Stephen Mackey convierte la elegancia o la ternura en algo inquietante y sus pinturas en relatos de misterio donde cada espectador crea su propia trama.
Stephen Mackey y la dulzura más macabra. A lo largo de la historia del arte los temas no han parado de reinventarse, ni tampoco los estilos. Los artistas siempre han buscado nuevas ideas y formas de expresión en los orígenes, lo cual lleva a la aparición de nuevas iconografías. En ocasiones, las nuevas aportaciones de un artista a una obra ya existente cambia por completo su sentido y su significado.
Stephen Mackey crea sus propias obras, pero sí es cierto que convierte temáticas que el espectador siempre asoció con la elegancia o la ternura en algo inquietante y en ocasiones siniestro. Nacido en Inglaterra, este pintor se apropia de temas aparentes en el retrato romanticista y de un estilo que recuerda a los grandes artistas flamencos, creando algo totalmente diferente.
La ilustración actual juega mucho con los temas más infantiles y tiernos y busca darles una vuelta de tuerca. Dibujantes modernos han plasmado la cara más sangrienta de los cuentos infantiles.
La obra de Stephen Mackey entra en este mismo juego pero en su caso lo realmente espeluznante no es la sangre ni lo explícito, si no que de manera muy sutil le hace entender al observador que algo va a ocurrir.
La dulzura reinventada
Las pinturas del artista inglés cuentan con una atmósfera propia, creada a través de una fantasía contenida, colores muy neutros y otros elementos que llevan a la entrada del miedo sin que aparentemente esté allí.
Cada uno de sus cuadros es acompañado por un breve título, el cual combinado con la imagen introduce al público a una historia que tiene que aprender a ver. De este modo, las pinturas se convierten en cuentos, relatos de misterio donde cada espectador crea su propia trama.
En su pintura reina lo oscuro, mezclando con cierto aire surrealista, lo cual transforma a una niña vestida a la moda victoriana en una imagen de lo más tétrico. Todo es contenido y ordenado en su trabajo, nada incita a priori a pensar en lo caótico o en lo siniestro pero aunque no estén, se intuyen de manera inevitable.
Stephen Mackey bebe mucho de la estética del romanticismo, combinada con elementos de la técnica flamenca y rematando con una carga al estilo gótico, creando una escena oscura y sugerente, que no por ello deja de ser hermosa.
Los elementos de lo macabro
Para pasar de lo más apacible al nerviosismo anticipado, el artista se vale de multitud de recursos que forman su universo de incertidumbre. Stephen Mackey recurre a los cuentos clásicos y a la mitología para la elaboración de su obra, de manera que se crea toda una nueva iconografía de animales fantásticos y escenarios irreales. El protagonismo en sus pinturas generalmente es para la figura femenina, sin embargo también tienen un papel importante las criaturas híbridas de animales con humanos. Las dulces niñas con vestidos y cabeza de gato pueden ser más inquietantes que el monstruo más feroz.
Stephen Mackey y la dulzura más macabra. Los insectos también son una figura clave en este universo.
Las moscas y arañas que aparecen en la ropa o los rostros de las mujeres aumentan la sensación de incertidumbre, como si el espectador pudiera ver a los bichos pero la retratada no.
Otro elemento a destacar iconográficamente son los espejos, siempre dando esa impresión de portal hacia una realidad alternativa, creando distancia entre la realidad y lo reflejado.
En cuanto a personajes se refiere, las mujeres jóvenes, incluso niñas, componen por completo el elenco de esta especie de cuentos sin final. Sin embargo nada lleva al infantilismo. Se presenta al público a niñas con antifaz e intensos labios rojos que en nada recuerdan a la inocencia propia del personaje.
Estas niñas parecen aparecerse de la nada en escenarios de lo más pintoresco, como si no supieran cómo llegaron allí. Aún así a los personajes de los cuadros parece que todo les resulta normal, es el observador externo el que intuye que algo no va bien. Todo un mundo de relatos en el que nada parece encajar pero encaja.
Stephen Mackey y la dulzura más macabra. Por Ana García García