo globalizado, su reto es preservar la singularidad sin caer en la homogeneización.

¿Debe el arte en el siglo XXI ser principalmente una forma de expresión personal o también un instrumento de transformación social?
El arte en el siglo XXI no puede limitarse al yo. Aunque la globalización prometió libertad, ha terminado por uniformar la sensibilidad. El humanismo retrocede ante el algoritmo. Es el artista con el arte el que debe recuperar su poder crítico: visibilizar, incomodar, transformar. Ser artista es resistir la homogeneización y cultivar la disidencia estética.

¿Cómo cambia la noción de “autoría” cuando la inteligencia artificial y las tecnologías colaborativas participan en la creación artística?
La inteligencia artificial no reemplaza la autoría: la reconfigura. Nos obliga a repensar el gesto creativo, la propiedad simbólica y el lugar del arte en una cultura de producción distribuida. En este nuevo paisaje, el artista es editor, curador, disidente. Y su voz, aunque compartida con máquinas, sigue siendo profundamente humana. La autoría ya no es individual: se comparte entre humanos, algoritmos y redes colaborativas. El artista, en medio de una aceleración programada, debe mantener su espíritu crítico como herramienta de transformación. Aunque todo cambia vertiginosamente, seguimos siendo orgánicos, y eso nos da voz. Ya no servimos al faraón ni a la iglesia, pero el artista politizado persiste, incómodo y necesario.
¿Es el artista un creador de objetos o más bien un generador de experiencias y diálogos?
Ser artista es habitar una plaga silenciosa, donde la supervivencia no siempre alerta, pero el espíritu crítico debe mantenerse activo como fuerza de transformación.

¿Qué papel juega el artista en la denuncia y visibilización de problemáticas sociales, políticas o ambientales?
El papel del artista en la denuncia social, política o ambiental no se limita al discurso: se encarna en la obra. Su creación es génesis, una forma de cielo invertido donde lo oculto se revela. Como Hades en Borges, el artista habita lo subterráneo, lo que no se ve pero sostiene el mundo. Su mirada no es decorativa, es excavadora. A través de la forma, el gesto y la metáfora, el artista visibiliza lo que el poder silencia. Su obra no solo representa: interpela, incomoda, transforma. En tiempos de crisis, el arte no es refugio, sino trinchera.
¿Cómo influye el mercado del arte en la libertad creativa y en la definición de lo que significa ser artista?
El mercado del arte influye profundamente en la definición de lo que significa ser artista. Aunque cada creador deja claras sus diferencias, si el arte es genuino, se convierte en génesis de experiencias, no en producto. Pero el artista, en su tragedia individual, también puede ser parte del problema. Hay quienes se pliegan a las lógicas del mercado, diluyendo su potencia crítica en favor de la visibilidad o la rentabilidad. Otro síntoma es la propaganda solapada, que infiltra discursos sin que la obra lo revele. Nuestra sensibilidad, una de las facultades más afiladas, no puede sustraerse a las problemáticas del mundo. Aunque no siempre se manifieste en la pintura, sí habita el discurso, el gesto, la omisión. Porque el arte no ocupa todo el ser del artista, pero lo atraviesa.

¿Hasta qué punto el artista del siglo XXI debe ser también un gestor de su propia marca y presencia en redes sociales?
En el siglo XXI, el artista no solo crea: también comunica, conecta, se posiciona. La presencia en redes sociales ya no es opcional, es parte del ecosistema creativo. No se trata de seguir tendencias, sino de construir una voz propia, ética y libre, capaz de dialogar con el mundo sin perder autenticidad. Gestionar una marca personal implica asumir la responsabilidad de cómo se representa el arte y el pensamiento. Es una forma de independencia moral, una declaración de intenciones. En mi caso, ese paso se materializa en mi atelier en el casco antiguo de Palma: un espacio que no solo produce obra, sino que encarna una visión. El artista contemporáneo no se vende, se revela. Y en ese gesto, las redes pueden ser aliadas si se usan con conciencia y propósito.
¿En qué medida el arte puede contribuir a crear nuevas formas de comunidad y de sensibilidad en un tiempo de crisis global?
En medio del desastre que no cesa, el arte sigue siendo una forma de resistencia. La música y el cine, por su alcance emocional y masivo, están mejor posicionados para generar comunidad. Pero la pintura y la literatura enfrentan una batalla más silenciosa: requieren tiempo, sensibilidad, y el gesto casi heroico de detenerse a mirar o leer. En ese acto, el artista sobrevive. El arte eleva el alma, aligera las piedras de la mochila existencial. Pero vivimos en una cultura del placer inmediato, donde el consumo reemplaza la contemplación. Salir, beber, meterse lo que sea: esa es la prioridad dominante. Frente a esto, el arte puede reconfigurar la sensibilidad colectiva. No desde la espectacularidad, sino desde la intimidad, la pausa, la pregunta. Crear comunidad hoy es invocar lo invisible, lo que aún nos une más allá del algoritmo.
Para más información: .emiliocardonagallery.com
- ¿Cómo llegar? Sant Francesc, 10, Palma, Illes Balears (Mallorca)