IoT, por sus siglas en inglés, está en constante evolución. Más allá de hacernos la vida más cómoda, se está convirtiendo en una herramienta clave para mejorar procesos y promover la accesibilidad y la autonomía personal.
El internet de las cosas para la vida cotidiana. Este concepto IoT, fue acuñado en 1999 por Kevin Ashton como referencia a redes de dispositivos interconectados que recopilan y comparten datos para automatizar tareas, mejorar procesos y facilitar el día a día.
En los últimos años, se ha empezado a hablar también de Inteligencia Artificial de las Cosas (AIoT, por sus siglas en inglés), ya que cada vez es más frecuente la combinación de la IA con el IoT. Ahora, los dispositivos conectados recopilan datos y, además, son capaces de analizarlos y actuar de forma autónoma para optimizar funciones.
A pesar de los miedos que puedan provocar estos avances –especialmente en lo relacionado con la protección de datos–, el IoT y la AIoT pueden ofrecer soluciones aparentemente sencillas a problemas cotidianos y convertirse en herramientas clave para mejorar la salud, la accesibilidad y la calidad de vida de muchas personas.
Como ya explicaba Manuel Castells en 2013, «para poder comprender en profundidad los efectos de internet en la sociedad, tenemos que recordar que la tecnología es cultura material».
Es decir, estas transformaciones no surgen en el vacío, sino que están influenciadas por un entorno cultural, social y económico en el que cada persona desempeña un papel activo, redefiniendo constantemente la tecnología a través de su uso.
Por eso, más allá de las aplicaciones ligadas al entretenimiento, las nuevas tecnologías tienen el potencial de promover incluso los derechos humanos, al facilitar la accesibilidad y la autonomía personal. Entonces, ¿qué usos cotidianos del IoT pueden mejorar nuestro estilo de vida y promover entornos más inclusivos, eficientes y sostenibles?
Desde nuestro smartphone o solo con nuestra voz, podemos controlar la música, las luces o la calefacción a distancia. Los dispositivos IoT hacen nuestras vidas más cómodas, pero también podrían hacer que sean más sostenibles: aplicaciones que nos avisan cuando un alimento está a punto de caducar, termostatos inteligentes que regulan la temperatura dependiendo de nuestros hábitos o luces con sensores que se encienden solo cuando es necesario.
El internet de las cosas para la vida cotidiana. Existen aplicaciones que avisan cuando un alimento va a caducar y termostatos inteligentes que regulan la calefacción
Uno de los usos cotidianos del IoT son los wearables, los dispositivos electrónicos que pueden conectarse a redes de WiFi o bluetooth y que podemos llevar a cualquier lado. Su uso ya se ha generalizado entre runners y deportistas de todas las disciplinas, pero también entre personas que simplemente quieren contar sus pasos o monitorizar su calidad del sueño.
También en esta categoría encontramos dispositivos creados con fines médicos, como los monitores de glucosa. En el ámbito de los cuidados, como explica el Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada, el IoT también puede promover la autonomía personal y hacer frente a la soledad no deseada: máquinas que asisten con movimientos mecánicos, sistemas de detección de situaciones de riesgo o de ayuda con las tareas del día a día.
Además, el IoT está transformando las ciudades para hacerlas más eficientes y sostenibles. En materia de movilidad urbana, optimiza los sistemas de transporte, haciéndolos más sostenibles, accesibles y adaptados a las necesidades de las personas. Sensores en autobuses, trenes y estaciones recopilan datos en tiempo real sobre flujo de personas, horarios y estado de los vehículos, lo que permite ajustar rutas, reducir esperas e informar en tiempo real.
También el IoT y su integración con la IA puede mejorar la gestión del alumbrado público.
Los sensores ajustan la intensidad de las farolas según la hora, el clima o la actividad en la zona, atenuando la luz en áreas de poco tráfico y aumentándola si detectan movimiento. Esto reduce el consumo energético, los costes y la contaminación lumínica, impulsando la sostenibilidad urbana.
Según el INE, el 35,3% de las personas de 16 a 64 años con discapacidad oficialmente reconocida en 2022 eran activas, 0,7 puntos más que en el año anterior. Sin embargo, esta tasa de actividad era 42,7 puntos inferior a la de la población sin discapacidad.
El IoT puede contribuir a mejorar esta situación gracias, entre otras cosas, a sistemas que faciliten los desplazamientos, como las balizas Bluetooth de Wayfindr, que emiten señales auditivas, los bastones inteligentes como WeWALK, que detectan obstáculos y envían alertas, o aplicaciones como BlindSquare, que diseñan rutas accesibles para personas con discapacidad visual.
Por otro lado, la creación de entornos de trabajo más inclusivos es esencial. Según un informe la Fundación Adecco, el 85% de las empresas ha experimentado un proceso de digitalización desde la pandemia y el 72% cree que esto repercutirá positivamente en la inclusión laboral de las personas con discapacidad.
Un 40,7% de las empresas ha implementado medidas específicas para facilitar la inclusión, entre las que se encuentran el teletrabajo, el uso de IA, la automatización de sistemas o la mejora de la seguridad a través de la modernización de prótesis y otros recursos tecnológicos.
La AIoT también mejora la productividad industrial y facilita la descarbonización. Por ejemplo, gracias al uso de sensores de calidad del aire, las empresas pueden monitorizar su huella de carbono y ajustar procesos para reducir emisiones.
En el sector de las energías renovables, gracias al análisis de datos, la IA permite detectar fallos antes de que ocurran, optimizar la producción y minimizar los tiempos de inactividad, lo que reduce los costos operativos y mejora la eficiencia energética. Además, estos sistemas proporcionan indicadores y métricas en tiempo real para una gestión más precisa de las instalaciones.
El internet de las cosas para la vida cotidiana. Por Inma Mora Sánchez