El escritor Mark Twain invitaba a no discutir nunca con una persona ignorante para evitar situarse a su mismo nivel. Pero ¿han de ser obligatoriamente las discusiones fuente de conflictos?
Nunca discutas con un ignorante. No son pocos los psicólogos y especialistas del comportamiento humano que defienden la discusión como fuente de conocimiento y desarrollo. Que discutir es incluso saludable y constructivo, aseguran. La propia RAE define el verbo como «examinar atenta y particularmente una materia», referido siempre a dos o más personas que, al fin, son quienes entablan la discusión. Y el examen atento de cualquier materia es necesariamente productivo.
Sin embargo, en el día a día, de manera insistente, el verbo «discutir» se utiliza como sinónimo de pelear o enfrentar posiciones. Tal vez por ello no sean pocas las personas que se vanaglorian de nunca discutir.
Pero no hacerlo implica reprimir en el propio interior maneras de sentir o pensar, no equipararlas con otras ajenas y, por tanto, rechazar estas sin siquiera haberles prestado atención. Todas las personas afrontamos, a lo largo de la vida, multitud de situaciones que nos obligan a discutir para poder expresarnos, adquirir nuevos conocimientos y evitar frustraciones.
Cualquier discusión debe tener por objetivo que quienes la emprenden puedan exponer sus argumentos, emociones y puntos de vista de manera sana para lograr un mayor entendimiento o incluso para aprender y cuestionarse las propias convicciones.
Reprimir esas emociones y pareceres lo único que provoca es que el inconsciente las guarde bajo llave y, tarde o temprano, puedan brotar en forma de ansiedad o dolencias varias. Claro, que si la discusión se emprende desde el convencimiento de tener la razón, posiblemente derive en una pelea que tampoco ayudará a ninguno de los «contrincantes».
Nunca discutas con un ignorante. Pero ¿qué ocurre cuando se discuten determinados temas con personas que, de antemano, se sabe que carecen del conocimiento adecuado y que tampoco pretenden adquirirlo? En esos casos, la pelea está asegurada.
Mark Twain (1835–1910), mundialmente conocido por su novela Las aventuras de Huckleberry Finn, una de las obras mayores de la literatura estadounidense, fue, además de escritor, un incansable aventurero.
Durante años, antes de dedicarse en exclusiva a la escritura, fue aprendiz de piloto de vapores fluviales, tipógrafo e incluso minero buscador de oro. Todas aquellas vivencias le sirvieron, sin duda, para forjar un estilo literario de fácil asimilación para la ciudadanía y pleno de un humor no exento de ironía con el que logró confrontar, como pocos, el mundo idealizado de la infancia y adolescencia al del hombre adulto de la era industrial, mucho más hostil.
También, obviamente, tan diversas dedicaciones le proporcionarían conocimientos sobre muy variadas materias. Podemos imaginar que, durante su periplo vital, el autor tuvo la oportunidad de entablar numerosas discusiones con diferentes personas, que le sirvieron para ampliar su percepción psicológica sobre diversos caracteres. Y, tal vez de dichas discusiones, surgió una frase que él mismo dejó escrita y que ha pasado a formar parte del imaginario colectivo: «Nunca discutas con un ignorante, te hará descender a su nivel y ahí te ganará por experiencia».
Mark Twain aconsejó que «nunca discutas con un ignorante, te hará descender a su nivel y ahí te ganará por experiencia»
La frase acuñada por Twain, además de contar con una importante carga de ironía, deja entrever esa tendencia de convertir las discusiones en peleas de las que solo puede surgir un ganador. Nada que ver con la dialéctica necesaria para progresar en los propios pensamientos y colaborar a que lo hagan los ajenos.
Bien es cierto que las personas ignorantes en algún campo del conocimiento son poco dadas a entablar discusiones con el objetivo de paliar su propia ignorancia, y que en la mayoría de los casos se limitan a defender sus posiciones como si estuviesen siendo atacadas. Herbert Spencer, un filósofo y psicólogo inglés coetáneo de Twain, afirmaba que, en las discusiones, «el apasionamiento puede convertir el error en falta y la verdad en descortesía». Discutir sobre determinadas cuestiones con personas que no tienen conocimiento alguno al respecto, lamentablemente, suele derivar en dichas actitudes.
Pero otro personaje histórico de indudable valía intelectual, el científico Albert Einstein, aseguró mucho años después que «todos somos muy ignorantes, lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas». Más que evitar las discusiones, sería para todos un sano ejercicio el incorporarlas a nuestras vidas como forma básica de comunicación y conocimiento, incluso de forjar un propio criterio propio y no dejarse llevar por las opiniones ajenas.
Más que evitar las discusiones, sería para todos un sano ejercicio el incorporarlas a nuestras vidas como forma básica de comunicación y conocimiento
Cuando discutimos, normalmente nos dejamos llevar por el ánimo de convencer a nuestro interlocutor de que estamos en posesión de la verdad. Cuando la discusión se entabla con una persona carente de conocimientos en la materia a debatir, si lo que se desea es lograr que pueda relegar dicho desconocimiento, sería más útil utilizar la persuasión, y no evitar la discusión como aseguraba Mark Twain. Para ello, utilizar las mismas razones que dichas personas esgrimen sería más útil que tacharlas de inservibles o necias.
Nunca discutas con un ignorante. Por Pablo Cerezal