Retratos oscuros, arañados, viscerales. Caras que parecen a punto de gritar. O de desvanecerse.
Borondo: «El arte urbano que raspa el alma». En el cruce incierto entre el arte urbano y la instalación contemporánea, en los intersticios de la ciudad herida y la galería despojada, emerge la obra de Borondo como una conmoción visual y emocional.

En una celda gélida de la antigua prisión de Turín, donde el eco del encierro aún se aferra a los muros, sus placas de vidrio pintadas se presentan no como meros objetos artísticos, sino como heridas abiertas. Figuras espectrales, rostros arañados que parecen a punto de gritar —o de extinguirse— se manifiestan ante nosotros con la urgencia de lo inminente.

Borondo, nacido en 1989 en España, representa a una generación de artistas para quienes el muro no es una superficie, sino una membrana por desgarrar. Su trayectoria, iniciada con fuerza en Italia a raíz del festival OUTDOOR 2012 y consolidada con la exposición ISTEROFIMIA en la galería 999Contemporary de Roma, ha sido una búsqueda constante por destilar humanidad en el gesto destructivo.
Borondo: «El arte urbano que raspa el alma». Su arte no embellece: revela. No decora: cuestiona. Cada una de sus intervenciones parece querer exhumar lo que la ciudad —y quizás nosotros mismos— hemos enterrado bajo capas de olvido.

Lo distintivo de Borondo no radica únicamente en su técnica, sino en la poética que la sustenta. Su obra transita entre paredes ruinosas y vidrios castigados, entre lo pintado y lo borrado, entre la permanencia y la fuga.
Hay algo profundamente lírico en sus imágenes inacabadas, como si la belleza no residiera en la forma plena, sino en su disolución. Sus figuras parecen haber sido arrancadas de una historia antigua, suspendidas entre la ruina y la redención.

A la manera de Vhils —aunque con una sensibilidad menos pirotécnica y más introspectiva— Borondo no pinta sobre la ciudad: la incide, la hiere. Raspa la epidermis urbana para hacer emerger los estratos que laten por debajo.
En esa violencia contenida, paradójicamente, se abre espacio para una forma de ternura: la de lo vulnerable, lo imperfecto, lo que persiste pese al desgaste. Sus intervenciones en escaparates abandonados, cabinas telefónicas en desuso o anuncios rotos no son irrupciones caprichosas, sino actos de comunión con los fantasmas que habitan la decadencia contemporánea.

La elección del vidrio como soporte no es arbitraria. En él se juega la doble condición de transparencia y fragilidad, de reflejo y ruptura. Pintar sobre vidrio —y borrar sobre vidrio— es trabajar sobre lo efímero, sobre lo que se puede romper en cualquier instante.
Borondo convierte este material en metáfora de nuestra condición: somos también, como sus obras, capas superpuestas de historia, de cultura, de memoria. Y es tal vez en esa identificación donde radica el poder conmovedor de su propuesta. Nos vemos allí, desdibujados, dolientes, humanos.

Pero no todo en su gesto es lamento o ruina. Hay en su trabajo una pulsión vital, una fe en la posibilidad de redescubrimiento. Porque a veces —nos dice Borondo sin proclamarlo— crear consiste en borrar. En retirar cuidadosamente lo superfluo, lo impuesto, lo que ya no dice nada, hasta dar con aquello que aún late bajo la superficie. Como un arqueólogo de lo sensible, el artista excava lo urbano para encontrar lo íntimo, lo olvidado, lo esencial.

En un mundo saturado de imágenes pulidas, de discursos cerrados, de superficies sin profundidad, la obra de Borondo aparece como una fisura necesaria. Su arte no nos ofrece respuestas, sino una herida por donde mirar. Nos confronta con lo que somos: fragmentarios, inciertos, en proceso. Y en esa incertidumbre, precisamente, reside su poder: en recordarnos que, incluso entre los escombros, la belleza —esa belleza que no consuela pero tampoco miente— aún puede aparecer.
Borondo no pinta lo que ve: revela lo que se esconde. Y al hacerlo, nos invita a mirar de nuevo. A mirar mejor. A mirar más hondo.
Para más información: gonzaloborondo.com
Borondo: «El arte urbano que raspa el alma». Por Mónica Cascanueces.