Esta fotografía muestra el producto de la instalación de Teresa Margolles con máquinas que crean y lanzan burbujas de jabón al aire, de manera que la galería o salón donde se presenta esta función se llena con ellas.
La burbujas encantan al espectador y lo divierten, y algunas se rompen tan solo con tocar sus cuerpos. La realidad es que este encanto en el espectador se pierde abruptamente cuando después de leer la información sobre este proyecto, éste se entera de que el agua desinfectada de las burbujas fue utilizada previamente para limpiar cadáveres en la morgue antes de haberse sometido a una autopsia.
Aunque el agua está desinfectada, esto no parece ser relevante para el público. De acuerdo a la descripción de la artista, las burbujas sirven para recordarnos de la vida destruida. Al romperse contra nuestro cuerpo, confirman que estamos vivos.
El efecto que produce en nuestros sentidos el saber que el agua enjabonada proviene de un lugar de muerte también nos recuerda la diferencia entre un cuerpo con vida y uno sin ella. Tal como es el propósito del trabajo de esta artista, la instalación pretende generar en el público la aversión y el terror que un asesinato ya no produce más en la humanidad que tan acostumbrada está a saber del peligro y la muerte que se vive día con día en las calles de México.
Raíz y Rizoma – Yeso sobre piel, Teresa Margolles
Las víctimas anónimas dirigen nuestra atención a la inhumanidad de las relaciones sociales dentro de una sociedad sobrepoblada.
Teresa Margolles cuenta que durante su infancia tropezaba constantemente con animales muertos por la calle. En especial recuerda a un caballo y el proceso de descomposición de su cadáver. Una tarde, explica, cogió una piedra y la tiró sin dilación sobre el vientre del animal, que se abrió dejando escapar decenas de polillas. Fue el punto de arranque de su trabajo.
La artista Teresa Margolles explora la violencia, la injusticia social, la represión y el narcotráfico en México. La sangre, las morgues y la descomposición de cadáveres han sido el principal enfoque de su trabajo, por lo que la artista ha suscitado gran controversia internacionalmente.
Desde 1990 trabajó como voluntaria en una casa-postmortem en Ciudad de México donde todos los días veía cadáveres, en su mayoría anónimos, víctimas de crímenes violentos, cadáveres que, con frecuencia, desaparecen en fosas comunes.
Fue dentro de la morgue -explica Margolles- donde el cuerpo se convierte en un cuerpo social.
La obra de Margolles es conocida en el panorama del arte contemporáneo internacional desde los años 90 por su denuncia explícita de la violencia y especialmente a partir de mediados del 2000 por su investigación sobre las profundas huellas que ésta deja en familias, comunidades y ciudades.
Una de sus primeras instalaciones muestran un conjunto escultórico en el que muestra el cuerpo momificado de un caballo erecto y un lúgubre carrusel en que están acoplados los cuerpos de potrillos nonatos.
En 1990 fue cofundadora del colectivo artístico Proyecto SEMEFO (siglas del Servicio Mexicano Forense). A través de diversas obras performativas e instalaciones, el proyecto SEMEFO se dedicó a la exploración de los fluidos corporales, los objetos utilizados en el proceso forense, las pertenencias de los cuerpos y los cuerpos mismos, como materia esencial para tratar la violencia social y la muerte en México.
De este periodo es emblemática su obra Lengua una lengua de un joven punk asesinado. La lengua del joven perforada por un piercing fue expuesta como una de las obras de arte más reconocidas de Margolles.
Parte de su trabajo se concentra en recolectar imágenes, materiales físicos, material orgánico y objetos que hacen referencia a las interacciones humanas, los rastros de vida, los restos y las huellas que deja la violencia.
Su obra se dio a conocer poco a poco, particularmente por su explícita denuncia de la violencia y sus múltiples referencias a los daños que ésta causa en las familias, las comunidades y las ciudades.
En el 1994 realizó su primera exposición individual “Lavatio Corporis” en el Museo de Arte Carrillo Gil, en la que utilizó restos de fetos y cuerpos de caballos.
En el 2006, con la decisión por parte del estado de militarizar la guerra contra el narco, las cifras de asesinatos se dispararon brutalmente y Margolles pudo ver que ya no necesitaba ir a la morgue, sino que podía ir a recoger los materiales con los que empezó a trabajar en las calles, los cadáveres se encontraban a su disposición en pleno espacio público.
Dos años más tarde, denunció los feminicidios en Ciudad Juárez presentando “Sonidos de la muerte”, una instalación sonora con audios grabados en el lugar en el que el cuerpo de una mujer asesinada fue encontrado. En el 2009 en la Bienal de Arte de Venecia intervino el Pabellón de Estados Unidos tapiando puertas y ventanas con telas empapadas en la sangre de personas ejecutadas en la frontera entre EEUU y México.
«Muro baleado» es una instalación con 115 piezas de block con intervenciones de bala. La obra forma parte de la colección permanente del Museo Tamayo de Ciudad de México.
En 2017 presentó en PhotoEspaña un nuevo trabajo titulado “Pistas de baile”, una serie de fotografías reivindicativas con los derechos de la comunidad LGTB de México y, también, de denuncia de la violencia a la que está sometido el colectivo.
Teresa Margollles ha realizado numerosas exposiciones individuales y colectivas, ha recibido distintos premios y reconocimientos a su obra, en el 2012 representó a México en el Festival de Adelaida, en Australia.y recibió el Premio Príncipe Claus que otorga la Fundación Príncipe Claus en Países Bajos. Recientemente ha recibido la Mención especial en la Bienal de Arte de Venecia.
A la muerte no se le tiene miedo, sino a la forma de morir.
Teresa Margolles (Culiacán, Sinaloa, 1963) estuvo un largo periodo en Cúcuta, ciudad limítrofe entre Venezuela y Colombia. Un lugar que ha devenido símbolo de un mal contemporáneo, un territorio que asfixia, y en el que seguir hablando de derechos humanos es apelar a la ficción. Margolles da visibilidad a muchas de las cuestiones que atraviesan la actualidad política internacional: lucha de clases, migración, género y, en resumen, supervivencia.
La artista delimita un nuevo territorio a partir de una reflexión punzante, un espacio triangular en el que cada uno de los vértices responde a una deuda contemporánea: frontera, trabajo, mujer. Un tridente que amplifica la vulnerabilidad de una situación que afecta a toda persona que habita el lugar, donde no todos viven en igualdad de condiciones. La exposición subraya la importancia de resignificar nombres teniendo en cuenta la realidad sociopolítica y la desigualdad existente en torno al género.