La regla crítica: La rebelión de los grifos. Me imagino que el mundo en el que vivimos está hecho a la medida de nuestra propia inteligencia, y eso supone que tenemos y tendremos lo que nos merecemos, aunque no lo hubiéramos querido ni lo pretendamos.
¿Torpes? Puede, ¿Ignorantes? A lo mejor, ¿Ineptos? Seguro, ¿Malintencionados? No creo, ¿Avariciosos? Sin duda, ¿Egoístas? Sin duda también, ¿Gilipollas? Quizás, ¿Desagradecidos? Posiblemente, ¿Inútiles? Tal vez, ¿Inconscientes? Apuesto a que sí, ¿Crueles? Doblo la apuesta, ¿Insensatos? Voy con todo y las veo.
Digo esto porque estoy convencido de que la mejor manera de explicar la inexistencia de algo es la imposibilidad de demostrar que realmente existe. Pero entonces viene la filosofía para podernos permitir que podamos decidir que algo exista sin que lo podamos demostrar, y se jodió la marrana. Basta con pensar en algo que sólo desde hoy seamos capaces de explicar su existencia, eso no quiere decir que no
existiera ayer.
Y no dudo en absoluto que en el siglo XXVI a. L. la Tierra ya fuese bastante esférica, por lo menos lo suficiente como para empezar a teorizar y demostrar su redondez. Pero no creo que siempre fuera así porque la Tierra se originó a partir de un fantástico colapso que padeció una inmensa nebulosa, adhiriendo partículas de polvo, absorbiendo bolitas de gas y sin dejar de chocar y fusionarse con otros cuerpos que gravitaban por ahí. La Tierra se configuró inicialmente como una gigantesca forma dodecaedrosimal, llena de miles de millones de aristas puntiagudas y con formas abruptas superpuestas.
Pero fueron demasiados años girando como una loca, esquivando infinitos asteroides a ritmos de vértigo, recibiendo hostias por todos lados y puñetazos de salvajes meteoritos, jugando sin querer a los coches de choque con otros planetas, fundiéndose una y otra vez, vomitando lavas, desplazando constantemente y de manera brusca los materiales densos que debían de garantizar la estabilidad del centro de su eje, aguantando vientos, mareas, carros y carretas, soportando colosales erecciones y
groseras erupciones, sufriendo ataques de los pirómanos galácticos, ahogándose una y otra vez entre sequías desérticas, cayéndose por los toboganes de los agujeros negros y padeciendo los saqueos devastadores de saturninos, mercurianos y jupiterenses.
O sea, que lo que inicialmente era un pedrolo con forma poliédrica acabó convirtiéndose en lo que actualmente es la Tierra, un pelouro. Sí, un precioso canto rodado, aunque siempre existirán los capullos y los fantasiosos que digan que los grifos llevan impresas las iniciales de sus nombres.
La rebelión de los grifos. La regla crítica por Carlos Penas.