Conocida artísticamente como Sra. D, es una de esas voces gráficas que no pasan desapercibidas y que interpelan al espectador con una mezcla de ironía, denuncia, ternura y fuerza.
Lara Padilla no sólo refleja el presente, lo atraviesa y lo reinventa. Con una estética que combina el lenguaje del arte urbano, la cultura pop y una iconografía personalísima. Si hubiera que trazar una línea genealógica, el nombre de Keith Haring aparece inevitablemente: ambos comparten el gusto por las formas sintéticas, la repetición de símbolos, la ocupación del espacio público y una voluntad comunicativa clara, popular y sin complejos.



Sin embargo, Sra. D no es una simple heredera ni una repetidora de fórmulas ajenas. Lo suyo es una reelaboración crítica del presente desde una mirada profundamente contemporánea y femenina. Su universo plástico está poblado por animales, la conexión con ciertos aspectos de la espiritualidad en culturas ancestrales con un estilo pictórico que posee un carácter étnico, abstracción, cuerpos fragmentados, miradas melancólicas y corazones expuestos.

Lara siempre se sintió inspirada por los tigres, y comenzó a pintarlos conectando con su energía y poder.
Estas escenas se relacionan con la tradición mesoamericana de los nahuales, seres sobrenaturales con la capacidad de convertirse en animales (teriomorfismo). Según esta tradición, que está vinculada a otras similares desde tiempos antiguos y en distintas partes del mundo, cada ser humano posee un animal de poder que lo protege y le otorga energía y sabiduría. Los personajes de las pinturas mencionadas se transforman así en sus avatares animales, en una actitud dinámica que celebra la vida y la conexión con el todo.



Lara Padilla no sólo refleja el presente, lo atraviesa y lo reinventa. Más allá de la figuración, se perciben transiciones frescas hacia la abstracción dentro de las propias obras, resaltadas por vestigios de dibujo y huellas neoexpresionistas. El movimiento es, de hecho, el elemento más recurrente en la obra figurativa de Lara.
En su trabajo hay una voluntad de denuncia que no se disfraza de sutileza. Habla de desigualdad, de control social, de sexualidad, de violencia, de poder, de feminismo, de deseo. La economía de elementos en sus piezas no implica pobreza de contenido; al contrario, condensa ideas potentes en signos universales. Así, una figura con un ojo desorbitado y una lengua fuera puede ser tanto una representación del deseo como de la rabia. Una boca abierta puede estar gritando o cantando. Ese juego de ambivalencias es una de sus grandes virtudes: la capacidad de sugerir sin imponer un único significado.

A diferencia de Haring, que operaba desde una visión más global del cuerpo como símbolo universal, en su serie Tetris Sra. D introduce una mirada más específica, más biográfica, y a menudo más marcada por la experiencia femenina. El cuerpo que aparece en sus obras no es genérico ni neutro: es un cuerpo marcado, sexualizado, politizado.

Sus mujeres no son musas ni víctimas: son sujetos activos, muchas veces combativos. No busca representar la belleza normativa ni idealizada, sino visibilizar la complejidad de lo femenino contemporáneo: sus contradicciones, sus heridas, su potencia. Otras representan la celebración inspirada en el festival originario de Grecia y Roma venerando el vino.
Lara Padilla no sólo refleja el presente, lo atraviesa y lo reinventa