La obra de Concha Martínez Barreto supone una intensa reflexión sobre la fragilidad de la memoria y la vida, sobre la propia identidad, las conexiones intergeneracionales, la muerte y el olvido.
Reflexiones de Concha Martínez Barreto sobre la fragilidad. Con un marcado carácter autobiográfico, el trabajo de Concha Martínez Barreto constituye un ejercicio de desnudez, en el que lo extraño y enigmático hablan de cuánto hay de incomprensible o inefable en la vida.
El pensamiento de Leucipo y Demócrito sostiene que es el vacío lo que les permite explicar la diversidad de las formas de las cosas, sus disposiciones, sus diferencias: “Estos átomos, separados unos de otros en el vacío infinito y diferentes por sus figuras y tamaños, así como por su posición y disposición, se desplazan en el vacío, y cuando coinciden unos con otros chocan y unos salen rebotados en cualquier dirección, mientras que otros se entrelazan entre sí, de acuerdo con la congruencia de sus figuras, tamaños, posiciones y disposiciones, y permanecen juntos.
De este modo dan lugar al nacimiento de los cuerpos compuestos”. La memoria es el cuerpo compuesto en el que juegan y se entrelazan recuerdos (átomos) y olvidos (el vacío), de cuyos choques y encuentros nacen nuevos recuerdos y surgen las diferencias que distancian las mismas vivencias en el tiempo: lo recordado por Concha y lo recordado por su padre, lo recordado por Concha hoy y lo que recordará mañana, lo recordado y lo olvidado por su padre, lo que no recuerda ni uno ni otro, lo que nunca recordarán ambos.

Decía Barthes que la fotografía alcanza su cénit cuando la muerte ha hecho de la imagen el testimonio único de la existencia del ausente, de que algo ha sido, pero de lo que se trata no es tanto de contemplar “lo sido” en un tiempo que no es el suyo, como de darse cuenta de lo añadido, de lo “presente” en la imagen y en nosotros mismos.
La memoria, aunque se refiere al pasado, es cosa del presente. O, dicho de otro modo, si el pasado existe, existe como presente, articulado en torno a una referencia de sí mismo en el tejido de lo que es efectivo, actual.
El trabajo de Concha Martínez Barreto explicita esta relación entre memoria y presente porque siempre es demasiado tarde y lo que queda, lo único que queda realmente está en nosotros -“Que estamos llenos de trozos de vida de los que nos precedieron, aunque no tengan nombre”-, pero este estar es mediado y reconstructivo: sus dibujos reconstruyen con un minucioso trazo los contornos de la imagen de quienes nos precedieron para dar cuenta de algo que ya está contenido en la propia fotografía, a saber: que ésta no facilita nunca un acceso “inmediato” al pasado, como sostiene Barthes, sino siempre mediado por nuestra forma de ensamblar los recuerdos porosos y calizos: “Con el acto de dibujar estas imágenes, en un dibujo lento y minucioso, trato de recomponer esas vidas, de reconstruirlas a partir de casi nada”.

Y aunque la posición de Concha en la perspectiva de sus dibujos parece ser la que antaño ocupara el fotógrafo, honestamente aflora el interrogante por el sentido que a ella se le hurta, como se le hurta en realidad a quién contempla aquellas imágenes, las suyas o las nuestras, cuando sacamos, como de una cápsula del tiempo, las fotografías familiares de álbumes o de cajas de galletas. Quiénes son ellos, qué vivieron, qué sintieron.
Dibujarlos despacio, pensar en ellos al tiempo en el que el lápiz reconstruye sus caras y gestos, aunque esas fotografías inicialmente carezcan de un sentido inteligible para quien las contempla, implica que pasen poco a poco a formar parte de ella misma, de su identidad. Ni los muertos ni su memoria se transmiten, pero sí puede ser transmitida su vida. La capacidad de las imágenes para retener la memoria (familiar) no es la de la captación en sí misma de lo sido, sino el ejercicio activo del hacerse cargo.
La obra de Concha es, en este sentido, un hacerse cargo de los otros en sí misma y darles otra vida lejos de la muerte que su petrificación en la fotografía indica, y con ello conformar, “forjar”, ella también, su propia identidad. Dibujar es marcar contornos, repasar las líneas del recuerdo, pero también dejar constancia del espacio en blanco del olvido. El dibujo, con su grosor, hace notar la marca de los barandales.
Reflexiones de Concha Martínez Barreto sobre la fragilidad. Desde el presente, las huellas de las fotografías de familia permiten unir los puntos que reconstruyen las vivencias que nos conforman y que nos transmiten una experiencia.

En este sentido, el trabajo de Concha está compuesto por dibujos realizados a partir de fotografías familiares que no han despertado recuerdo alguno y cuyos rostros, en la mayoría de los casos, no se reconocen. Y, sin embargo, nos constituyen. Dibujar sus caras, detenerse en el detalle es una forma de manifestar la realidad íntima de la propia identidad, que no es nada dado, sino construido y reconstruido, dando cuenta de lo que debemos a quienes nos precedieron.
Usando una poética con la que da cuenta de cómo el pasado configura nuestras vidas, la artista opera como una arqueóloga que revelase capas que permanecían ocultas. De esta forma, nos muestra la profundidad del tiempo, las heridas, el amor y, en definitiva, las raíces en las que se ancla la identidad.
Toda su obra se vuelve, así, en una mirada hacia el interior, una indagación en el deseo, los temores y conflictos. En cierta manera, acaba conformando un imaginario de todo aquello que somos y que nos resulta difícil revelar ante nosotros mismos.


A través de diferentes técnicas y medios indaga en el pasado. Sin embargo, no lo hace intentando la reconstrucción imposible de lo perdido o llevando a cabo un árido trabajo de catalogación. De hecho, se trata de una tarea que da cuenta, precisamente, de la dificultad de toda rememoración, así como de la importancia de mostrar los fragmentos, las huellas que deja el tiempo.
Reflexiones de Concha Martínez Barreto sobre la fragilidad. Extractos del texto de Ana Carrasco Conde