La picaresca, ese género literario que floreció en el Siglo de Oro español, ha dejado una huella imborrable en nuestra cultura.
La picaresca del chispero. Hoy existen numerosas formas de practicar la picaresca que, aunque puedan parecer aisladas y sin consecuencias, contribuyen a crear una cultura de la ilegalidad y generan una sensación de impunidad que puede extenderse a otros ámbitos de la vida
La picaresca, ese género literario que floreció en el Siglo de Oro español, ha dejado una huella imborrable en nuestra cultura. Más allá de las páginas de los libros, la picaresca ha permeado nuestra forma de ser y de entender el mundo. El pícaro, ese antihéroe que sobrevive a base de ingenio y astucia.
La corte, con su boato y sus intrigas, era un escenario perfecto para las andanzas de pícaros y truhanes, como en el caso de Alonso de Contreras.
Logró infiltrarse en la corte española haciéndose pasar por un noble. Su astucia, carisma y habilidad para el engaño le permitieron ganarse la confianza de la alta sociedad. Se convirtió en un cortesano respetado, disfrutando de una vida de lujos, privilegios y acceso a los círculos más exclusivos del poder. Aunque no duró para siempre.
A pesar de su caída, Contreras dejó un legado duradero. Sus memorias, tituladas Discurso de mi vida, son un relato fascinante de sus aventuras y una ventana a la vida en la corte española del siglo XVII. Su historia ha sido fuente de inspiración para numerosas obras literarias e incluso películas como Alatriste.
El Buscón de Quevedo, con sus descripciones de la vida estudiantil y los bajos fondos madrileños, es un ejemplo paradigmático de la picaresca áurea. En sus páginas, el joven Pablos aprende a sobrevivir en un mundo hostil, utilizando su ingenio para engañar a sus maestros, robar comida y escapar de los peligros.
Luis Candelas, un nombre que resuena en la historia de Madrid del siglo XIX, fue un bandolero cuya vida y hazañas lo convirtieron en una figura legendaria.
Nacido en 1804 en una carpintería de la calle del Calvario, su carisma y astucia lo llevaron a convertirse en uno de los criminales más famosos de la época. Candelas lideró una banda que se dedicaba a robos y estafas, utilizando su ingenio y encanto para burlar a la policía en repetidas ocasiones.
Sus hazañas, que incluían robos de joyas, asaltos a diligencias y timos ingeniosos, alimentaron su leyenda. A pesar de sus actividades delictivas, Candelas se ganó la simpatía del pueblo gracias a su generosidad y su imagen romántica. Se decía que robaba a los ricos para ayudar a los pobres, lo que le valió el apodo de «Robin Hood madrileño» y lo convirtieron en un personaje popular.
Otra ilustración de la picaresca es la de los «chisperos». En el siglo XIX, los teatros se calentaban con estufas de carbón. Los chisperos, niños y jóvenes de los barrios bajos, se colaban en los teatros y, aprovechando el calor de las estufas, asaban castañas y las vendían al público.
Así, con un poco de ingenio y aprovechando una oportunidad, convertían un trabajo humilde en un pequeño negocio. Sobrevivir en la adversidad.
Para Ortega y Gasset, la picaresca era una manifestación de una forma de ser y estar en el mundo, arraigada en la historia y la cultura españolas
Todo ello son lecturas entretenidas y anecdóticas que llenan el vaso de nuestra historia, con un carácter romántico e idealizado. Pero la picaresca es un continuo que puede desatar la locura de la facilidad y el engaño. No tratan de sobrevivir, sino de vivir mejor a costa de las facilidades que dictan los pícaros, llevado al extremo. Ortega y Gasset, en su vasta obra filosófica, abordó la cuestión de la picaresca española desde una perspectiva crítica y profunda.
Para él, la picaresca no era simplemente un género literario o un conjunto de tretas individuales, sino una manifestación de una forma de ser y estar en el mundo, arraigada en la historia y la cultura españolas.
