Creador de imaginativos lienzos que van de lo panorámico a lo íntimo, Erik Thor Sandberg empuja el habilidoso realismo de una pintura magistral, hasta el borde contemporáneo del realismo mágico
Erik Thor Sandberg redefine la identidad humana. Desentrañar los significados en las creaciones de Erik Thor Sandberg puede resultar una tarea complicada, casi tanto como definir el carácter de su obra, sobre todo teniendo en cuenta que, como él mismo dice, la simbología de sus alegorías puede tener su origen en sus propias circunstancias vitales.
En cualquier caso, Erik es un pintor notable, con una técnica fuera de discusión y la habilidad de componer imágenes fascinantes, jugando con el equilibrio entre lo bello y lo grotesco.
Erik Thor Sandberg nació en Quantico, Virginia, en 1975 y tiene su sede en Washington. Aborda cada composición como si fuera una conversación entre el artista y el espectador. El diálogo así generado por su obra, cuestiona e intenta definir siempre la identidad humana (y los residuos de la misma).
Utilizando simbolismo, tanto establecido como personal, Sandberg crea narrativas sin principios ni finales definidos; captura momentos clave y los aísla fuera del tiempo.
Sobre esos momentos suspendidos, el artista se abstiene de fundar un juicio, y en vez de ello empatiza con las figuras que a menudo se encuentran paralizadas por un desastre auto-forjado. Tradicionalmente la obra de Sandberg ha representado escenas seculares de vicio y virtud, desde un punto de vista desde el cual la naturaleza humana resulta inherentemente defectuosa.
Sus imágenes hábilmente elaboradas, tanto las miniaturas como las de tamaño mayor que el natural, revelan las inesperadas formas en las que las imperfecciones hacen la vida interesante.
¡Cuán a menudo lo inquietante y lo grotesco capturan la mirada del espectador antes que lo hermoso!
Aunque la belleza, eternamente apreciada, permanece como un componente esencial de la obra de Sandberg, ya que contrasta los elementos desagradables y antiestéticos de esos mundos imaginarios.
La complejidad de la naturaleza humana ha fascinado desde siempre a Sandberg. Su arte es impulsado por sus meditaciones sobre nuestra propensión tanto a una bondad impresionante como a la barbarie, nuestros vicios y locuras, y nuestra notable capacidad de perseverancia y esperanza. Una vez definió así sus influencias: «Encuentro que la falibilidad del hombre es el tema con el que más conecto en la mayor parte de mi obra.»
La edad se enfrenta a la juventud en «Swing», en el que un anciano (barbado y vestido con sólo un taparrabos, se asemeja al San Jerónimo de José de Ribera) se prepara para dar un hachazo a un árbol muerto. Cuatro adultos jóvenes se aferran a sus ramas.
Cada adolescente se encuentra completamente absorto, aparentemente ajeno al peligro que le espera. Cada uno de ellos se aferra a objetos que pueden representar las complicaciones de sus vidas; un velero de juguete que evoca las alegrías y traumas de la infancia, una sierra para constuir o cortar de raíz las propias pérdidas, y un pájaro que aletea atado a una cuerda, detenido por su incapacidad de escapar y empezar de nuevo. Al final, sin embargo, el Padre Tiempo talará el árbol, y sus vidas acabarán, lo cual hará que esas trivialidades terrenales carezcan de sentido.
«Transcurso» presenta cuatro adolescentes en una frondosa colina, con un fondo montañoso. Dos de las chicas, aparentemente muertas, yacen una al lado de la otra, con árboles jovenes brotando de sus estómagos; Sabdberg parece rozar las relaciones de la muerte con el renacimiento y la regeneración, tal como Anselm Kiefer hace en «Man Lying With Branch» (1971), una pequeña acuarela que representa un árbol creciendo desde el pecho de un hombre. Una chica aparece en posición opuesta entre ambos árboles, mientras que su compañero, un chico, se encuentra agachado cerca de una de las chicas boca abajo. Las expresiones de ambos indican ansiedad, intranquilidad y vulnerabilidad. ¿Por qué ellos están vivos y las otras no? ¿Qué será lo próximo que nos traiga la vida?
«Bromeando digo que pinto gente desnuda haciendose cosas horribles unos a otros. Pero la respuesta real es que mis pinturas son alegorías, a veces relacionadas con mi vida, otras aleatorias. No estoy realmente con lo extraño, con las cosas horribles.»
«No soy religioso en absoluto, pero pienso que los vicios son algo que nos hace sufrir. También son lo que nos entretiene. Si no tienes vicio en una historia, será aburridísima. Pero también es algo de la gente que me aburre.»
«La gente necesita mirar lo que las figuras están haciendo en lugar de su desnudez. Los niños, de hecho, tiene una forma más sencilla de leer mis pinturas que los adultos, que sólo quieren mirar genitales y reirse de ello. Es un chico el que dirá «Esa persona está furiosa», y leerá la narrativa como realmente es.»
Erik Thor Sandberg redefine la identidad humana. Por Javier Fuentes