Desde cierta perspectiva, leer podría parecer el acto más sencillo del mundo.
Leer, ese acto creativo . Aun con ser uno de los frutos más complejos y refinados del proceso civilizatorio, leer puede tener al menos en un primer acercamiento una cierta imagen de facilidad. Si no, ¿por qué incluso los niños aprenden a hacerlo desde edades tempranas o, en el otro extremo, ancianos que fueron toda su vida analfabetas pueden igualmente conseguirlo?
En efecto, pasar los ojos por las palabras escritas y entenderlas, tanto una a una como en el sentido que forman reunidas de acuerdo con reglas determinadas, parece tan sencillo que no sólo no lo olvidamos una vez que aprendemos a hacerlo, sino que además lo hacemos todos los días, en ocasiones incluso mecánicamente, tan fundamental como se volvieron tanto la escritura como la lectura en la vida común del ser humano.
¿Qué pasa, sin embargo, cuando un texto va más allá de eso? Es decir, ¿qué pasa cuando el sentido de un texto no está únicamente en aquel que ofrece la comprensión inmediata de las palabras que lo integran? Y además, ¿dónde está ese “más allá” y cómo se llega ahí? ¿Cómo se le reconoce?
Entre otras cuestiones, estas preguntas apuntan a un tipo de lectura que para fines de economía de este texto podría considerarse “lectura activa”, si bien ese adjetivo no es su única cualidad (y quizá ni siquiera la más característica).
Al menos en principio, una receta médica o el instructivo para armar un mueble supone un tipo de lectura sólo “pragmática” (aunque, en un ejercicio de imaginación, podríamos pensar en cómo sería o qué resultaría de una lectura “creativa” de ese tipo de documentos).
En cambio, un texto literario, filosófico, científico u otro parecido requiere ser leído de una cierta manera para acceder a su mensaje. O mensajes, pues también hay casos en los que un texto no tiene un único sentido.
¿Quién podría decir, por ejemplo, de qué tratan específicamente libros como En busca del tiempo perdido o el Ulysses? ¿Esos libros son su “tema” general o sus temas específicos? ¿O son las historias de los personajes que narran? ¿Son la técnica narrativa depurada que despliegan? ¿Sus reflexiones acaso?
No parece exagerado decir que la lectura de textos de ese tipo sólo es posible con la participación del lector o, mejor dicho, con su colaboración, pues la lectura activa implica el trabajo del lector, un “manos a la obra”, en un sentido casi literal de la expresión.
Se trata de una lectura en donde se combinan la interrogación, la curiosidad, la espontaneidad, la imaginación, la memoria y otros aspectos a la vez subjetivos, intelectuales y creativos de quien lee.
Un ejemplo un tanto radical de esa forma de lectura se encuentra La Mano de la Buena Fortuna, novela del escritor serbio Goran Petrovi? publicada en su lengua original en 2005 y publicada en español por la editorial mexicana Sexto Piso al año siguiente.
En ella, un peculiar y un tanto enigmático ejemplar que lleva por título «Mi legado» (un libro dentro del libro) se descubre en la narración como una suerte de mundo alterno cuya puerta de entrada es el acto de leer. En otras palabras, a algunos de los personajes de la novela les basta tomar el libro y comenzar a leerlo para entrar repentinamente y casi como por arte de magia a esa otra realidad.
Dicha entrada, sin embargo, no ocurre gratuitamente. Como el óbolo de Caronte, para cruzar a ese otro mundo también es necesario un pago. En este caso, uno a la vez muy conocido y al mismo tiempo poco común: una lectura dispuesta.
Entrar al mundo de Anastas Branica requiere de un tipo de lectura en donde se combinan la disposición para el hallazgo, la exploración y el asombro. Una lectura que tiene como característica primordial la disposición del lector para dar un lugar al texto y a la lectura —y de ésta, los efectos que puede provocar—. Una lectura oscilante entre la atención y la libertad, la concentración y el espacio, el yo y el texto.
En La Mano de la Buena Fortuna, Petrovi? llevó el acto de la lectura a una “segunda potencia”, por así decirlo o, visto de otro modo, convirtió en literatura el acto de leer. Un movimiento profundamente creativo realizado sobre la actividad más obvia para los lectores.
Como los mejores magos, Petrovi? realizó el mejor de sus trucos con la materia que estaba a la vista de todos. Además, como si con ello arribara a la última frontera de la literatura en sí, que después de haber explorado todos los territorios de lo humano —el amor, la muerte, la memoria, la embriaguez, el dolor, la enfermedad, la traición, el mal, el aburrimiento, el viaje, la soledad, la alegría, la fiesta, la locura, el devenir histórico, la inteligencia, el miedo, la seducción, la carnalidad, la continencia, la belleza y un larguísimo etcétera—, se cerrara sobre el acto a la vez fundamental y mínimo que dio origen a su vasto universo: el acto un poco sencillo, un poco misterioso, siempre abierto, de leer.
Leer, ese acto creativo. En memoria de Goran Petrovi?, fallecido el 26 de enero de 2024. Por JUAN PABLO CARRILLO HERNÁNDEZ