La poética silente de la forma, una aproximación a la obra escultórica de Willy Verginer
Willy Verginer: «Entre lo idílico y la realidad». En el vasto panorama de la escultura contemporánea europea, la figura de Willy Verginer se alza con una voz propia, silenciosa y lúcida, como un eco que reverbera desde las montañas del Tirol del Sur hacia el mundo.
Nacido en Bressanone en 1957 y radicado en Ortisei, Verginer ha sabido esculpir no solo la madera, sino también una trayectoria artística inconfundible, enraizada en la tradición alpina pero con una proyección universal que trasciende cualquier frontera geográfica o estilística.


Lo primero que asalta la mirada del espectador al enfrentarse a sus piezas es el uso audaz y singular del color. No se trata de una policromía banal ni decorativa, sino de una estrategia visual precisa, casi quirúrgica, mediante la cual el artista subraya, aísla o resignifica ciertas zonas de la escultura.

Los colores planos, aplicados con una deliberada geometría cromática, quiebran la expectativa de realismo e introducen un plano conceptual que invita a una lectura más profunda. Son como silencios coloreados dentro del discurso formal de la obra, zonas de pausa que otorgan densidad simbólica a la superficie.

Pero detenerse en la apariencia sería quedarse apenas en el umbral de una experiencia estética mucho más compleja. La obra de Verginer, aun cuando figurativa, está lejos de ser mimética. En sus formas humanas, animales o híbridas, se percibe una intención alegórica que rebasa lo anecdótico. Sus figuras, talladas con una destreza que remite a una herencia artesanal centenaria, se presentan con una quietud inquietante. Son seres suspendidos en un instante atemporal, como si estuvieran atrapados en medio de una revelación muda.

Lo que confiere a su escultura un carácter singular es, sin duda, la capacidad para conjugar lo poético con lo crítico. A través de composiciones que a menudo establecen tensiones entre el ser humano y la naturaleza, Verginer lanza preguntas sin formular juicio. Su obra es una invitación a la meditación: ¿Qué lugar ocupamos los humanos en el entramado vital del planeta? ¿Cómo nos relacionamos con los otros seres que lo habitan? ¿Dónde se sitúa la frontera entre lo natural y lo artificial?

Este enfoque le permite participar, sin adherirse de forma literal, de una sensibilidad ecológica profundamente contemporánea. Las esculturas de Verginer no denuncian, no sermonean; más bien susurran. Nos invitan a un diálogo introspectivo y sereno, en el cual el espectador se convierte en cómplice de una narrativa que, aunque silenciosa, está cargada de significados.

Willy Verginer: «Entre lo idílico y la realidad». La crítica ha situado su trabajo dentro de una línea figurativa que comparte afinidades con artistas como Stephan Balkenhol y Aron Demetz.
Sin embargo, como señala con agudeza el curador y crítico Luca Beatrice, la obra de Verginer se distingue por una visión más elevada. Mientras Balkenhol apuesta por una figuración austera y Demetz por una expresividad fragmentaria, Verginer construye una poética de la totalidad, una cosmovisión que no renuncia a las raíces de su territorio pero que las sublima en clave contemporánea. Su arte es memoria y visión, arraigo y vuelo.

Cada una de sus instalaciones es una escenografía mental donde la madera se convierte en vehículo de reflexión. En este sentido, su elección de material no es neutral. La madera, con su textura orgánica y su historia ancestral, le permite mantener un diálogo íntimo con la naturaleza.

A diferencia del mármol o el bronce, que remiten al monumento o a la permanencia, la madera habla de lo vivo, de lo mutable, de lo vulnerable. Al trabajarla, Verginer no busca ocultar sus vetas ni sus imperfecciones; al contrario, las integra en la narrativa de sus figuras, como si cada nudo o grieta contuviera una verdad latente.

En definitiva, la obra de Willy Verginer se inscribe en una dimensión donde arte, pensamiento y emoción convergen con una coherencia rara en los tiempos actuales. Su escultura no busca epatar ni seducir por vía de la espectacularidad, sino que persuade con la serenidad de quien tiene algo esencial que decir. Y lo dice, no a gritos, sino con la elocuencia de la forma.
Willy Verginer: «Entre lo idílico y la realidad». Por Mónica Cascanueces.