La Ilustración era, según sus artífices, la única vía para liberar al hombre: una libertad que suponía el uso de la razón para no depender de las supercherías y los lemas establecidos, para ser verdaderamente independientes de los demás.
La Ilustración a través de los ojos de Kant. A través de sus obras, Kant contribuiría al triunfo de un movimiento que terminaría dando lugar a las sociedades democráticas modernas.
Un día cualquiera un hombre sale de su casa a la hora de siempre. Camina absorto y cruza el río Pregolia en dirección a la isla de Kneiphof, dedicando a duras penas unas palabras de cortesía a una vecina que le saluda.
Llega, por fin, a su destino: le espera su impresor. El hombre acaricia la cubierta, palpa su peso, abre sus páginas al azar, las bambolea y lee por encima algunas frases que conoce muy bien. Regresa a su casa con el tesoro, feliz, sintiendo una vez más que nada es imposible desde aquel lugar aparentemente alejado de París, la ciudad de las luces.
Immanuel Kant es bien conocido como uno de los máximos exponentes de la filosofía occidental. No es para menos: el filósofo y físico, oriundo de la localidad prusiana de Königsberg (actual Kaliningrado, Rusia), marcó un antes y un después en la historia del conocimiento universal.
Kant, al fin y al cabo, fue un hombre comprometido con un proyecto que acabaría siendo trascendental para trazar el mundo tal cual lo conocemos: la Ilustración. Pero, ¿qué representó esta para aquel hombre que, hasta donde es posible saber, casi nunca salió de la ciudad que le vio nacer y morir?
La ilustración a través de los ojos de Kant. La Ilustración, un antes y un después
Kant: «La Ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad, de la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro»
Kant escribió un breve –aunque contundente– texto en defensa de este movimiento titulado, precisamente, ¿Qué es la Ilustración? Publicado en 1784 por el periódico alemán Berlinische Monatschrift, la obra se adscribe dentro del conjunto de sus escritos sobre filosofía de la historia, los cuales tendrían una influencia esencial en autores posteriores como Hegel, entre otros.
Kant expone en esa obra una particular defensa de aquel movimiento de pensadores y científicos que, en conversación entre ellos, sugiere, estaban edificando una época dorada donde los dogmas religiosos comenzaban a ceder el terreno a la razón.
Así lo expresa Immanuel Kant desde el primer párrafo. «La Ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad. La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en su falta de inteligencia, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro», escribe el filósofo alemán.
Es decir que, para Kant, la Ilustración representa la oportunidad de pensar por uno mismo y de asumir el derecho a equivocarse en el juicio. Frente a la palabra, que puede ser perniciosa, Kant nos ofrece la herramienta definitiva para defender el intelecto: la reflexión.
Es un acto de rebeldía frente a la obediencia menesterosa y complaciente. El filósofo deja clara su percepción cuando escribe que «la pereza y la cobardía son causa de que una gran parte de los hombres continúe a gusto en su estado de pupilo».
Ni siquiera los libros, con su recopilación del saber, pueden sustituir el razonamiento elaborado y libre de influencias. Este es, al fin y al cabo, el motor de ese conocimiento que termina recogiéndose en los futuros libros, no así la repetición ecuménica de lo que ya se cree saber.
Los filósofos ilustrados, al fin y al cabo, tenían claro que todos somos iguales en nuestra condición humana: es esta premisa la que lleva a defender que la voz de cada semejante es valiosa si lo que ha de decir está construido conforme a la honesta búsqueda de la verdad.
Nuestra percepción del derecho, la dignidad y la naturaleza humanas, así como la separación de poderes, serían impensables sin la Ilustración.
Kant defiende sin titubear que toda la sociedad está diseñada para favorecer la obediencia frente a la disidencia, si bien avisa de una paradoja deseable que nos ofrece la posibilidad de alcanzar la mayoría de edad intelectual que constituye el objetivo primario de la Ilustración: el buen Estado, a pesar de su tendencia a la obediencia, debe invitar a pensar –y, por tanto, a dudar– antes que a seguir el lema común y promover la idolatría.
No obstante, esa misma libertad tiene limitaciones éticas que favorecen el bien común, por lo que es probable que la sociedad ilustrada, por más sabia, también sea más recta. Un contexto de esplendor racional que aún no ha llegado y que quizá, cabe imaginar, no lleguemos a alcanzar jamás en nuestra civilización.
La crisis del legado ilustrado
El autor de Crítica de la razón pura entendió la gran importancia de su momento histórico. Su trabajo, y el que realizaron otros pensadores y científicos como Newton, Leibniz, Voltaire o Thomas Paine, no iba a caer en saco roto: tras su paso, el mundo sería diferente. Nuestra percepción del derecho, la dignidad y la naturaleza humanas, así como la separación de poderes –que daría lugar al Estado moderno– y el imprescindible protagonismo de la ciencia en nuestras sociedades, serían impensables sin este esfuerzo colectivo.
Sin embargo, los tiempos en los que el espíritu ilustrado impulsaba el progreso humano parecen estar agotándose. Por esa razón, ante los contundentes desafíos del presente, como el cambio climático o el nuevo paisaje de la era digital, conviene revisar las palabras de Kant sobre qué significa ser libre y lo que representa ser un individuo en plenitud. Quizás sea necesaria una nueva Ilustración donde filósofos, pensadores y científicos junten energías en la búsqueda de un futuro que preserve el carácter humanístico y ético para la sociedad del futuro. La reflexión, cabe recordar, es el único mapa que nos permite huir de las sombras para admirar la verdad.
La Ilustración a través de los ojos de Kant. Por David Lorenzo Cardiel