Los incómodos, crueles y sin embargo hilarantes cómics de Joan Cornellà. El arte de imaginar lo peor
Joan Cornellà o el apocalipsis en seis viñetas. Uno de los hábitos más oscuros y persistentes de la mente humana es la invención de imaginarios horribles. Pensamos en accidentes improbables, desgracias imposibles, catástrofes diminutas con consecuencias monumentales. Lo hacemos por ocio, por ansiedad o, en el mejor de los casos, como ejercicio de creatividad negra. Joan Cornellà ha hecho de esta costumbre un oficio: su trabajo es convertir esos desvaríos de la mente en cómics silenciosos que gritan, en escenarios donde la violencia es tan absurda que resulta cómica, y donde la lógica se retuerce hasta quebrarse.

Cornellà no necesita palabras para decir lo que muchos temen pensar. Sus viñetas, casi siempre de seis cuadros, son puñaladas de sátira vestidas con colores pastel. Lo que parece al principio un dibujo para niños —con su línea limpia, sus colores chillones y sus personajes de sonrisa eterna— termina revelando una escena de mutilación, de autoaniquilación voluntaria, de consumismo autófago o de crueldad sistémica. Es ahí donde radica su genio: en disfrazar el horror con una máscara amable, en hacernos reír ante lo monstruoso porque lo reconocemos como parte de nosotros.
La risa como mecanismo de defensa
Ver una historieta de Joan Cornellà es como mirar fijamente un accidente a cámara lenta. Uno sabe que no debería reír, pero lo hace. ¿Por qué? Porque la forma suaviza el fondo. El trazo infantil y los colores saturados funcionan como una anestesia visual que permite digerir lo grotesco sin atragantarse. Sus personajes tienen todos la misma expresión vacía, sonriente, como si la vida les pasara por encima sin que puedan, o quieran, reaccionar. En su universo, lo absurdo es la norma y lo racional es el verdadero disparate.

En ese universo, un hombre puede cortarse un brazo para ofrecérselo como snack a su cita, o una mujer puede ponerse maquillaje hasta el punto de convertirse en un ente irreconocible, solo para luego derretirse como si la vanidad fuera inflamable. Todo ocurre sin palabras, sin diálogos, sin justificaciones. Y eso lo vuelve aún más perturbador. La falta de explicación obliga al espectador a llenar los vacíos con su propia mente —esa misma mente que se entretiene con imaginarios horribles— y, en ese proceso, la risa se convierte en un reflejo nervioso más que en una reacción espontánea.
Cornellà nos enfrenta a nuestra propia insensibilidad. Su obra nos pregunta, sin hablar: ¿Cuántas veces al día ves algo absurdo, inhumano, cruel, y simplemente sigues adelante? ¿Cuánto de lo que consumes es producto del dolor ajeno? ¿Qué tanto te ríes para no llorar?
Post-humor y alienación brillante
La velocidad con la que Joan Cornellà produce nuevas viñetas es, en sí misma, una forma de comentario. No hay descanso en su visión. Uno se pregunta si acaso ve el mundo así, con esa lente deformante que convierte una selfie en un suicidio, una reunión familiar en un acto de barbarie, un like en una condena. ¿Acaso la sociedad ha avanzado tanto que ha perdido la capacidad de verse a sí misma con honestidad, necesitando a artistas como Cornellà para sostenerle el espejo?

Sus cómics son cápsulas de post-humor: ya no apelan al ingenio del chiste, sino al impacto de lo reconocible llevado al extremo. Son recordatorios constantes de nuestra alienación, de cómo los cuerpos son mercancías, los sentimientos están en oferta, y la tecnología ha convertido la empatía en un obstáculo operativo. En su mundo, nadie es realmente víctima ni victimario: todos están atrapados en una danza grotesca sin salida.
Lo más brillante es que Cornellà no predica ni denuncia; simplemente muestra. Y al mostrar, incomoda. Es un cronista del absurdo moderno, un ilustrador del sinsentido cotidiano, un testigo gráfico del colapso silencioso de la humanidad. En sus manos, la historieta es un bisturí que corta fino, que no busca la carcajada fácil sino el escalofrío posterior. Su obra no pide entendimiento, sino aceptación del desconcierto.

Así, Joan Cornellà se instala en el imaginario colectivo como un artista del fin del mundo: un autor que convierte el terror mental en forma estética, y que, con solo seis viñetas por tira, nos recuerda que la locura ya no es una excepción, sino una estrategia de supervivencia. Porque en un mundo donde todo puede salir mal, reírse de ello —aunque sea con culpa— puede ser el último acto de cordura que nos queda.
Para más información: joancornella.net
Por Mónica Cascanueces,