En Occidente, el más poderoso aliado de la belleza ha sido siempre la luz. En cambio, en la estética tradicional japonesa lo esencial es captar el enigma de la sombra.
‘El elogio de la sombra’ de Junichirô Tanizaki. Los peligros del exceso de belleza, tanto femenina como masculina; el juego de las apariencias y el cultivo de la crueldad, son otros de los temas que animan estos relatos inquietantes, morbosos de «Cuentos de amor» una sutil y fascinante exploración de la pasión y el deseo. Tanizaki quiere explorar las turbiedades del alma humana, acceder a las sombras, y para ello, a menudo, bucea en las oquedades de los sueños. ¿Esto es real o lo estoy soñando?, parecen preguntarse algunos de sus personajes, personajes al borde del delirio, de la locura.
Lo bello no es una sustancia en sí sino un juego de claroscuros producido por la yuxtaposición de las diferentes sustancias que va formando el juego sutil de las modulaciones de la sombra. Lo mismo que una piedra fosforescente en la oscuridad pierde toda su fascinante sensación de joya preciosa si fuera expuesta a plena luz, la belleza pierde toda su existencia si se suprimen los efectos de la sombra.
En este ensayo clásico, ‘El elogio de la sombra’ escrito en 1933, Junichiro Tanizaki va desarrollando con gran refinamiento esta idea medular del pensamiento oriental, clave para entender el color de las lacas, de la tinta o de los trajes del teatro nô; para aprender a apreciar el aspecto antiguo del papel o de los reflejos velados en la pátina de los objetos; para prevenirnos contra todo lo que brilla; para captar la belleza en la llama vacilante de una lámpara y descubrir el alma de la arquitectura a través de los grados de opacidad de los materiales y el silencio y la penumbra del espacio vacío.
Ya es hora de dejarnos arrastrar por el ritmo, por la corriente, por la voz susurrante de Tanizaki, por su melodía envolvente y su capacidad de seducción a través de la palabra. Ya es hora de ir abriendo puertas y de dejarnos fascinar con lo que nos espera detrás: la belleza, la crueldad, la inquietud, la perversión, la destrucción… Un cóctel, en fin, de pasiones y emociones, capaz de conducirnos a entornos de ensueño o de pesadilla.
Tanizaki Tanizaki explora las turbiedades del alma humana, accediendo a las sombras, buceando en las oquedades de los sueños
El arte de la mirada, de la contemplación; el gusto por el detalle; la atención a lo que pasa en el interior de las personas, en el arte de transmitir los matices y tonalidades del alma y de ajustar los paisajes y fenómenos de la naturaleza a los estados anímicos. Es la suya la corriente de la literatura japonesa; esa corriente que tanto nos cautiva con su contraste de calma y tensión, de sutileza y exuberancia, de luces y sombras.
Antes os hablaba del modo en que las observaciones y los argumentos de El elogio de la sombra se hacen patentes en los cuentos de Tanizaki. “La luz del sol de la mañana se reflejaba en el agua del río e iluminaba incandescente el salón de ocho tatamis de superficie. El reflejo fulguraba en la cara de la niña, que dormía profundamente; mientras en el papel de las puertas correderas de la estancia, se proyectaban círculos concéntricos dorados y trémulos...” Este párrafo, en el que juega con la luz, pertenece a El tatuaje de «Cuentos de amor». Pero hay otros muchos pasajes en sus relatos en los que alude a la decoración japonesa, a los efectos y matices de la iluminación, a la importancia de los reflejos, de las sombras, de los umbrales y las penumbras, que tan desapercibidos pasan para los occidentales.
Junichiro Tanizaki disfrutaba contando historias en distintos niveles, haciendo uso de registros diferentes, buscando siempre descifrar los enigmas del alma y alcanzar la belleza.
“Los rayos de un suave sol otoñal caían sobre el papel de las puertas deslizantes de la galería exterior como si de una lámpara de proyecciones se tratara, iluminando el interior de la celda que me hacía sentir como dentro de un farol”, leemos en El secreto de «Cuentos de amor», una historia sobre el deseo de desaparecer y adquirir una nueva identidad, sobre las lindes entre lo real y lo imaginado. De manera absolutamente cautivadora Tanizaki nos introduce en las búsquedas y motivaciones de un hombre cansado de su vida y de sus relaciones habituales que se muda a vivir una temporada a un lugar que le era desconocido hasta el momento, un templo famoso por el esoterismo de sus doctrinas, donde se esconde de sus próximos y decide disfrazarse de mujer noche tras noche y salir a la calle para comprobar cómo se siente con su nueva apariencia, qué significa ser mujer.
Pero el ritual, la ceremonia de travestismo, se rompe de un modo imprevisible cuando se reencuentra con un antiguo amor. Ahí empieza otro juego con una gran carga de misterio. “¿No existiría algo extraño y sorprendente, algo capaz de excitar mis nervios hipersensibles, acostumbrados a estímulos ordinarios? ¿Podría darse ese algo en un mundo fantástico, convulso y salvaje, un mundo apartado de la realidad?”, se pregunta el protagonista, quien reconoce que “desde la niñez había disfrutado intensamente del placer de la clandestinidad”. Todos los relatos parten de un secreto, de una confesión. Todos, como decía antes, nos invitan a descorrer las cortinas de la intimidad, a mirar lo que normalmente no es mostrado. En todos tiene cabida, de una u otra forma, lo clandestino, lo prohibido, lo inconfesable.
Un poco más de Junichirô Tanizaki
Las experiencias lectoras y las vitales forman parte del trayecto creador de Junichiro Tanizaki, quien junto a Kawabata y Mishima forma el trío de oro de la narrativa japonesa del siglo XX. Las referencias a sus clásicos, al teatro kabuki, entran en los relatos de este hedonista y libertino en su juventud, que llegó a casarse en tres ocasiones, la primera con una ex geisha de 19 años, que le presentó la hermana mayor de la misma, con la que mantenía relaciones. Amores y desamores, rupturas y reconciliaciones marcaron la vida sentimental del escritor y le proporcionaron un conocimiento de las pasiones que nutre su obra, una obra que cambió de rumbo, como él mismo, girando hacia las fuentes de la literatura japonesa clásica, cuando, ya tocando la cincuentena, el sosiego llegó a su vida tras conocer a la que sería su tercera mujer, Nezu Matzuko, su compañera hasta el final.
Junichiro Tanizaki (Tokio, 1886-Yugawara, 1965) nació en una próspera familia de comerciantes, pero en 1894 llegarían la ruina, las deudas y una serie de humillaciones que marcarían al joven Junichiro y, con ello, la psicología de sus futuros personajes. De precoz vocación literaria y avidez lectora, estudió literatura japonesa en la Universidad Imperial de Tokio y se interesó por las letras occidentales.
La temprana influencia de autores como Poe y Wilde se revela en cuentos como El tatuador, de 1910, cuando empezó a escribir artículos periodísticos y piezas breves de narrativa, poesía, teatro y ensayo. La primera etapa literaria de Tanizaki muestra esa fascinación por un Occidente al que no viajó nunca, pero desde 1926 y en su madurez regresaría a los temas y motivos del Japón tradicional: en 1933 publica su célebre ensayo El elogio de la sombra y en 1949 recibe el Premio Imperial de Literatura por La madre del capitán Shigemoto.
‘El elogio de la sombra’ de Junichirô Tanizaki (publicado por Siruela) Extractos del texto escrito por Emma Rodríguez