El término cancelación se remonta a la década de 1990, aunque su uso masificado se le atribuye a Black Twitter (red de usuarios de la red social de la comunidad afroamericana en Estados Unidos) y al movimiento gestado en el año 2010 para denunciar hechos de discriminación racial de toda índole.
Cultura de la cancelación: entre democracia y linchamiento digital. Una de las primeras referencias de la cultura de la cancelación se observa en la película New Jack City (1991), cuando uno de sus personajes vocifera: “¡Cancelad a esta puta! ¡Ya me compraré otra!”.
En el año 2014 el término cancelación volvió a aparecer y lo hizo en el programa de telerrealidad Love and Hip-Hop: New York. Se le dijo a una de las participantes que estaba cancelada, que estaba fuera del programa televisivo.
Si bien el término en los últimos años ha sido usado para boicotear a personajes públicos que incurren en prácticas racistas, en el año 2017 surgió otro movimiento, el #MeToo, que denunciaba la violencia física y psicológica, el acoso sexual y conductas misóginas en la industria del espectáculo hollywoodense. Este movimiento ha instado a personajes públicos a asumir responsabilidades y ha contribuido a la cultura de la cancelación, que ha acabado con la carrera y la reputación de algunos de ellos.
Criticar a un individuo públicamente sin argumentos
La cultura de la cancelación es un fenómeno social que lleva a que un individuo o grupo sea criticado públicamente. Su lado oscuro no solo es silenciar a alguien y con ello invalidar el prisma de opiniones, debates y razonamientos. El que cancela, en este caso, lo hace motivado por emociones y no por la razón, gobernado por la venganza y no por evidencias.
Un tipo de cancelador de oficio es un vengador muy astuto. Es el que se escuda detrás de la democracia, de la libertad de expresión, finge ser un sujeto moral, habla de justicia y de estado de derecho, usa la retórica para cautivar a adeptos. Cuenta con miles, millones de seguidores. Es un ser digital, viral y carismático. Globaliza contenidos injuriosos. Lesiona reputaciones.
Un buen ejemplo es el caso de una persona que perdió su trabajo por culpa de un gesto suyo malinterpretado que alguien grabó en vídeo. Porque este tipo de cancelador etiqueta, denuncia a las autoridades, difunde entre otros influencers digitales que puedan amplificar el alcance del mensaje. Es común que, en cuestión de horas, un post haya sido replicado miles de veces.
Algunos encuentran en estas prácticas cancelatorias una expresión responsable de la ciudadanía que robustece la democracia, con líderes visibles –y no anónimos– que propagan, viralizan y globalizan causas sociales y que claman por justicia y libertad. Pero también en internet existen personas que no respetan los derechos humanos, personas espontáneas que se lanzan al ruedo de los disparates y que tratan de adquirir un segundo de notoriedad mediante el escándalo, el amarillismo y los falsos contenidos.
Por ese motivo, en junio de 2020, 150 intelectuales de distintas nacionalidades criticaron duramente esta nueva “cultura”. La misiva, firmada, entre otros, por Margaret Atwood, Noam Chomsky y Salman Rushdie, aseguraba:
“La manera de derrotar malas ideas es la exposición, el argumento y la persuasión, no tratar de silenciarlas o desear expulsarlas. Como escritores necesitamos una cultura que nos deje espacio para la experimentación, la asunción de riesgos e incluso los errores. Debemos preservar la posibilidad de discrepar de buena fe sin consecuencias profesionales funestas”.
Cultura de la cancelación: entre democracia y linchamiento digital. Las conductas típicas
Para conocer más en profundidad esta cultura es imprescindible saber cuáles son las conductas típicas que la describen:
- La víctima se atreve a identificar al agresor.
- La masa informe –no se sabe quién lidera la protesta– censura a personajes y empresas vinculadas a actos de corrupción.
- Las personas cancelan ideas que atenten contra lo que consideran preceptos morales establecidos.
- Los individuos protegen su reputación para conservar su estatus dentro del grupo.
- Se cancela en aras de la justicia social. Las instituciones deben respetar el estado de derecho.
Se espera que la persona que cancela propicie un debate crítico fundamentado en lugar de cancelar a alguien sin que se le permita ejercer su derecho a la libertad de expresión.
Uno de los sucesos más emblemáticos en la sociedad de la comunicación es el rol protagónico que está ocupando el prosumidor en su condición de constructor de opinión pública. Sobre este asunto, internet le ha dado la oportunidad a las personas para expresarse sobre cualquier cosa a escala mundial. Poscensura, poshumanismo, periodismo ciudadano, prosumidor y, por supuesto, la cultura de la cancelación son terminologías que se han generado desde las cibercomunidades. La poscensura es censura online, e implica cancelar a alguien o a una institución, con o sin justificación.
Para entender mejor ese concepto es fundamental separar otros dos: la crítica y el linchamiento, que suelen confundirse en los debates sobre libertad de expresión.
La crítica es una respuesta argumentada a una opinión o una obra. Está construida para encajar en un debate y trata de hallar y exhibir los puntos débiles del argumento rebatido.
El linchamiento, por el contrario, es una respuesta colectiva, masiva, irracional. No busca rebatir un argumento, sino destruir con falacias y ataques personales la reputación de quien haya expresado una opinión que disgusta a un grupo. Apela a sentimientos colectivos para legitimarse (la ofensa y la indignación son los más socorridos) y tiene una estructura horizontal. El linchamiento no suele ser un movimiento dirigido.
En suma, bajo la premisa de cancelar en nombre de la justicia social, nos topamos paradójicamente con acciones que soslayan o minimizan la dignidad y la reputación de las personas. La acción de querer expulsar a alguien, bloquear por redes sociales o retirar nuestro apoyo anulando su existencia es propia de grupos que ni escuchan ni saben argumentar.
Cultura de la cancelación: entre democracia y linchamiento digital. Por Gustavo Hernández Díaz, Director del Instituto de Investigaciones de la Información y la Comunicación (IDICI), Universidad Católica Andrés Bello y Edixela Karitza Burgos Pino, Profesora de Sociología de la comunicación, Universidad Católica Andrés Bello
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.