Esculturas que respiran ternura, Anne-Sophie Gilloen transforma lo cotidiano en poesía corpórea.
Anne-Sophie Gilloen: «La poética del volumen y la ternura». En un mundo saturado de imágenes efímeras y discursos vacíos, la obra escultórica de Anne-Sophie Gilloen se impone con una presencia serena y profundamente humana. Nos introduce en el universo de una artista que no teme abrazar la ternura, la ironía y la introspección como motores creativos. Sus esculturas, generosamente construidas, no buscan la perfección anatómica ni la espectacularidad formal, sino que se afirman como cuerpos habitados por una bondad desbordante, una especie de alegría melancólica que se posa en los márgenes de lo cotidiano.
Gilloen trabaja desde la observación atenta de lo que muchos pasan por alto: los gestos mínimos, las emociones contenidas, los silencios compartidos. En su propia nota artística, la escultora confiesa su fascinación por esas “cosas de la vida cotidiana, aquellas a las que uno pasa a menudo sin ver nada”.

Esta declaración no es una simple anécdota, sino el núcleo de su poética: detenerse, mirar, cambiar el contexto, y así permitir que lo banal se transforme en poesía. Sus figuras, pesadas y sólidas, parecen ancladas al suelo, pero al mismo tiempo habitan un espacio onírico, como si vivieran en dos mundos a la vez: el de la materia y el del deseo.
La paradoja que atraviesa su obra, esa coexistencia entre lo corpóreo y lo imaginario, se resuelve con una gracia que desarma.
Los personajes de Gilloen no posan, no se exhiben: simplemente están. Y en ese estar, en esa presencia sin artificio, se revela una forma de resistencia. Frente a la velocidad, la hiperproductividad y la estética del rendimiento, sus esculturas proponen una ética de la lentitud, del juego, del afecto. Son cuerpos que no temen ocupar espacio, que celebran sus curvas, sus pliegues, su peso. Pero lejos de caer en la caricatura o el cliché, Gilloen dota a cada figura de una personalidad única, acentuada por títulos ingeniosos y literarios que amplifican su dimensión narrativa.
Hay en su trabajo una intuición casi musical, una cadencia que se percibe en la forma en que los volúmenes se relacionan entre sí, en la manera en que los rostros —a menudo serenos, a veces traviesos— dialogan con el espectador. No se trata de una escultura que impone, sino que invita. Una escultura que no busca provocar desde la estridencia, sino desde la complicidad. En este sentido, la sensualidad que emana de sus obras no es explícita ni decorativa, sino profundamente emocional. Es la sensualidad de lo vivido, de lo compartido, de lo que se recuerda con una sonrisa.


Villalonga acierta al describir estas esculturas como “fuentes de una bondad desbordante”. En tiempos donde la ironía se ha vuelto un escudo y la distancia emocional una norma, la obra de Gilloen se atreve a ser vulnerable, a ser amable, a ser lúdica. Y esa valentía es política.
Porque mostrar ternura en el arte, y más aún, en la escultura, ese medio históricamente asociado al poder, al monumento, a la heroicidad, es un acto de subversión. Gilloen no monumentaliza a sus personajes: los humaniza. Les da peso, sí, pero también les da alas.
La artista francesa nos recuerda que la poesía no está reservada a los grandes gestos ni a las palabras solemnes. Está en todas partes, para quien se detiene a mirar. En una taza de café, en un paseo sin rumbo, en una escultura de barro que sonríe con los ojos cerrados. Su obra es un elogio a lo pequeño, a lo imperfecto, a lo que no necesita justificarse. Y en esa humildad radica su fuerza.


En definitiva, Anne-Sophie Gilloen nos ofrece una escultura que no busca impresionar, sino acompañar. Una escultura que no grita, pero que se queda. Que nos habla de nosotros mismos, de nuestras contradicciones, de nuestros anhelos más íntimos. Y lo hace con una sensualidad que no es pose, sino presencia. Con una intuición que no es cálculo, sino escucha. Con una ternura que, en estos tiempos, se siente como un acto de amor radical.
Para más información: annesophiegilloen.com
Anne-Sophie Gilloen: «La poética del volumen y la ternura». Por Mónica Cascanueces.