Si la ideología es una interpretación espuria del mundo que aspira a confundirse con la verdad, el bufón sería aquel que se sincera por la vía de lo cómico. El humor supondría, pues, una especie de escudo que permitiría al cómico ser veraz sin padecer sanciones.
Tensiones entre humor e ideología. En los últimos tiempos, parece existir una particular tensión entre ideología y humor. La ideología representaría una visión convencional de la realidad, propia de los tiempos que corren (perspectiva que establece aquello que está permitido decir e interpretar), mientras el humor abarcaría un espectro más amplio, que incluiría el decir veraz (conocido en la Antigua Grecia como parrhesía).
Si la ideología es una interpretación espuria del mundo que aspira a confundirse con la verdad, el bufón o humorista sería aquel que se sincera por vía de lo cómico. El humor supondría, pues, una especie de escudo que permitiría al cómico ser veraz sin padecer sanciones.
Como suele decirse, in risa veritas (o «en la risa está la verdad»). También al respecto reza el dicho popular: «Entre broma y broma, la verdad asoma». Y es por ello que Jim Morrison afirmó en una entrevista que «cuando la gente está de broma, en realidad, habla muy en serio».
No obstante, en los últimos años la ideología parece aspirar incluso a impedir que el humor sea veraz: las bromas políticamente incorrectas son sancionadas socialmente y hay quienes quieren cancelar a humoristas (particularmente en Estados Unidos, cuna del puritanismo identitario).
Tensiones entre humor e ideología. Esta tensión entre ideología y humor expresa, naturalmente, una pugna por configurar y monopolizar la verdad en el ámbito de lo público; una lucha entre el poder y la independencia del decir veraz.
Aunque en el imaginario colectivo la figura del bufón es generalmente asociada a tiempos medievales, lo cierto es que es mucho más antigua de lo que uno creería. El bufón medieval europeo fue una mutación del mimo, cómico típico de la Grecia y Roma antiguas.
Dichos mimos empleaban palabras (no eran mudos, como los actuales) y se les llamaba así por el hecho de que imitaban la vida, tal y como era. Aun así, la referencia más antigua a un bufón de corte la hallamos en el Antiguo Egipto, durante la Sexta Dinastía (2323-2150 a. C.).
El papa Julio III, figura del siglo XVI, también tenía bufones y un mono como parte de su corte. Lo cierto es que los histriones privados han acompañado a los poderosos en muy diversos tiempos y lugares.
En el caso egipcio, hay cuevas como la de Beni Hassan, que muestran enanos y hombres deformes como parte de los séquitos de los ricos; estos eran algo así como duendes humanos empleados para el entretenimiento de los poderosos, aunque esa fuese solo una de sus funciones, y no la primaria, precisamente. Llegado el siglo XX, hasta el boxeador Sugar Ray Robinson contaba con un enano entre su séquito llamado Arabian Knight (caballero árabe).
El conflicto entre ideología y humor expresa una pugna por configurar y monopolizar la verdad en el ámbito público
Todo esto pone de manifiesto que el bufón es una especie de arquetipo universal cuya identidad y características trascienden el espacio y el tiempo, pues su función es verdaderamente fundamental a la hora de contravenir y moderar al poder. La risa veraz parece ejercer un cometido realmente esencial en el seno de las comunidades humanas, del tipo que sean: acotar los límites de lo real y restringir los excesos del poder.
El bufón es aquel que ha de entretener, pero que, en el proceso, sirve de ligadura entre la corte y el mundo real. Es el ancla que, por medio del humor, debe ser capaz de hacer ver a su amo cuál es el estado real de las cosas. Básicamente, ha de hacer patente en el rey el «principio de realidad».
Esto exige que haya de pronunciarse verazmente. Pero, para decir la verdad y que esta resulte digerible, el bufón ha de ser –al igual que el verdadero cómico– un maestro del humor. Según el humanista Sebastián Brant, Terencio dijo que «la verdad puede engendrar un profundo odio, y, sin duda, no se equivoca».
En España, suele decirse que «las verdades ofenden». Esto explica que para ser veraz sea necesario emplear procedimientos particulares, al son de códigos y rituales muy concretos.
Los poderosos son siempre adulados, y es por esa razón que han hecho falta bufones en todas las cortes del mundo: para que el poder no pierda el norte y asiente sus pies sobre el suelo de los hechos. Un rey o poderoso que no cuente con verdades podría destruirse a sí mismo y a su pueblo con la mayor facilidad.
Para tomar decisiones necesita de alguien que le haga comprender el mundo objetivo. De ahí que los aduladores hayan sido tradicionalmente percibidos como peligrosos. Estos dicen a sus amos lo que quieren oír, y el hecho de que la persona adulada crea tales informaciones puede tener efectos verdaderamente desastrosos, puesto que la realidad no se rige por tales postulados imaginarios, sino por la fuerza de las circunstancias.
El cómico actual –el moderno bufón– ejerce hoy una función similar frente a las falsedades de la ideología, que aspira a dominar a toda costa (incluso por vía de la censura). Uno puede rechazar la realidad todo lo que quiera, pero esta siempre contará con ventaja y acabará por retornar e imponerse.
No obstante, actualmente no son los reyes quienes imponen su verdad, sino medios de comunicación, el «instinto de rebaño», masas de personas que postean opiniones en redes sociales, etc.
A veces la opinión pública (que, naturalmente, sirve a los intereses de los poderosos) ejerce al modo de un tirano, de un Dionisio II de Siracusa, quien vendió a Platón como esclavo precisamente por no ser su adulador, por decirle sus defectos a la cara.
El poder y la verdad nunca han sido buenos amigos. Más tensiones entre humor e ideología. Ofenderse impide ver la realidad, y, ofendernos o no, depende exclusivamente de nosotros, de la ciudadanía. Una relación sana con el mundo y con los hechos exige una capacidad para ofender y para sentirse ofendido, también una aptitud para reírse tanto de los demás como de uno mismo. No pasa nada. Cada cual puede ofenderse todo lo que quiera.
Debemos dejar bien claro que jamás por causa tan nimia nos veremos obligados a dejar de ser veraces, pues es la verdad la mejor guía, el timonel más robusto y eficiente a la hora de orientarnos en el mundo y en la vida.
Tensiones entre humor e ideología. Por Iñaki Domínguez