Entre velos de color y silencios elocuentes, Ángeles Agrela redefine la representación de lo femenino en el arte contemporáneo, fusionando belleza, crítica y simbolismo en un universo visual tan cautivador como subversivo.
Ángeles Agrela y el esplendor de lo femenino oculto. Asomarse a su obra supone una experiencia estética en el más pleno sentido del término: una conmoción sensorial y emocional, donde la imagen se despliega con un poder hipnótico que apela primero a la mirada, pero no tarda en reclamar la introspección.

Desde el primer instante, el espectador se ve seducido por la exuberancia visual, por esa sinfonía de color, textura y estilización que evoca tanto el legado del pop art como una reinvención crítica del retrato clásico. Las figuras femeninas que pueblan su universo —niñas, adolescentes, mujeres— se presentan en toda su plenitud ornamental, entre melenas imposibles y vestimentas de un preciosismo casi barroco. Y, sin embargo, tras la superficie desbordante, se agazapa un discurso mucho más profundo.

Una vez superado el «síndrome de Stendhal», es decir, el vértigo ante lo bello, el ojo entrenado comienza a percibir la sutileza de un juego de ocultamientos y revelaciones. Las obras de Agrela no solo muestran, sino que velan.
Los rostros, parcialmente cubiertos por cortinajes de cabello o sumidos en la neutralidad hierática de una expresión serena, invitan a contemplar lo que no se dice de forma explícita. Esta estrategia, lejos de ser un capricho formal, obedece a una reflexión crítica sobre la imagen, la identidad y el lugar que ocupa la mujer —o ha ocupado históricamente— en el imaginario visual del arte occidental.

Con más de cuarenta y cinco exposiciones individuales desde mediados de los años noventa, Agrela ha desarrollado una poética visual profundamente coherente, donde cada trazo se convierte en un gesto de resistencia estética.
Su trabajo reciente se concentra en el modo en que la mujer ha sido representada a lo largo de la Historia del Arte y en la necesidad urgente de reformular esa representación desde una perspectiva contemporánea y femenina. Como ella misma afirma:
“Creo que sigue siendo necesario que las mujeres aportemos una visión contemporánea a esta representación de lo femenino por medio del arte”.

Esa declaración, lejos de ser una consigna vacía, se materializa en cada una de sus figuras, que operan como sujetos complejos y no como meros objetos de contemplación. En sus retratos —Emily, Amaryllis, Gloria, Juliette o Leticia, entre otras— la individualidad no se define por los rasgos faciales, sino por otros códigos visuales: la masa capilar que fluye como un río autónomo, los estampados minuciosos, las prendas que combinan lo tribal con lo cosmopolita, lo infantil con lo sofisticado.

Así, Agrela subvierte la tradición del retrato como documento de identidad, proponiendo en su lugar una imagen performativa, mutable, en la que lo accesorio cobra un protagonismo revelador. El cabello, símbolo ancestral de feminidad, erotismo y poder, se convierte en un velo y una declaración, una máscara que no oculta sino que reconfigura el yo. La moda, entendida aquí como una construcción cultural, actúa como campo de experimentación visual y simbólica.

Desde el punto de vista técnico, el dominio de Agrela es absoluto: combina con fluidez los lápices y el acrílico, logrando una fusión entre dibujo y pintura que otorga a sus obras una vitalidad vibrante. Cada mechón, cada pliegue de tela, cada matiz cromático responde a un control minucioso que, sin embargo, no sofoca la frescura ni la energía del conjunto. El resultado es una obra que respira, que se despliega como un organismo lleno de matices, como una sinfonía donde cada elemento visual es a la vez voz propia y parte de un coro mayor.

Ángeles Agrela no se limita a embellecer la figura femenina; la reimagina, la libera y la empodera. En su imaginario, lo femenino ya no es lo pasivo ni lo decorativo, sino lo complejo, lo ambiguo, lo potente. Sus retratos nos obligan a mirar más allá de la imagen y a interrogarnos sobre lo que vemos, sobre lo que creemos ver y, sobre todo, sobre aquello que decidimos no mirar.
Al hacerlo, su obra se inscribe con fuerza en el discurso contemporáneo del arte, pero sin renunciar jamás a la seducción visual, al goce estético y a la posibilidad de una belleza que, sin dejar de ser encantadora, también pueda ser crítica y transformadora
Para más información: @angelesaglela
Ángeles Agrela y el esplendor de lo femenino oculto. Por Mónica Cascanueces.