Marina Abramovic, célebre por sus “performances”, recuerda cómo, en 1974, se sometió a una experiencia insólita que le reveló la oscuridad del alma humana.
El perturbador experimento dónde el público mostró su peor cara. Como lo explica ella misma, cansada de las críticas habituales a artistas como ella -enfermos, exhibicionistas, masoquistas- decidió hacer un espectáculo en el que todo lo hiciese el público.
El experimento fue muy perturbador por lo que revela sobre la naturaleza humana. La «performance», llamada «Rhythm O» duró seis horas. Y pronto las cosas se salieron de cauce…
El sitio fue la galería Studio Morra de Nápoles (Italia), donde la artista serbia, entonces de 28 años, se sometió a sí misma y al público a una prueba insólita que actuó como revelador de la psicología humana.
El principio era muy simple: en el estudio, la artista está de pie, inmóvil. Sobre una mesa hay 72 objetos, con los cuales, según reza un cartel, «pueden hacerme lo que quieran».
El afiche decía además: «Soy un objeto. Me hago responsable de todo lo que pueda suceder en este espacio de tiempo. Seis horas. De 20 a 2hs.»
Esas eran las consignas bajo las cuales Marina Abramovic se entregó a las pulsiones del público por espacio de seis horas. Como una muñeca con la que podían jugar a su antojo. Y la finalidad era justamente observar cómo reaccionarían esas personas frente a la posibilidad de disponer de un ser humano como de un juguete, sin límites ni responsabilidad. Y el resultado fue aterrador.
Los objetos disponibles sobre la mesa estaban divididos en dos categorías. Una de «objetos de placer», y otra, de «objetos de destrucción». Los primeros son totalmente inofensivos: flores, plumas, perfume, vino, pan, uvas. Entre los objetos de destrucción hay un cuchillo, tijeras, barras de hierro, hojas de afeitar y hasta una pistola con un cartucho. Si de riesgo hablamos…
Al principio, durante las primeras horas, no pasó gran cosa. Los que se acercaban eran antes que nada fotógrafos. Pero poco a poco las cosas empiezan a cambiar: la empujan, la besan, le hacen levantar los brazos y adoptar otras poses, le dan flores. Gestos inocentes…
Pero a partir de la tercera hora, empiezan a utilizar los «objetos de destrucción». Un grupo la lleva hasta la mesa, la ata y clava un cuchillo, amenazante, entre sus piernas. Luego desgarran su ropa con las hojas de afeitar y un hombre le hace un corte en el cuello y bebe su sangre.
Algunos la agreden sexualmente. El sadismo se va intensificando.
El crítico de arte norteamericano Thomas McEville, testigo de la performance, recuerda: «Durante la tercera hora, le desgarraron la ropa con hojas de afeitar. Durante la cuarta hora, empezaron a hacerle cortes. Fue agredida sexualmente».
«Me sentí violada, arrancaron mi ropa, me clavaron espinas de rosas en el vientre, me pusieron la pistola en la cabeza», recuerda Marina Abramovic sobre las dos últimas horas.
El perturbador experimento dónde el público mostró su peor cara. Transcurridas las seis horas, la gente del público no puede mirarla a la cara. Ella ya no es la muñeca que se dejaba hacer sino nuevamente un ser humano.
De todos modos, hubo diferentes reacciones. Mientras un sector del público la agrede, otro la protege. Luego de que uno le apunta con la pistola, se produce un principio de pelea entre ambos grupos.
«Este trabajo revela lo que hay de más horrible en la gente. Esto muestra a qué velocidad puede alguien decidirse a herirte cuando está autorizado. Esto muestra hasta qué punto es fácil deshumanizar a alguien que no se defiende. Esto muestra que la mayor parte de la gente ‘normal’ puede volverse muy violenta en público si se les da la posibilidad», dice la artista.
No es casual la fecha en la cual Abramovic hace su «experimento». Son los tiempos del auge de la psicología social, de la psicología de masas, se estudia el comportamiento del hombre en contextos grupales.
De algunos años antes data el «experimento Milgram», una serie de estudios llevados adelante por Stanley Milgram, un psicólogo de la Universidad de Yale, que busca medir la predisposición de una persona para obedecer órdenes de una autoridad aun cuando éstas están en conflicto con sus parámetros morales y su conciencia. El experimento fue recreado en la película I, como Ícaro, del director francés Henri Verneuil, en 1979.
La performance de la artista serbia se inscribe en una línea muy similar. Y sus resultados son igualmente inquietantes. Una vez sola, Abramovic constata las marcas que le dejó la experiencia: «Recuerdo haber ido al hotel, mirarme al espejo y ver que me habían salido algunas canas…»
El perturbador experimento dónde el público mostró su peor cara. Por Claudia Peiró