Así es como los bots están manipulando la opinión pública sin que lo notemos
Bots y realidad sintética: El nuevo rostro del poder. En un mundo cada vez más mediado por la tecnología, donde las emociones y las certezas colectivas se gestionan mediante impulsos digitales, el texto Así es como los bots están manipulando la opinión pública sin que lo notemos emerge como una lúcida, inquietante y necesaria advertencia. Lejos de ser una diatriba tecnófoba o un ensayo conspirativo, el texto despliega un análisis minucioso —y profundamente perturbador— sobre el modo en que la opinión pública está siendo moldeada, infiltrada y manipulada por entidades no humanas: los bots. No simples automatismos, sino agentes activos en la guerra por el control simbólico del presente.
Bots y realidad sintética: El nuevo rostro del poder. La opinión pública secuestrada
La premisa inicial desarma: “la opinión pública ya no nos pertenece”. Esta afirmación no busca dramatizar, sino enunciar una verdad incómoda. Lo que alguna vez fue un espacio orgánico de deliberación, de tensiones y consensos humanos, se ha convertido en un tablero manipulado por ejércitos invisibles. Bots que inflan cifras, amplifican discursos, siembran caos o fabrican entusiasmo con una eficiencia robótica y una intencionalidad perfectamente calculada.
El texto, además, nos sitúa en un escenario inquietante: el desvanecimiento de la distinción entre lo real y lo falso. Como bien apunta con ironía Matt Levine en la cita rescatada (“Pump and Dumps Are Legal Now”), vivimos una era donde lo que antes era delito ahora es espectáculo. El entusiasmo, aunque artificial, basta para legitimar cualquier fenómeno. La viralidad ha reemplazado a la veracidad.
El papel de las plataformas sociales en este teatro digital es crucial. TikTok, Instagram, X (antes Twitter): todas ellas se han transformado en escenarios de guerra simbólica, donde la información ya no se evalúa por su veracidad, sino por su capacidad de generar engagement. Chatterflow, herramienta mencionada en el texto, revela que tras muchos de los fenómenos virales se esconde una arquitectura no humana. La ilusión de espontaneidad es cuidadosamente coreografiada. Es el nuevo astroturfing emocional, donde la “opinión pública” no surge, sino que se fabrica.
Bots: los nuevos arquitectos del relato colectivo
Ejemplos como la guerra de Gaza o el escándalo de celebridades muestran cómo el conflicto y el espectáculo se entrelazan. Las narrativas ya no se escriben desde un centro, sino que se fragmentan, se adaptan y se distribuyen según los intereses geográficos, ideológicos o económicos. Una misma cuenta puede llorar a los mártires por la mañana y vitorear a los libertadores por la tarde, con un simple cambio de máscara digital.
Pero más allá del fenómeno, lo que el texto denuncia con una claridad dolorosa es el debilitamiento de la democracia. No por golpes de Estado ni censuras explícitas, sino por una erosión silenciosa, quirúrgica, digital. La opinión ya no pertenece al ciudadano, sino al código. Y ese código responde a intereses que no se someten al escrutinio público, sino al rendimiento del capital, a la pulsión del poder o a la lógica del caos.
Jacki Alexander, de HonestReporting, advierte que los menores de 30 años ya no buscan información: consumen contenido. Y esa diferencia semántica es abismal. No se trata de una evolución cultural, sino de una regresión cognitiva. Si el pensamiento crítico era el músculo de la democracia, las plataformas lo están atrofiando con contenidos predigeridos, diseñados para confirmar prejuicios y evitar la duda.
Mientras tanto, los Estados, lejos de resistirse, replican el modelo. El texto denuncia que gobiernos como el de Israel recurren también a cuentas falsas para empujar su narrativa. La lucha ya no es entre verdad y mentira, sino entre quién grita más fuerte. Y en esta batalla por el volumen, la razón es solo un eco débil.
Quizá la frase más demoledora sea la que plantea que “tal vez ya no discutimos entre humanos”. Es una intuición que, una vez formulada, resulta imposible de ignorar. Tal vez ya no pensamos: solo reaccionamos. Y mientras creemos participar en el debate, el algoritmo —ese nuevo oráculo sin rostro— nos observa repetir patrones, repetir emociones, repetir consignas.
En suma, el texto no solo diagnostica un problema: nos confronta con una pérdida profunda. Ya no solo de la verdad, sino de nuestra propia agencia como ciudadanos. El espacio público ha sido colonizado por inteligencias artificiales que, sin necesidad de mentir, han aprendido a seducirnos con precisión quirúrgica. Lo más inquietante no es que estemos siendo manipulados, sino que ya no podemos distinguir entre lo auténtico y lo artificial. La democracia, en este nuevo escenario, no está muriendo con un golpe, sino evaporándose entre likes.
Bots y realidad sintética: El nuevo rostro del poder. Por Leonardo Lee.