Un genio frívolo que desnudó sin piedad a la alta sociedad de su tiempo. Vivió apenas 59 años. Fue un chico abandonado. Se crió entre las supersticiones y las brujerías del sur profundo de los Estados Unidos.
Truman Capote: Ícaro quemado por las luces de la fiesta. Trazó a solas y desde muy temprano su destino literario. Un crimen en Kansas, que para el periodismo fue apenas una crónica policial, le dictó una novela inmortal: In Cold Blood (A sangre fría). Vivió y fue estrella entre la high society neoyorkina, que después lo condenó al exilio social. Pero el castigo que lo derrumbó no pudo eclipsar su talla ni su gloria de escritor.
Fue uno de los escritores más influyentes y polémicos del siglo XX, destacó no solo por sus obras, si no también por su personalidad extravagante y provocadora que le hizo ganar tantos admiradores como enemigos, especialmente entre las mujeres de la alta sociedad de Nueva York.
Capote, en un principio se ganó la confianza, la amistad y el cariño de las damas más elegantes y poderosas de la época, entre ellas, Babe Paley, esposa del fundador de la CBS, el magnate americano William S. Paley; Slim Keith, ex mujer del director, productor y guionista Howard Hawks; Gloria Guinness, una de las herederas más ricas del mundo e icono de la moda; Lee Radziwill, hermana de Jackie Kennedy Onasis y esposa de un príncipe polaco; Ann Woodward sospechosa de asesinar a su esposo,William Woodward Jr., un rico heredero y miembro de la alta sociedad; C.Z. Guest; modelo y musa de Salvador Dalí, Andy Warhol y Diego Rivera (que llegó a retratarla desnuda); Marella Agnelli; mujer del heredero el imperio automovilístico italiano Fiat y gran coleccionista de arte; o Pamela Harriman, famosa por sus relaciones con hombres ricos y poderosos, como el hijo de Winston Churchill y por su papel como líder del Partido Demócrata en los Estados Unidos.
A todas ellas les llamaba «sus cisnes». Les contaba historias, les hacía reír, les daba consejos y escuchaba sus confesiones más íntimas. Ellas le abrían las puertas de sus mansiones, le invitaban a sus fiestas y a viajes a los destinos más exclusivos.
La doctora en Letras e investigadora Liliane Kerjan (Francia, 1940) publicó hace unos años el ensayo Truman Capote
Sobre esta síntesis de apenas 304 caracteres propia de una enciclopedia (No la británica..), la doctora en Letras e investigadora Liliane Kerjan (Francia, 1940) publicó hace unos años el ensayo Truman Capote, en Argentina hay una edición publicada por El Ateneo. Son 250 páginas imprescindibles, y sin duda el más profundo estudio sobre la vida y la obra del insoslayable autor de A Sangre Fría, inauguración de la novela testimonio, sin duda su cumbre, pero también un maestro de la observación, de la entrevista como género mayor, y de retratos brillantes del algo más de medio siglo que le tocó vivir.
Rigurosa en cada línea, Kerjan rastreó no sólo la obra completa de Capote citada al final con sus datos esenciales: también su vida, sintetizada en una útil y completa cronología ideal para buscadores de perlas…
Y por supuesto, recupera su voz en una colección de recuerdos de alto lirismo, como este fragmento:
«Para mí, la dulce furia de la trompeta de Armstrong, la ronca exuberancia de sus gestos, son en cierto modo como la magdalena de Proust: hacen que vuelvan a levantarse las lunas del Misisipi, evocan las luces fangosas de las ciudades ribereñas y el sonido de las sirenas en el río, que se parece al bostezo de un caimán. Oigo la embestida del agua mulata contra los flancos del barco. Sigo oyendo el compás marcado con el pie de ese Buda burlón al tocar The Sunny Side of the Street, para acompañar sus rugidos…».

Tenía apenas 16 años cuando entró –o mejor: irrumpió–en la redacción de la célebre, refinada, intelectual revista The New Yorker, con su aspecto aniñado, su homosexualidad evidente e indisimulada, y cierto inquietante aire de perversión.
Ya había decidido «ser escritor, ser rico y ser famoso», aunque su primer trabajo estaba lejos de augurarlo: consiguió un modesto empleo de cadete, y su gris tarea no iba más allá de seleccionar los chistes de cada edición, «pero usaba traje, chaleco, y los mismos y muy caros zapatos del director, porque así todos sabrían lo que les esperaba cuando mis cuentos cortos empezaran a publicarse. ¿O creían que yo era realmente el cadete, y no un genio?»
Truman Capote: Ícaro quemado por las luces de la fiesta