Mujeres en huelga sexual: El imaginario decadente en diálogo con Aristófanes
Las ilustraciones eróticas de Aubrey Beardsley para Lisístrata. En 1896. el ilustrador británico Aubrey Beardsley, figura cardinal del esteticismo y del Art Nouveau, recibió del editor Leonard Smithers un encargo tan arriesgado como provocador: realizar ocho ilustraciones eróticas para una edición privada de Lisístrata, la célebre comedia de Aristófanes. En esta obra teatral, escrita en la Atenas del siglo V a. C., las mujeres se organizan para detener la guerra entre su ciudad y Esparta mediante una estrategia tan simple como radical: declararse en huelga sexual.

Beardsley, que ya gozaba de un aura de enfant terrible en el Londres fin de siècle, encontró en este argumento una vía perfecta para desplegar su imaginario decadentista. Sus dibujos, ejecutados con la elegancia lineal que lo distingue, hibridaron la tradición clásica con la audacia erótica de los grabados japoneses shunga. Así, los genitales masculinos aparecen deliberadamente desproporcionados, no solo como recurso satírico, sino como dispositivo que exagera la tensión sexual implícita en la trama. En un contexto victoriano todavía marcado por la represión moral y el puritanismo, aquellas imágenes constituían un auténtico desafío a la respetabilidad burguesa.
Erotismo, sátira y escándalo privado
Las ocho ilustraciones que Beardsley concibió para Lisístrata no estaban destinadas a la circulación pública. Consciente del carácter explícito de las mismas, Smithers editó el volumen de manera privada, reservándolo a un público restringido, habituado al coleccionismo de libros prohibidos y a la fascinación por lo clandestino. El escándalo, más que estallar en la prensa, circuló en susurros, entre la crítica literaria y artística de la época.



En estas imágenes, el erotismo aparece indisolublemente ligado a la sátira. Beardsley no busca tanto excitar como desestabilizar: sus composiciones ponen en evidencia la hipocresía de una sociedad que condenaba la obscenidad mientras toleraba, en secreto, la circulación de obras de alto voltaje erótico. La pieza titulada El baño de Lampito, por ejemplo, condensa todo su espíritu irreverente. Allí, una mujer se ajusta unas medias mientras el dios Eros, falo en mano, le aplica polvos en el trasero, escena que oscila entre lo cómico y lo grotesco, entre lo delicado y lo brutal. Esta fusión de refinamiento gráfico y crudeza temática anticipa la iconografía sexual que nutrirá buena parte del arte de vanguardia del siglo XX.
Entre el arrepentimiento y la posteridad
El propio Beardsley, gravemente enfermo de tuberculosis y consciente de la proximidad de su muerte, llegó a lamentar estas ilustraciones. En sus últimos días pidió que se destruyeran todos sus dibujos considerados obscenos. Leonard Smithers, sin embargo, desoyó su petición y siguió reeditándolos en pequeñas tiradas privadas, amparándose en el interés morboso que despertaban. De este modo, lo que pudo haber desaparecido en el silencio de un arrepentimiento personal, se convirtió en una serie fundamental para comprender la radicalidad estética del artista.


Resulta significativo que el arrepentimiento de Beardsley se produjera en paralelo a una evolución estilística que lo llevó hacia lo barroco y ornamental. Sus últimas obras, más recargadas y menos abiertamente provocadoras, contrastan con la desnuda ironía de sus Lisístratas. Esa tensión entre la transgresión radical y el deseo de redención moral añade una capa de dramatismo a su figura, reforzando el mito del artista maldito, incomprendido en vida y elevado después a icono de la modernidad.
Beardsley frente a la moral victoriana
El legado de estas ilustraciones para Lisístrata no puede reducirse a su carácter escandaloso. En ellas late un cuestionamiento de fondo a la rígida moral victoriana, una crítica visual que convierte la risa en un arma contra la hipocresía. Beardsley, con su dominio absoluto de la línea en blanco y negro, tradujo la comedia antigua en imágenes que eran, al mismo tiempo, caricaturas sociales y artefactos estéticos. Su estilo, de contrastes audaces y composiciones refinadas, se alía con un espíritu decadente que encontró en el erotismo un campo fértil para interrogar los límites del arte y de la moral.

Hoy, más de un siglo después, aquellas ocho ilustraciones continúan desafiando. No solo recuerdan la audacia de un artista que llevó al extremo la estética del deseo, sino que reafirman la vigencia de Lisístrata como obra capaz de dialogar con la modernidad. La huelga sexual de las mujeres, transformada en imágenes tan irreverentes como elegantes, sigue planteando preguntas sobre poder, cuerpo, deseo y resistencia. En la encrucijada entre lo cómico y lo obsceno, Beardsley convirtió el arte en un espejo incómodo de su tiempo, y quizá también del nuestro.
Las ilustraciones eróticas de Aubrey Beardsley para Lisístrata. Por Mónica Cascanueces.