Platón se ha enfrentado en sus diálogos a casi todas las grandes preguntas de la existencia humana. Entre ellas, a qué lugar ocupa el placer en nuestras vidas.
¿Es el placer el bien último? Esto dice Platón. Sus diálogos ofrecen reflexiones, imágenes y contraposiciones que nos ayudan a situarnos, a orientarnos en el laberinto de la existencia.
En un famoso pasaje de la República, Sócrates afirma que la mayoría cree que el bien es el placer, y que solamente a algunos refinados les parece que el bien es la inteligencia.
Este planteamiento, que no encuentra respuesta en ese diálogo concreto dedicado a la justicia, abre una puerta difícil de cerrar para la reflexión y la acción humanas, una puerta abierta ya con anterioridad al pensamiento de Platón y que permanece aún hoy en día abierta.
La relevancia del placer en la vida humana ha sido objeto de reflexión al menos desde Demócrito, pasando por los sofistas Protágoras y Gorgias, el legado de Sócrates, la visión más sistemática de Platón y, junto con ellos, la escuela cirenaica (y sus enemigos antihedonistas, los cínicos).
Sin la escuela cirenaica no se puede entender el epicureísmo y seguramente sin éste tampoco sean comprensibles algunos aspectos fundamentales de nuestra concepción del placer y del lugar que este ocupa en nuestra vida.
El hedonismo y la vergüenza
El hedonismo, expresión que proviene de la palabra griega hedone (placer), designa una respuesta contundente a la pregunta por el bien en la vida humana. Como decía Aristipo de Cirene: “Da fe de que el placer es el fin el hecho de que nosotros desde niños irreflexivamente estamos habituados a buscarlo, y una vez que lo hemos alcanzado no buscamos nada más, y que nada rehuimos tanto como lo opuesto a él, el dolor. El placer es un bien, incluso si se origina de los hechos más vergonzosos…”.
Lo vergonzoso es un tema fundamental para Platón. En uno de los enfrentamientos dialécticos más contundentes, Platón escenifica un encuentro entre Sócrates y Calicles, personaje este último que recibirá los elogios Nietzsche por su anticonvencionalismo y su defensa del valor del más fuerte. Calicles defiende que la vida debe ser un constante llenarse de placeres sin cesar ni un instante; para él lo vergonzoso es no dejarse llevar por las pasiones, lo cual es propio de débiles y cobardes.
Para Sócrates, la vergonzoso y malo es no saber distinguir entre los buenos y los malos placeres. La vida del inmoderado, dirá, es como la vida de uno que intenta llenar un jarrón, pero que a causa de estar agujereado se vacía constantemente. Ese vaciarse provoca dolor, un dolor que solamente puede ser compensado por la generación del placer derivado de llenarnos de nuevo constantemente. Las almas de los moderados no tienen esos orificios y al llenarse conservan mejor, sin perderlo, aquello que han obtenido.
Jan Pato?ka, el conocido como Sócrates de Praga, pensando en esta imagen, nos habla en Platón y Europa del cuidado del alma: solamente si nos ocupamos de cuidar nuestra alma (de dialogar con nosotros mismos, buscando la solidez en nuestro pensar) evitaremos la insaciable condición de estar siempre llenándonos y vaciándonos, situación derivada de la indeterminación que caracteriza a los placeres y los dolores. La imagen de las Danaides, condenadas a llenar eternamente un recipiente agujereado, sirve aquí como explicación de esta situación trágica propia de la condición humana.
Podemos intentar pensar el placer, procurar comprenderlo, pero nunca llegaremos a contenerlo en unos límites establecidos. Y eso es causado por su propia constitución ilimitada, indeterminada, como proceso que nunca parece tener fin (como muestra Platón en su Filebo). El placer y su inseparable hermano, el dolor, son nuestros constantes compañeros de viaje, pero no conseguimos nunca plenamente entenderlos ni contenerlos, porque se ocultan y se mezclan entre ellos y con nuestras expectativas, nuestros deseos y nuestros recuerdos.
Esta idea, que según Derrida se encuentra en la base del Más allá del principio de placer de Freud, sugiere hoy en día una lectura que va más allá de la individualidad y del poder del inconsciente sobre nuestras vidas, y que incumbe nuestra existencia misma en el planeta.
¿Hacia un hedonismo sostenible?
Orsolya Lelkes, en su libro Sustainable Hedonism, ha advertido que, en un mundo cada vez más centrado en alcanzar el placer y la satisfacción de nuestras necesidades individuales, no solamente no conseguimos ser felices, sino que además en el camino estamos agotando los recursos y dañando de forma permanente un planeta que es nuestra única forma (actual) de preservación.
La comprensión de que hay alguna cosa, algún valor, que se encuentra por encima del placer y la satisfacción individual vincula de forma directa nuestra situación actual con aquella a la que Platón intentaba enfrentarse. La preservación del mundo, como han defendido autores como Hans Jonas o Yves Charles-Zarka, es una de las condiciones de posibilidad de nuestra existencia en la tierra y debería estar en la base de nuestra toma de decisiones. Platón no anticipó estas consecuencias potencialmente destructivas a nivel planetario de la persecución del placer como bien supremo, pero claramente vio los peligros de la identificación del placer con el bien; así como la imperiosa necesidad de mantener unidos hombre, ciudad y cosmos (como expone en su Timeo).
En el mundo capitalista, la constante creación de oferta busca adecuarse a las necesidades, a los diversos placeres existentes, que son también constantemente generados por la misma industria, pero también por la ideología misma (como diría Žižek) en la que no podemos ya dejar de vivir.
Frente a estas consecuencias de lo ilimitado del placer, Platón nos movería posiblemente a sentir una sana vergüenza, a revisitar nuestras almas y a pensar cuál es nuestro lugar en el todo. Conocerse a uno mismo implica conocer y a aprender a situar el placer en su lugar adecuado, cerca del bien, pero no idéntico a él.
¿Es el placer el bien último? Esto dice Platón. Por Bernat Torres Morales, Professor of Philosophy, Universitat Internacional de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.