Tenemos un problema, hay algo que hace que las sociedades estén siempre, casi invariablemente mal gobernadas.
¿Un problema de líderes? Se trata, creemos, de un problema sistémico en todas las sociedades que tiene sus raíces en nuestra propia biología. Parece que vivimos en un mar de incapaces y nos escandalizamos cada vez que nuestros gobernantes cometen cualquier insensatez.
La mediocridad campa a sus anchas y no vemos que el resto de países estén mucho mejor que nosotros en el aspecto político.
La frustración y la impotencia se apoderan de todos nosotros, parece que nada pueda hacerse para cambiar las cosas pero… ¿es eso verdad? Vayamos a la raíz.
Las virtudes del liderazgo son la seguridad y la convicción. Las virtudes de la sabiduría son la duda y la humildad.
Conociendo estos principios vemos que el concepto de “líder sabio” es un poco un oxímoron dado que la sabiduría va en parte reñida con el liderazgo. Aquí tenemos el primer problema porque resulta que para ganar elecciones se necesitan dotes de liderazgo.
Mala cosa pues, como sabemos, ello implica rebajar el nivel del discurso para llegar al espectro más amplio posible. Son nuestros procesos de selección los que hacen que rara vez tengamos a personas sabias decidiendo cosas.
Eso es algo que los griegos supieron ver. Y no confundan ser sabio con tener múltiples estudios, no me refiero a eso. La sabiduría es sobretodo una actitud, tal y como Nassim Taleb afirma en “El Cisne Negro”, estamos condenados a elegir a personas necias o psicópatas ya que estas son las mejor dotadas para auparse en el poder.
Bien, esto es cierto a menos que tengamos el valor de desprendernos de los métodos impuestos por las oligarquías y sepamos ver una manera distinta de autogobernarnos que no dependa tanto de elegir a buenos líderes. A eso, los griegos le llamaron Democracia.
Tenemos que tener bien claro que no hay líderes intrínsecamente “buenos”, no los hay, que no existen “los mejores”, mejor es un término subjetivo, en realidad somos diferentes, mejores en unas cosas, peores en otras, pero puestos en conjunto nos complementamos.
No solo en saberes también en enfoques, cada trayectoria vital es única y ofrece un punto de vista por tanto también único que podría enriquecer la toma de una decisión. Lo que debemos comprender es que, ante todo, somos humanos y somos imperfectos, que somos corrompibles y nos equivocamos.
Vamos que somos buenos hasta que se demuestra lo contrario. ¡Seamos conscientes de nuestras grandes limitaciones! La dura realidad de este mundo es que nadie sabe gran cosa y, por ello, vivimos en la contingencia permanente y así debe ser.
¿Un problema de líderes? Eso es el mundo real, un mundo lleno de incertidumbre, complejo. Y es que uno no es sabio por lo que sabe sino por lo que reconoce que no sabe.
Puede que creas que unos pocos países parecen estar bien gobernados y con gente sabia al mando pero recuerda que si lanzásemos un montón de letras al suelo, en algún rincón se habría construido una palabra con sentido y no por ello dejaría de ser algo fortuito y azaroso.
Hay cosas que nos superan y puede que solo haya sido fruto de un cúmulo de coincidencias históricas el que algunos países (por ejemplo los países nórdicos o Suiza) tengan sistemas de gobierno que funcionen de forma medianamente potable.
Nada impide que en el futuro colapsen de la misma forma que lo está haciendo el resto. No deberíamos caer jamás en la autocomplacencia cuando las cosas nos van bien pues es la receta para el desastre.
¿Por qué seguimos a los líderes?
Porque estamos genéticamente programados para ello. Nuestra especie evolucionó a partir de simios de macho y harén, como los gorilas y los chimpancés. Obedecer, someternos al macho alfa y a la estricta jerarquía que pende de él, debió ser lo habitual durante millones de años. Unas decenas de miles de años de socialización primero y luego de civilización no han hecho mucha mella en nuestra genética. Seguimos teniendo los mismos instintos, en buena parte y aunque sea inconscientemente seguimos necesitando un líder que nos guíe y que dé seguridad a nuestro transitar por la incertidumbre. Los grandes partidos lo saben y explotan esa debilidad.
Y ¿qué pasa cuando un líder se equivoca?
Que persiste en el error y que sus seguidores no osarán contradecirle ni desafiarle hasta que el daño sea ya muy grave e irreparable. Seguirán adulándole durante un tiempo incluso cuando el error sea ya más que evidente, eso dará igual, su séquito de pelotas seguirá engañándose a sí mismo con tal de negar la realidad. Eso es una constante que ha pasado en todas las épocas.
¿Por qué siempre nos equivocamos tanto al elegir a los líderes?
