Fábulas grotescas: entre la infancia y lo inquietante.
El bestiario abstracto de Oliver Streich. Sus obras nos sumergen en un universo donde la lógica parece haber sido abolida en favor de una poesía visual cargada de símbolos primarios y desconcertantes. Este artista suizo, nacido en Berna en 1968, ha cultivado una estética singular que bebe de la inocencia infantil pero no para remitir a la nostalgia, sino para explorar lo absurdo, lo grotesco y lo ambiguo.

Sus cuadros, a menudo protagonizados por animales y personas atrapadas en escenas incongruentes, rozan el delirio onírico. No se trata de un mundo que aspire a la belleza tradicional o a la armonía formal, sino de un lenguaje pictórico autónomo, que toma como modelo la espontaneidad del dibujo infantil para subvertirla y dotarla de una dimensión inquietante.
Las figuras se alargan o se fragmentan, se retuercen o se simplifican hasta volverse irreconocibles, como si estuviesen en tránsito constante entre el objeto reconocible y la pura forma abstracta.

En estas fábulas gráficas, lo narrativo es difuso. No hay moralejas ni argumentos claros, pero sí una fuerte carga simbólica y emocional. Streich descompone el relato en estampas de extrañeza pura, donde el espectador debe abandonar toda expectativa de lógica para entregarse a la potencia bruta de la imagen.
Forma y color: un manifiesto visual
El estilo pictórico de Streich se caracteriza por un uso radical de los colores puros y las tintas planas, lo que genera una sensación de inmediatez visual y potencia expresiva. Rechaza cualquier tipo de modelado, sombreado o trabajo de volumen, despojando la imagen de toda ilusión tridimensional. Es un acto deliberado de depuración formal, casi ascético, que sitúa al artista en las antípodas de la representación realista.
Esta renuncia se extiende también a la perspectiva, que es sustituida por una organización del espacio basada en la bidimensionalidad y el ritmo compositivo. Los objetos flotan en el lienzo, se yuxtaponen o se repiten sin jerarquías ni puntos de fuga. No hay una dirección que guíe la mirada, sino un campo visual donde todo es simultáneo y equidistante.

El trazo, por su parte, es simple, deliberadamente torpe y esquemático, como si el dibujo hubiese sido ejecutado por un niño o por alguien que ha olvidado el modo adulto de representar el mundo. Pero esta simplicidad es engañosa: bajo su apariencia ingenua se esconde una reflexión rigurosa sobre el lenguaje visual y sus límites. Los signos que Streich traza no buscan «expresar» una idea: son la idea. Son entidades autónomas, suficientes en su forma, que no remiten a una realidad exterior sino que se bastan a sí mismas.
El bestiario abstracto de Oliver Streich. Arte como pedagogía y disidencia.
La trayectoria vital de Oliver Streich no es ajena a su visión artística. Formado en escuelas de arte de Berna, Kolding y Bratislava, ha desarrollado su obra entre la precisión del diseño gráfico y la libertad del arte experimental. Establecido en Dinamarca junto a su esposa, la artista Els Cools, ha combinado la producción artística con la ilustración de libros infantiles y la enseñanza en centros artísticos.

Este vínculo con el mundo de la infancia no debe entenderse como una concesión a lo naíf, sino como una forma de resistencia estética. En un mundo saturado de imágenes hiperrrealistas y mensajes calculados, Streich apuesta por una gramática visual rudimentaria, intuitiva y profundamente libre. Su arte educa, no en el sentido doctrinal, sino como acto de liberación perceptiva: nos enseña a mirar sin prejuicios, a aceptar la ambigüedad, a convivir con lo extraño.
Más que un ilustrador o un pintor narrativo, Oliver Streich es un creador de signos, un demiurgo que construye mundos con apenas unos trazos y un puñado de colores. Su obra no quiere explicarse ni justificar su existencia: simplemente está ahí, abierta, disponible, como una fábula sin moraleja que sigue creciendo en nuestra mirada.
Para más información: oliverstreich.dk