La regla crítica: Eran tres globos. Hasta hace poco todos éramos un poquito epidemiólogos, vulcanólogos y militarólogos, o casi todos. Se nos agrandaban las bocas dentro de las mascarillas quirúrgicas, se nos iban las lenguas hablando de las lenguas de lava, hacíamos coladas sin lavadora y se nos dilataban las gargantas para gritar como si fuéramos afganos o ucranianos.
Los amaneceres nos despertaban con un carácter intensamente estromboliano, escupiendo ceniza y lágrimas piroclásticas. Pegábamos los ojos a los televisores igual que antes soldábamos las orejas a unos transistores, gracias a los carruseles deportivos.
Hablábamos de Todoque, Kabul, Wuhan y Kiev con el tremor lógico que precede a las desgracias. Nos quedábamos quietos en los toques de queda, en nuestras guaridas, comíamos plátanos de Canarias y anteponíamos el látex de los guantes al de los condones. Nos moríamos un poco con los muertos que pretendían salir vivos colgándose de un avión, con nuestros familiares que se morían confinados en la soledad del Valle de los leprosos, con las casas sepultadas a pie de un volcán y con los que fallecían como
producto de una guerra. Nos pinchábamos banderitas de Ucrania en el pecho, nos sometíamos a un certificado de vacunas tatuados con hierro candente, como el ganado, y soñando con algo que ganar. Nos revolvía las entrañas saber que los talibanes marcaban con pintura brillante las puertas de las casas a las que tendrían que volver y nos sonrojábamos al ver cómo crecía y se empalmaba el registro de personas refugiadas por todo el mundo.
Jode pensarlo y aún jode más decirlo, siempre lo mismo, muerte y destrucción.
Pero hay cuestiones que son relevantes gracias a su propia relevancia y dependen de la que decidan que deban tener porque, para los que mandan, la importancia es efímera y fugaz. Y puede ser que ya nadie habla de nada, ni en las noticias siquiera, porque ya todo está solucionado, aunque no me lo creo. Y puede ser que sea porque las ayudas prometidas llegaron a donde deberían haber llegado, que tampoco me lo creo. Y puede ser que ya no esté muriendo nadie, que ni de coña me lo creo.
Hasta hace poco había tres globos que se dormían y ya quedan sólo dos, y yo hasta mañana, que me duermo yo, que me duermo yo.
Eran tres globos. La Regla Crítica por Carlos Penas,