INFOMAG MAGAZINE

El bosque emocional de Sebastià Martí Benedí

Entre el simbolismo y el surrealismo, una obra que explora el deseo, el humor y la inquietud interior.

El bosque emocional de Sebastià Martí Benedí. En la vasta e intrincada constelación del arte contemporáneo, la figura de Sebastià Martí Benedí se destaca con una singularidad que desborda etiquetas, aunque él mismo las acepta, con reticencia pragmática, como símbolos de aproximación: simbolismo, surrealismo, erotismo y humor.

Estas coordenadas estilísticas, más que categorías rígidas, funcionan como espejos fragmentados donde se refracta la complejidad emocional y estética de su propuesta artística.

Martí Benedí es, ante todo, un creador de atmósferas afectivas, un demiurgo visual que se sirve de las herramientas de la ilustración para adentrarse en el mundo de lo intuitivo, lo visceral, lo no dicho. Sus obras no se explican: se sienten.

En un tiempo donde el arte parece inclinarse con frecuencia hacia la sobre intelectualización, Sebastià revindica el poder de la sensación directa, de ese estremecimiento que atraviesa el cuerpo cuando se contempla lo incómodo, lo hermoso o lo absurdamente cierto. Su trabajo se erige como una invitación a la experiencia pre-verbal, como una punzada sutil que, lejos de exigir interpretación, solicita entrega.

La técnica, en su caso, no es mero medio sino vehículo de precisión expresiva.

Su predilección por la acuarela revela una búsqueda de inmediatez, una pulsión por atrapar lo efímero con una agilidad que no sacrifica la profundidad. La soltura del trazo, la transparencia de las capas, el control de la mancha: todo confluye en composiciones que, sin renunciar a la forma, priorizan la atmósfera. No obstante, su espectro técnico abarca también el dibujo a lápiz y tinta, la ilustración digital y una ocasional incursión en la pintura al óleo, cada uno con un papel táctico en su arsenal expresivo.

Sebastià se mueve entre estilos con una aparente heterogeneidad que, sin embargo, revela una coherencia profunda: la fidelidad a su propio bosque interior. Porque esa es, quizá, la metáfora central de su arte: un bosque psíquico, denso y mutable, donde se alternan claros y sombras, delicias y terrores, pulsiones y nostalgias.

No hay línea narrativa, sino un mapa sensorial que se despliega como un sueño lúcido, donde el espectador es invitado —más bien arrastrado— a una deriva emocional.

El bosque emocional de Sebastià Martí Benedí. Su universo visual está poblado por formas viscosas, de una belleza equívoca, a menudo cercanas a lo orgánico y lo tripofóbico.

Figuras que se insinúan entre lo humano y lo monstruoso, lo deseable y lo repulsivo, lo erótico y lo perverso. La tensión entre atracción y rechazo es una constante en su iconografía: el deseo nunca es puro, la lujuria está atravesada por la culpa, la fantasía se contamina de una conciencia amarga.

Y sin embargo, hay humor. Un humor extraño, desplazado, que no busca la risa fácil, sino que evoca esa sonrisa incómoda que brota del reconocimiento de nuestra propia fragilidad y ridiculez.

No es casual que su obra evoque estados alterados de percepción. Hay algo onírico, o incluso psicotrópico, en la manera en que articula lo real y lo fantástico. Sus imágenes remiten a un inconsciente que no ha sido domesticado del todo, a una infancia que se resiste a ser olvidada, a pesadillas que uno ha aprendido a tolerar como parte de sí. Es en esa ambigüedad —emocional, moral, estética— donde reside la potencia de su propuesta.

En un momento vital donde anhela mayor visibilidad, no por vanidad, sino para consagrarse plenamente al acto creativo, Sebastià Martí Benedí nos recuerda que el arte auténtico no es aquel que busca complacer, sino el que se atreve a incomodar, a suscitar preguntas sin prometer respuestas. Su obra no es una guía, sino un espejo. Y como todo espejo sincero, nos devuelve una imagen deformada, pero profundamente verdadera, de aquello que no siempre queremos ver.

Quien se adentre en su bosque, debe estar dispuesto a perderse. Solo así, entre las sombras y los reflejos, será posible encontrar —aunque sea por un instante fugaz— el sentido oculto de las emociones que aún no sabemos nombrar.


El bosque emocional de Sebastià Martí Benedí. Por Mónica Cascanueces.

Salir de la versión móvil