Emotivas ilustraciones cargadas de sensualidad y sentimiento
Roberta Zeta: «La íntima poética entre lápices y brochazos». En un mundo saturado de imágenes veloces y narrativas efímeras, la obra de Roberta Zeta se erige como un susurro pausado que invita a la contemplación profunda.
Nacida en Italia y actualmente residente en Helsinki, esta ilustradora no solo dibuja figuras: esculpe emociones, traza pensamientos y colorea vivencias con una sensibilidad que solo puede forjarse en la alquimia entre vocación postergada y deseo irreprimible. Su trayectoria artística no es lineal, sino circular, como un espiral que la devuelve siempre al epicentro de su identidad: el dibujo.

Roberta comenzó a dibujar con apenas unos meses de vida, como si el acto de trazar líneas sobre el papel fuese una extensión natural de su respiración. Sin embargo, el camino hacia la ilustración profesional estuvo minado de dudas y postergaciones.
En sus años de formación académica, eligió distanciarse de lo que más amaba, convencida de que la ilustración no era una opción viable, ni económica ni emocionalmente. Temía confrontar sus propios límites, esos que suelen aparecer cuando se pone el alma en juego.
Así, pasó por estudios de Derecho y ocupaciones tan dispares como recepcionista o promotora de conciertos underground, orbitando siempre en torno a actividades que, de alguna manera, rozaban el arte sin asumirlo del todo.

Entre la precisión del grafito y el caos del color: la estética dual de Roberta Zeta
Pero el arte, cuando es auténtico, no puede ser reprimido por tiempo indefinido. Fue esa persistente presencia del dibujo, esa constante en su vida frente a lo efímero de los otros trabajos, lo que finalmente la empujó a hacer una elección radical: abrazar la ilustración no como un pasatiempo o un ejercicio de evasión, sino como un proyecto de vida.
Y con ello, Roberta no solo eligió una profesión, eligió enfrentarse consigo misma, con sus miedos y sus anhelos más profundos. Como ella misma afirma, su carrera es tanto una dicha como un reto, una tensión constante entre el amor por lo que hace y la búsqueda de metas aún por conquistar.

En cuanto a su técnica, Roberta articula un lenguaje plástico que fusiona la precisión del dibujo con la libertad del color. Prefiere el lápiz como punto de partida, herramienta íntima y silenciosa que le permite capturar una imagen que la conmueve o en la que se reconoce. No hay en su trazo una voluntad de mimetismo, sino de resonancia: dibuja lo que vibra con su interioridad.

Roberta Zeta: «La íntima poética entre lápices y brochazos». El trazo como destino, una artista que vuelve a sí misma a través del dibujo
Pero cuando llega el momento de aplicar color, la artista suelta las amarras del control. Sus brochazos son espontáneos, casi impulsivos, como si el color no obedeciera a las formas sino a un ritmo emocional. Este contraste entre contención y expansión, entre lo lineal y lo caótico, es precisamente lo que dota a sus ilustraciones de una vitalidad que las hace memorables.

La inspiración de Roberta no responde a una lógica sistemática, sino que emana de su diálogo constante con el mundo. Puede surgir de un libro, una escena cinematográfica, una exposición de arte, una fotografía o incluso una ilustración en las páginas del New Yorker.
Lo esencial no es el objeto de inspiración, sino la conexión emocional que establece con él. Su mirada está afinada para detectar belleza donde muchos no la ven, y esa capacidad de sublimar lo cotidiano en imágenes poéticas es, quizás, su mayor virtud.

Roberta Zeta encarna la figura del artista contemporáneo que no teme reconocer sus procesos, sus temores ni sus desvíos. Su obra no responde a tendencias pasajeras ni a imperativos de mercado: es una búsqueda honesta, que encuentra su fuerza precisamente en haber sido postergada, resistida, vuelta a intentar.

En cada ilustración suya late una biografía no dicha, una historia de retorno, de reconciliación con lo esencial. Así, su arte no solo ilustra: ilumina. Y en un tiempo como el nuestro, en el que todo parece exigir inmediatez, su apuesta por la lentitud del lápiz y la verdad del gesto constituye, sin duda, una forma de resistencia.
Roberta Zeta: «La íntima poética entre lápices y brochazos». Por Mónica Cascanueces.