Sus obras, en su mayoría retratos perturbadores de fuerte cariz terrenal y casi totémico, son exploraciones íntimas del alma humana en proceso de perder sus últimas capas de inocencia.
Volkano: «Inocencia perdida». En el confín sombrío donde la mitología personal se entrelaza con la crudeza de lo real, se alza la obra de Volkano, un pintor alemán que ha sabido conjurar en el lienzo una de las transiciones más universalmente temidas y silenciosamente violentas: el paso de la infancia a la adultez. Lejos de las complacencias estéticas o de las narrativas simplistas, Volkano erige un lenguaje visual propio —ritual, visceral, simbólicamente denso— que actúa como espejo y herida abierta.

Su obra es, en esencia, un testimonio pictórico del duelo existencial. El niño se disuelve en cada trazo, en cada pliegue de carne o cada ave inerte adherida al rostro del retratado, como si el tiempo —ese asesino sin rostro— se manifestara de forma tangible.
La infancia, según Volkano, no desaparece de forma dulce ni nostálgica; se extingue con una violencia silenciosa, irreparable, tal como la libertad que simboliza un ave caída. Este pájaro muerto, recurrente en su iconografía, no es un simple ornamento alegórico, sino un umbral, un objeto totémico de iniciación, casi chamánico, que conecta lo que fue con lo que ya no podrá volver a ser.

Los retratos de Volkano tienen una cualidad ceremonial.
Los modelos —niños en su mayoría— portan sobre sus cabezas las aves muertas, sujetas con cordeles rituales, cruzando la cara, tapando la boca o rodeando la barbilla, como máscaras funerarias del yo perdido. Esta imagen desconcierta y fascina. ¿Estamos ante un rito de paso? ¿Ante una ceremonia privada de transformación? Sin duda, sí. Pero también estamos ante una crítica feroz a la violencia estructural de la madurez: el trabajo, las obligaciones, la conciencia del tiempo, la muerte progresiva del asombro.

La narrativa simbólica de Volkano se enriquece aún más con la introducción de la carne cruda, presente en muchas de sus composiciones como emblema de la crudeza de vivir. No es casual que esta carne aparezca en contextos que remiten a la adolescencia o a la pubertad, pues ella simboliza tanto la lujuria incipiente como el desgarro de lo espiritual al ingresar en el reino de lo corpóreo. “La leche se convierte en sangre y el chocolate en carne”, declara el artista, sintetizando con esa frase la brutal metamorfosis del deseo puro en deseo carnal, del juego en lucha.


Técnicamente, Volkano se posiciona dentro del realismo, pero desborda los límites de cualquier etiqueta cómoda.
Su pincelada es precisa, contenida, al servicio de una figuración obsesiva, aunque su temática abre un campo de tensiones que lo acerca más al realismo mágico o al surrealismo pagano. No hay en su obra efectos gratuitos: todo está cargado de peso simbólico, de una densidad metafísica que invita a contemplar sus cuadros como si se trataran de antiguos frescos rituales, documentos de una religión sin dios, cuyo único dogma es el dolor de crecer.

Los fondos neutros y sobrios que elige para sus retratos refuerzan el protagonismo del personaje y sus ornamentos rituales. Nada distrae de la escena central. Cada figura se ofrece como emblema solitario de una humanidad en tránsito, como icono moderno de un sufrimiento sin palabras. La solemnidad de sus composiciones recuerda a la imaginería medieval, pero con la crudeza y sinceridad del presente. Volkano no embellece. No mitifica. No consuela. Solo muestra.

Su recorrido artístico —desde sus travesuras gráficas de infancia hasta su inclusión en ferias internacionales como Scope Miami, Art Basel o Art Copenhagen— da cuenta de un talento que no ha perdido contacto con su impulso original. Incluso su recuerdo infantil de grabar dibujos en el auto familiar con una piedra parece prefigurar ya ese acto de ruptura, de marcar territorio, de hacer del daño algo sagrado y necesario.

Volkano es, en suma, un pintor de umbrales. De heridas. De pasajes. Un chamán visual que ha decidido no olvidar el trauma de crecer, y que, con honestidad brutal, nos lo devuelve en forma de arte. Un arte que duele, sí, pero también purifica.

Volkano: «Inocencia perdida». Entrevista:
¿Por qué utilizas el ave como símbolo de la inocencia?
El ave es conocido como un símbolo de libertad debido a su capacidad de volar, tiene la libertad de volar donde quiera. Un pájaro muerto es exactamente lo contrario de esto, la libertad está muerta. Y así es cuando pasas tu infancia. De niño te sientes libre. No tienes responsabilidad por nada, los días son tan largos, no hay tiempo, porque no usas un reloj, no estás consciente del tiempo. Solo recuerda el verano en tu infancia, fue interminable. Y a medida que creces, entras en la edad adulta y todo está resuelto. Escuela, trabajo, obligaciones sociales … ¡la libertad está muerta!

¿Por qué sujetas las aves a las caras de tus modelos? ¿Cómo se te ocurrió la idea?
Es un ritual de iniciación mística que he creado. Los niños llevan a las aves muertos en la cabeza, sujetos a la barbilla y a la boca para iniciarse en el mundo de los adultos. El pequeño pájaro muerto les transfiere el hecho de que la siguiente etapa en la vida será difícil.

¿Cómo definirías tu estilo?
Realmente no lo sé. No pienso en eso y no le daría un nombre en realidad. Pero mi técnica es el realismo, supongo.

También he visto que dibujas trozos de carne cruda como símbolo. ¿Cuál es el mensaje?
De nuevo representa un ritual de iniciación mística. La carne es una metáfora de la edad adulta porque la edad adulta es tan cruda y sangrienta como un trozo de carne. A medida que creces, todo se pone feo; La leche se convierte en sangre y el chocolate en carne. También es un símbolo de la lujuria de la carne, que te atrapa a cierta edad y nunca te deja libre. Definitivamente continuaré esta serie en un futuro cercano…
Volkano: «Inocencia perdida». Por Mónica Cascanueces.