El mito y su permanencia mediante las tradiciones es el arma que todo poder establecido emplea para el manejo y control del grupo
Permanencia del mito. El mito está en el origen de toda cultura, entendida como el sentir de un colectivo humano con sus rasgos identitarios, creencias y modo de vida. Es la fábula que da respuesta a las grandes preguntas desde el ámbito del sentimiento y no desde la óptica intelectual. Ello explica, probablemente, su aceptación y eficaz trasmisión en el seno de toda civilización.
El ser humano es un animal sensible, antes que nada. Y su sentimiento vence siempre a todo argumento lógico, a todo esquema razonado. Los mitos antiguos son el origen de los grandes fenómenos religiosos, algunos de ellos plenamente vigentes. Pero la fábula necesita expandirse y afianzarse, conformarse en cultura de un pueblo; para tal fin se vale del símbolo y del rito.
El primero simplifica y condensa la esencia del mito en varios elementos o iconos, fácilmente entendibles e identificables por la comunidad, el segundo se encarga de la repetición, perpetuada en el tiempo, del primero. Se crea así la costumbre y la tradición, alimentos necesarios para sentirse miembro del grupo. Esto es así porque el sapiens es criatura gregaria, animal de rebaño en condiciones normales y salvo excepciones, la mediocridad es la tónica dominante en toda sociedad o agrupación. Y toda ellas necesitan de un líder y unas pautas de conducta.
Toda fábula mitológica esconde, en el fondo, sofisticados sistemas de control.
El mito y su permanencia mediante las tradiciones -materializadas en rito- es el arma que todo poder establecido (el pastor) emplea para el manejo y control del grupo (el rebaño). De toda mitología se deriva una ética para la praxis, más o menos explícita, más o menos subliminal. Toda fábula esconde, en el fondo, sofisticados sistemas de control, adoctrinamiento moral y normativas para el uso del pueblo.
Los modernos y aconfesionales estados legislan -desde lo racional- sobre ciertas cuestiones como la violencia de género, la pederastia, el maltrato animal o la tolerancia, muchas veces sin percatarse de que el pueblo no cambia por ello su imaginación o mentalidad mítica, sentimental y apasionada.
Con frecuencia oímos -incluso de voces de supuesta solvencia intelectual- apasionadas defensas de toda tradición por el mero hecho de serlo o pertenecer al acervo cultural del grupo, como si todo lo que conforma una cultura fuera necesariamente bueno, digno de conservar y compatible con los nuevos valores de convivencia.
El pueblo no piensa con criterios científicos, necesita un líder a su medida que le garantice la continuidad de sus costumbres. Y un pastor que les haga sentir que todas las fábulas del rebaño siguen siendo ciertas.
Permanencia del mito. Texto: Andrés García Ibáñez