Veía en la picaresca una actitud vital caracterizada por la astucia, el individualismo y la falta de compromiso con proyectos colectivos. El pícaro, según su análisis, era un ser desarraigado, sin un sentido claro de pertenencia a una comunidad o a un proyecto común.
Esta falta de arraigo se traducía en una tendencia a buscar el beneficio propio a corto plazo, sin importar las consecuencias para los demás o para el conjunto de la sociedad.
La picaresca del chispero. La picaresca moderna
En la España contemporánea, la picaresca ha evolucionado, adaptándose a los nuevos tiempos y tejiendo una intrincada red de prácticas que se extienden por todos los ámbitos de la sociedad. Lejos de ser una reliquia, la picaresca se ha modernizado, encontrando nuevas formas de expresión en un contexto marcado por la globalización, la digitalización y la crisis económica.
Las «puertas giratorias» se han convertido en un símbolo de la connivencia entre el poder político y el económico.
Exministros, diputados y altos cargos pasan a ocupar puestos directivos en grandes empresas, aprovechando sus contactos y conocimientos privilegiados para favorecer los intereses de sus nuevos empleadores.
Esta práctica, aunque legal, genera un profundo malestar social al poner en entredicho la independencia de la clase política y alimentar la percepción de que las decisiones públicas se toman en beneficio de unos pocos.
La financiación irregular de partidos políticos es otra de las caras oscuras de la picaresca política.
Donaciones opacas, sobresueldos, comisiones ilegales y tramas de corrupción minan la confianza en las instituciones y erosionan la legitimidad del sistema democrático.
Lejos de ser una reliquia, la picaresca se ha modernizado en un contexto marcado por la globalización, la digitalización y la crisis económica
Por otro lado, la elusión fiscal a través de paraísos fiscales es una práctica que priva al Estado de recursos esenciales para financiar servicios públicos y luchar contra la desigualdad. Cada vez son más los ciudadanos que, amparados en la falta de control y las lagunas legales, trasladan su residencia fiscal a otros países con una menor carga impositiva, como Andorra o Portugal.
Esta «fuga de talentos» no solo supone una pérdida de ingresos para el Estado, sino que también erosiona el sentimiento de solidaridad y responsabilidad social.
La creación de empresas fantasma para ocultar ingresos y la explotación laboral encubierta bajo la figura de los falsos autónomos son otras formas de picaresca que vulneran los derechos de los trabajadores y distorsionan la competencia.
Trabajadores que en realidad dependen de un único empleador son obligados a darse de alta como autónomos, asumiendo todos los costes sociales y fiscales sin disfrutar de los derechos laborales que les corresponden. Esta práctica precariza las condiciones de trabajo, fomenta la competencia desleal y priva a la Seguridad Social de cotizaciones esenciales.
En el día a día, la picaresca se manifiesta en una miríada de pequeñas acciones que, aparentemente inofensivas a nivel individual, tienen un impacto acumulativo que socava en muchos casos la convivencia. Como, por ejemplo, el fraude en el transporte público, otra manifestación de la picaresca cotidiana.
Colarse en el metro, utilizar billetes falsos o manipular las máquinas validadoras son acciones que, aunque puedan parecer justificadas por el ahorro económico, suponen un robo y un perjuicio para el resto de usuarios que pagan por el servicio.
La compra de productos falsificados es otro ejemplo de picaresca que afecta tanto a la economía como a la salud pública. Adquirir ropa, complementos o medicamentos falsificados no solo supone un engaño al consumidor, sino que también puede poner en riesgo su seguridad y financiar actividades delictivas.
Estas prácticas, aunque puedan parecer aisladas y sin consecuencias, contribuyen a crear una cultura de la ilegalidad y del «todo vale». Paradójicamente, normalizan el incumplimiento de las normas y generan una sensación de impunidad que puede extenderse a otros ámbitos de la vida.
Además, aunque algunas de estas prácticas puedan parecer justificadas por la necesidad o la cultura, lo cierto es que contribuyen a perpetuar la desigualdad. Como dijo Miguel de Unamuno: «La picaresca es la sal de la vida, pero no hay que abusar de ella».
La picaresca del chispero. Por Nora Vázquez
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