En el último año se ha escrito mucho sobre las nuevas inteligencias artificiales generativas, llamadas a ser la p?óxima revolución tecnológica, probablemente al nivel de la Revolución Industrial.
¿Puede la inteligencia artificial salvar la política de la corrupción?. El avance de esta tecnología parece a todas luces imparable, como lo es su integración en un sinfín de ocupaciones que contribuyen a generar incertidumbre sobre cómo afectará esta tecnología al mercado laboral.
Actualmente, la inteligencia artificial (IA) se utiliza en campos tan diversos como las finanzas, la lucha contra el cambio climático, la automoción o, por supuesto, el mundo de la informática. Prácticamente cualquier ocupación que se nos ocurra puede nutrirse de los aportes de esta tecnología.
El impacto, utilizado de la forma correcta, tiene potencial para ser muy positivo. Sin embargo, hay un área en el que la integración de la IA parece hasta ahora tabú: la política.
¿Pondría una IA fin a la polarización política?
La política permanece blindada, al menos de momento, al inexorable avance de la IA. Esto tiene que ver con diversos factores como los riesgos que pueden conllevar los sesgos que aún retiene o la idea que tenemos las personas, muy interiorizada, de que la política es una tarea eminentemente humana. No obstante, desde la psicología política cabe cuestionarse cómo percibiría la ciudadanía tal integración.
La pregunta es especialmente relevante debido a la situación política actual. Esta se encuentra en un momento de escalada de tensión y polarización a nivel global, en parte espoleada por el auge de la desinformación y la información selectiva provocadas, entre otros motivos, por la irrupción de las nuevas tecnologías como canales de información política.
A todo ello se suman discursos políticos que confían cada vez más en agresivos argumentos ad hominem y buscan una respuesta afectiva rápida en lugar de promover el debate político. Esta estrategia discursiva, asociada hoy sobre todo al populismo radical de derechas, no sólo tiene cada vez más apoyo popular, sino que condiciona el discurso político a gran escala.
¿Puede la inteligencia artificial salvar la política de la corrupción? ¿Y si las decisiones las tomase una máquina neutral?
Si la política está sembrada de antagonismos, insultos, corrupción e incerteza. ¿Por qué no dejar tomar las decisiones a una máquina “todopoderosa” y neutral?
Esta es la pregunta que nos hicimos recientemente en un estudio que llevamos a cabo. ¿La percepción fatalista del estado de la sociedad (denominada anomia) nos lleva a aceptar en mayor medida que la IA se encargue de gobernar? La respuesta que encontramos es que sí.
Específicamente, esta aprobación de una “tecnocracia de la IA” se ve favorecida por la percepción de que el liderazgo político está corrompido, sin verse tan afectada por lo que pensamos de nuestros conciudadanos, incluso cuando es negativo. El responsable de este apoyo, por lo tanto, está claro en la mente de los ciudadanos.
A pesar de todo ello, es importante no ser catastrofistas, ya que la consumación de una tecnocracia total de la IA es, por muchos motivos, muy improbable.
Israel usó la IA para atacar Gaza
La IA ya se usa hasta cierto punto en decisiones cruciales para la política de algunos países. Sin ir más lejos, Israel la ha utilizado recientemente en su acciones bélicas en Gaza.
Comprender cómo percibe la población a la IA y sus posibles actuaciones en el mundo de la política es clave. En primer lugar, nos informa de las posibles reacciones que puede llegar a tener la ciudadanía ante tal uso, que podrían oscilar entre la satisfacción y la reacción violenta. Pero, además, nos indica cómo prevenir y detectar el uso ilícito de la IA para legitimar posturas antidemocráticas.
Nos encontramos, por lo tanto, en un momento en el que surge una revolucionaria tecnología que parece capaz de cualquier cosa en un momento en el que la política da la impresión de estar abocada a la confrontación y al insulto, aumentando la incertidumbre y dinamitando la confianza en el sistema.
La literatura en psicología política nos muestra que estas situaciones donde el sistema socioeconómico se ve amenazado y la incertidumbre es alta favorecen el surgimiento de extremismos.
La razón es que estos contextos amenazantes tienden a empujar a las personas a buscar soluciones simplistas y tajantes, que resuelvan esa incertidumbre que para la mayoría resulta ansiógena.
El extremismo puede ser visto como una panacea para muchos, pero conlleva unos riesgos que otros no están dispuestos a asumir. Por eso, la idea de que encargar a la IA la tarea de gobernar pueda ser visto igualmente con un remedio milagroso para una situación política conflictiva.
Una parábola muy similar la ofrecen las hermanas Wachowski en su película Matrix. En este mundo ficticio dominado por las máquinas uno debe decidir si quiere vivir una vida real –y ciertamente deprimente–, luchando contra la opresión tecnológica, o una vida cómoda sometido a la voluntad artificial. Uno de los personajes escoge la última posibilidad de forma tremendamente elocuente: la comida de la que disfruta en Matrix será falsa, pero le encanta como sabe.
Desde el punto de vista de la psicología social, la IA generativa supone una posibilidad de investigación fascinante, al mismo tiempo que un riesgo contra el que prevenir. El motivo es simple, por primera vez en la historia el ser humano es capaz de interactuar con otro ser, en este caso artificial, que replica su forma de pensar, replicación que seguro será cada vez más fiel.
Como comunidad científica debemos aspirar a comprender esta relación entre humanos y máquinas para hacerla lo más provechosa y segura posible. La política, que al fin y al cabo determina cómo organizamos nuestra sociedad, parece un ámbito de la máxima prioridad para hacerlo.
¿Puede la inteligencia artificial salvar la política de la corrupción?. Por Marcos Dono, Psicología social y política, Universidade de Santiago de Compostela y Eva Moreno-Bella, Assistant Professor at the Department of Social and Organizational Psychology, UNED – Universidad Nacional de Educación a Distancia. Imagen: Marko Aliaksandr/Shutterstock
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.