La femen retratada es una figura que escapa a las convenciones, una manifestación ambigua entre lo sensual y lo grotesco, lo delicado y lo provocador.
La mujer retratada por Miss Van es sensual y feroz, vulnerable y segura, teatral y profundamente auténtica. Es un espejo deformado de la feminidad, una parodia amorosa, una exaltación de lo corporal, de lo emocional y de lo irracional. Es, en última instancia, una mujer libre: libre para mostrarse, para esconderse, para jugar, para llorar, para desear y para resistir.

Desde sus primeras intervenciones urbanas en las calles de Toulouse en los años 90, Miss Van —nombre artístico de Vanessa Alice Bensimon— ha ido moldeando un universo femenino complejo, caracterizado por una profunda carga simbólica, emocional y erótica. Su estilo inconfundible mezcla lo barroco con lo burlesco, lo teatral con lo íntimo, dando lugar a figuras femeninas de ojos grandes, labios carnosos y miradas entre desafiantes y melancólicas.

Estas mujeres no son retratadas como simples objetos de deseo. Son sujetos poderosos, autorreferenciales, que se apropian de su cuerpo y lo exponen como un medio de expresión. En ellas conviven el placer y la tristeza, la máscara y la autenticidad. Pueden aparecer disfrazadas, maquilladas, con elementos animales —orejas de conejo, máscaras felinas, colas de zorro— que evocan una sexualidad instintiva, casi salvaje, pero también lúdica y ritual.

La mujer de Miss Van es voluptuosa y curvilínea, alejada de los cánones de belleza normativos impuestos por la moda o la publicidad.
Tiene una presencia física poderosa, a menudo acentuada por posturas sugerentes o teatralizadas que, sin embargo, no la convierten en víctima de la mirada ajena. En vez de ser observadas pasivamente, estas figuras parecen observar de vuelta, cuestionando al espectador con una mezcla de altivez y vulnerabilidad. Su erotismo no es complaciente; es una forma de resistencia, de afirmación personal.



A lo largo de los años, las mujeres de Miss Van han evolucionado desde representaciones más caricaturescas hacia retratos más introspectivos y matizados. En sus obras más recientes, los rostros muestran una profundidad emocional mayor, a veces incluso una tristeza muda o una serenidad inquietante. El maquillaje sigue presente, pero ahora actúa más como una segunda piel, una extensión de la identidad, y menos como una máscara que oculta. La sensualidad sigue siendo central, pero ya no es una provocación superficial, sino una declaración de libertad y complejidad.

La teatralidad es otro componente esencial en sus retratos. Las mujeres aparecen en escenarios oníricos, llenos de cortinas, plumas, encajes, y texturas opulentas que evocan lo barroco y lo decadente.
Esto no solo añade riqueza visual a sus obras, sino que también refuerza la idea de que estas mujeres están interpretando un papel, aunque sea el suyo propio. Juegan con los arquetipos —la musa, la femme fatale, la niña traviesa, la diva del cabaret— pero sin someterse a ellos. Los reinterpretan, los subvierten, los poseen.



La animalidad es también un rasgo clave. Muchas veces, estas figuras están acompañadas de animales o fusionadas con ellos. No se trata de una simple estética fantasiosa, sino de una manera de explorar lo instintivo, lo salvaje, lo irracional que también forma parte de la experiencia femenina. Los elementos animales pueden simbolizar protección, deseo, fuerza, o conexión con la naturaleza, pero siempre remiten a una dimensión no domesticada del ser.


Miss Van ha sido criticada en ocasiones por sexualizar en exceso la figura femenina. Sin embargo, esta crítica suele pasar por alto que su enfoque no es el de un voyeur externo, sino el de una artista mujer que explora su propia visión del cuerpo, del deseo, del poder y de la fragilidad. Sus personajes no piden aprobación ni indulgencia; se presentan como son, con sus contradicciones y excesos, con su belleza voluptuosa y su dolor latente.
La mujer retratada por Miss Van. Por Rococó de la Mer