Ciencia, sueños y surrealismo: Entre bisturís reales y navajas imaginarias, la escena más brutal del cine nació de un sueño colectivo, donde Cajal, Buñuel y Dalí diseccionaron la mirada.
El enigma del ojo cortado en «Un perro andaluz». La imagen inicial, no solo partió en dos la historia del cine: también se volvió símbolo de una sensibilidad en crisis, del ojo abierto que mira el inconsciente, incluso si sangra. Pero, ¿de dónde surgió realmente esa escena que aún hoy perturba?
La pregunta ha rondado por décadas y nunca ha tenido una única respuesta. Y tal vez ahí radica su poder.
En su biografía El cerebro en busca de sí mismo, el escritor Benjamin Ehrlich lanza una posibilidad fascinante: que el origen se remonte al laboratorio de Santiago Ramón y Cajal. Antes de convertirse en cineasta, Luis Buñuel estudiaba Ciencias Naturales, empujado por su obsesión infantil por los insectos. Fue ahí, entre microscopios y córneas de saltamontes, donde trabajó bajo las órdenes de Ignacio Bolívar, colaborador directo de Cajal. Buñuel mismo lo recordaría años después: “Yo le preparé muchas córneas de mosca”.
La escena del ojo cortado, entonces, podría tener sus raíces en un laboratorio científico, donde la disección era cotidiana y la mirada, objeto de estudio. Pero el cine, como la mente humana, rara vez sigue una línea recta.
Hay quienes aseguran que la escena nació de un sueño de Buñuel, en el que alguien intentaba cortarle el ojo a su madre. Otros hablan de las vacaciones en San Sebastián, donde los niños espiaban a las mujeres en casetas de baño, y éstas los atacaban con agujas de sombrero. Está también El acorazado Potemkin de Eisenstein, donde un sable parte el ojo de una mujer: cine engendrando cine.
Dalí, por su parte, también dejó huella en el mito. Buñuel llegó a admitir ante Max Aub que el hombre afilando la navaja fue idea suya. Algunos afirman que toda la escena fue sugerencia de Dalí, inspirado por una nube alargada que cruzaba la luna. Otros recuerdan un pasaje suyo de 1927 donde describe “los finísimos cortes del bisturí sobre la curvada pupila”.
Y si se tratara de una alquimia de muchas obsesiones compartidas, no de una sola autoría? Hay ecos de Georges Bataille y su novela Historia del ojo (1928), con pasajes tan explícitos que parecen storyboard de la escena. Están los versos de Benjamin Péret, donde el amor se hace con “los ojos cerrados por hojas de afeitar”. También resuenan los poemas de Lorca, especialmente Nocturnos de la ventana:
Asomo la cabeza
por la ventana, y veo
cómo quiere cortarla
la cuchilla del viento.”
Algunos testimonios van aún más lejos. Rafael Martínez Nadal relató cómo Pepín Bello, en una noche de verano en la Residencia de Estudiantes, dijo mientras miraban al cielo: “Una navaja está cortando un ojo”. Y en 1928, Maruja Mallo dibujó Los ojos de Luis Buñuel sobre la mesa, una obra en la que los globos oculares flotan vigilados por Alberti, Lorca y la Virgen del Pilar. ¿Visión premonitoria o simple coincidencia?
Frente a tantas versiones, queda claro que Un perro andaluz no nació de un solo sueño ni de un solo bisturí. Su escena más famosa es resultado de un imaginario colectivo, de una generación que compartía residencias, microscopios, poemas, cuchillas, cafés y provocaciones. Incluso si Cajal despreciaba el arte moderno —y tildaba el cubismo de “idiotez deliberada”—, su influencia fue imposible de borrar.
Quizá, a ciencia cierta, nunca sabremos de quién fue exactamente esa escena inaugural. Pero como todo lo realmente potente en el arte, no importa tanto quién la firmó como quién la encarnó. Porque el arte, como la vida, rara vez es lineal: está hecho de fragmentos, de obsesiones sueltas, de recuerdos compartidos y sueños cruzados. Y al final, una imagen no es nunca solo lo que parece. Es una idea desquebrajada, nacida de muchas semillas, que termina siendo nada de ellas… pero toda el alma que las contenía.
El enigma del ojo cortado en «Un perro andaluz». Por Carolina De La Torre