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La suspensión de lo real en la obra de Sergey Loie

La belleza no precisa explicación.

La suspensión de lo real en la obra de Sergey Loie. En 333, el artista despliega un universo visual en el que la representación se despoja de toda narración convencional, y los modelos que pueblan sus composiciones devienen enigmas suspendidos en un tiempo inasible.

La obra se afirma en la paradoja: lo que vemos no es más que un instante congelado, y sin embargo, el espectador intuye —o más bien desea intuir— un devenir que no existe, un gesto detenido que parece anunciar una historia que nunca llegará.

La suspensión de lo real en la obra de Sergey Loie. La cámara del autor no capta la realidad, sino que la destila hasta vaciarla de todo referente reconocible.

Loie desmantela así cualquier intento de lectura lineal. Sus modelos, atrapados en posturas peculiares, desafían la lógica narrativa y se tornan presencias absolutas. No hay contexto, no hay psicología ni biografía; solo cuerpos suspendidos en una suerte de vacío ontológico. Lo que queda es una imagen que interroga más que responde, una escena que niega toda certidumbre.

Y es precisamente ahí —en ese juego de ambigüedades y silencios— donde habita la esencia del trabajo de Loie. El observador, frente a estas figuras inescrutables, se ve obligado a proyectar sus propias ficciones, a construir significados en un espacio donde deliberadamente no los hay.

De vez en cuando, una curva corporal o un giro sutil de la cabeza nos sugiere un movimiento inminente, pero pronto comprendemos que se trata de un espejismo: una ilusión óptica que reafirma la inmovilidad como estrategia estética.

333 no busca complacer ni narrar; busca detenernos. Nos enfrenta a la imagen pura, desprovista de tiempo y de historia, como si Loie quisiera recordarnos que, en el arte, lo esencial no siempre se revela, sino que se insinúa.


La suspensión de lo real en la obra de Sergey Loie. Por Mónica Cascanueces.

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