La dignidad del individuo ha sido el primer paso para su destrucción como tal y su incorporación al rebaño, donde la uniformidad y la necedad son las tónicas dominantes.
La involución de la inteligencia. Hace poco hemos sabido que algunos estudios científicos serios y rigurosos afirman ya, concluyentemente, que la disminución de la inteligencia humana en las sociedades más desarrolladas es un hecho irrefutable. Que el coeficiente intelectual, objetivamente medido, no ha parado de descender en las últimas décadas. Por lo que a mí respecta, llevo varios años alertando de ello, muchas de las veces en esta humilde columna de opinión.
Uno de los primeros en dar la voz de alarma, aunque fuese de forma un tanto jocosa o lúdica, fue el periodista italiano Pino Aprile, con su ensayo titulado «Elogio del imbécil», que fue un éxito de ventas. En él trataba de argumentar y buscar explicaciones al fácil acceso que los mediocres tienen a los más importantes puestos de responsabilidad y decisión, desde los que gobiernan nuestros designios.
Cada día que amanece, el número de tontos crece
Y en suelo patrio, el brillante Boadella lleva tiempo advirtiendo que «cada día que amanece, el número de tontos crece». Para ser justos hay que remontarse varios siglos atrás, pues ya Erasmo de Rotterdam las vio venir cuando armó su portentoso «Elogio de la locura», cuyo título más certero debería haber sido «Elogio de la estulticia». El caso es que queda demostrado que las sociedades del bienestar, o quizá mejor de la comodidad, se caracterizan por castrar las iniciativas intelectuales del individuo que, saciado de todo lo necesario, no necesita agudizar el ingenio para sobrevivir.
Se trata del último estadio evolutivo del Sapiens, propio de las sociedades más desarrolladas, todas ellas constituidas en modernas oclocracias, que al amparo de una aceptación generalizada de impostados e irreales conceptos como los de dignidad, pueblo, democracia o igualdad, permite a una élite gobernante la implantación de un sistema clientelar donde los vasallos, muy bien alimentados, adoctrinados y atontados, no tienen conciencia de tal.
En los países desarrollados vivimos la modorra de la comodidad y de la queja. Hemos olvidado la génesis de lo que disfrutamos, y su precariedad.
Al respecto, dice José Antonio Marina en su último libro que el concepto de dignidad -como una suerte de invento u ocurrencia genial o disparatada- es la clave para entender esta etapa final del Sapiens. Y podemos concluir que, paradójicamente, la afirmación de la dignidad del individuo ha sido el primer paso para su destrucción como tal y su incorporación al rebaño, donde la uniformidad y la necedad son las tónicas dominantes. Queda claro que, en futuro próximo, las sociedades subdesarrolladas tomarán la antorcha de la inteligencia y acabarán imponiendo su poderío universal, en un lógico -vaticinado y esperado- equilibrio de fuerzas.
La involución de la inteligencia. Texto Andrés García Ibáñez