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Los Unlimited

Los máximos actores del liderazgo mundial, los verdaderos, los auténticos, los dioses terrícolas, las dirigentas y los dirigentes que nadie puede digerir, se congregaron como congrios durante la primera semana de enero en el único encuentro de cúpula que se celebra cada año, como siempre.

Los Unlimited. Allí, en la Esencia Eseyente de una Estación Espacial, donde el tiempo y el dinero cabalgan con el viento, donde siempre es época de higos y nunca hay amigos, donde reside la sala de máquinas, allí, allí donde se aloja la planta propulsora de nuestro planeta, donde se generan todas esas putas decisiones que determinarán nuestras vidas futuras, donde las calderas siempre hierven, donde los compresores incrementan la presión y las compresas absorben los buenos propósitos, donde las bombas de lubricación son de hidrógeno y donde los cuartos de control monitorizan nuestra forma de pensar y nuestra mierda según su forma y consistencia.

Por lealtad a las costumbres y por respeto a la festividad del Año Nuevo, los doce miembros de Los Unlimited disfrutaron ociosamente de su patio particular: un parque de atracciones.

En sus instalaciones hay una impresionante Galería de Tiro, donde todo es real, los puestos están informatizados y disponen de una pantalla con teclado sobado y táctil para que se pueda seleccionar un solo número entre los disponibles.

En una estancia enorme, insonorizada, hermética y perfectamente equipada para poder ser feliz mientras uno vive, coexisten treinta personas que son reconocidas por el dorsal que llevan estampado en sus espaldas. Veinticinco de ellas fueron estratégicamente secuestradas por motivos de interés general y las otras cinco son familiares o amistades íntimas de los integrantes de esa Ralea Ilimitada, escogidos aleatoriamente, por supuesto.

Una vez que hayan ejercido sus derechos de elección, se mudan a los elegidos hasta una sala de concentración preparatoria, se les uniforma con buzos de color blanco que tienen dos arandelas de refuerzo en los hombros y, para garantizar su anonimato, se les oculta el rostro con máscaras y antifaces. Entonces, gracias a unos mosquetones, se enganchan unas cadenas a esas arandelas y se les eleva hasta quedar suspendidos en el aire.

Después, con unos transportadores electromecánicos, se les traslada a la distancia y sitios programados mediante un sistema de cables y poleas, para convertirles en dianas de tiro y poder practicar el disparo con armas.

Al finalizar, entre cortinajes anti fragmentos, barreras electrónicas de seguridad, zonas de parabalas, revestimientos antirrebotes, mamparas de separación y, después de vaciar los cargadores, los tiradores accionan un botón que les permite recuperar el blanco hasta su posición, para su evaluación y parcheo.

Y ahí fue, al desenmascarar su diana, cuando Clotilde se sintió gozosa y llena de júbilo, al comprobar su extraordinaria puntería y evidenciar que era su marido.


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