Una primera respuesta es que no nos equivocamos tanto como parece, realmente los humanos somos enormemente falibles solo que nuestro sesgo cognitivo nos hace pensar casi siempre que nosotros lo haríamos mejor, que no nos habríamos equivocado allí donde se equivocaron otros. Tendemos a pensar que estamos invariablemente por encima de la media.
Sin embargo si que hay un par de efectos que ayudan a que la mediocridad invada las altas esferas, a saber. La corrupción del poder, es el mejor conocido, sabes lo que eres pero no en lo que te convertirás. El poder tiende a transformar las personas, las vuelve más paranoicas, más egoístas y más deshonestas y cuanto más tiempo lo ostenten mayor será la corrupción moral.
Como el anillo único de la novela de Tolkien, el poder es una carga demasiado pesada para que la lleve una sola persona.
De ahí que la aristocracia se impusiese en la Atenas predemocrática, en la Roma repúblicana y en la Europa moderna y parlamentaria como formas superiores de gobierno en oposición a la monarquía. Por desgracia existe la ley de hierro de la oligarquía enunciada por Robert Michels, que hace que cualquier élite gobernante, por buena que esta sea en sus inicios, termine por levantar barreras, blindarse, cooptar y en última instancia degenerar en una oligarquía extractiva y parásita. Por si esto fuera poco la segunda causa es la más obvia y evidente, el poder atrae a quienes quieren poder, y esto, no puede decirse que sea precisamente una buena virtud política. Así que allí donde haya poder concentrado habrá riesgo.
Lo cierto es que aunque reseteásemos todo el sistema renovando el 100% de los cargos mediante procesos transparentes de primarias, listas abiertas o con elección directa seguiríamos fallando por una razón muy sencilla y es que sabemos reconocer al que no lo hace bien pero somos incapaces de predecir quien no lo hará bien. Ya que las aptitudes para los cargos políticos se demuestran ejerciéndolos y ¿cómo valorar a aquellos que jamás han ejercido? Hay quien dice que por sus currículums, pero el mundo está lleno de psicópatas y ególatras de excelente currículum y, en cambio, mucha gente sencilla y honesta que no ha podido pagarse tan buenos estudios o carreras puede ser tanto o más válida para el cargo. Además, valorando eso estaríamos sesgando el universo de candidatos en favor de las élites nuevamente y eso queremos evitarlo.
¿Cómo logramos que gobiernen los no-líderes?
Esto ya lo discutimos en un post anterior titulado, El gobierno ideal, el de quienes no quieren gobernar. Pero el principio clave es lograr distribuir el poder y que los cargos de responsabilidad en los que no sean necesarios conocimientos técnicos recaigan sobre casi todos y durante un tiempo breve. Hay que pasar de un liderazgo personal y jerárquico a otro compartido, distribuido y rotativo, entre cuantos más mejor.
¿Podemos evitar el error?
No. El error es inevitable, asumámoslo la certidumbre completa en el mundo real no es posible. Vivimos en un mundo complejo cuyo comportamiento es el resultado de billones de interacciones entre una multiplicidad enorme de agentes, a medio plazo resulta imposible contemplar todas las variables que serían necesarias para una correcta predicción.
Simplemente no podemos, el estado final depende demasiado de las condiciones iniciales. Lo siento, probablemente la psicohistoria del Hari Seldon de Isaac Asimov, sea una quimera. Convivir con el error no tiene porque ser malo, de hecho, es la base misma del aprendizaje empírico constante, por prueba y error.
¿Un problema de líderes? Por eso es vital que las estructuras que creemos no sean rígidas sino fluidas y flexibles, adaptables a cada momento. No como la constitución del 78.
Aun así, en un marco de alta inversión en I+D podríamos aspirar a desarrollar máquinas con las que evitar improvisar las políticas a ciegas, mediante simulaciones basadas en agentes con las que elaborar pronósticos al muy corto plazo y que pudiesen evaluar la sensibilidad del sistema a nuestras medidas.
Podemos y debemos desarrollar esos modelos, urgentemente, pero ni con ellos evitaremos el error, solo podremos cuantificar mejor el riesgo en diferentes escenarios (véase FuturICT).
Aun así sería un gran avance, una razón más para incrementar nuestra inversión en investigación y desarrollo.
¿Como incorporamos sabiduría en el sistema?
Hemos dicho que una mente sabia es aquella que duda, aquella que no da nada por sentado, aquella dispuesta a cambiar de parecer si los hechos empíricos refutan sus creencias. Es el humilde, el que sabe que no sabe, el que reconoce su ignorancia. De nada nos sirve seleccionar a aquellos que parece que saben mucho, pues ellos ya están convencidos, solo podremos obtener una confrontación y no una sana discusión. Hay que buscar la deliberación, la fusión y reelaboración de principios sin ideas preconcebidas ni prejuicios. Para ello necesitamos a los que no saben. Las ciencias sociales no son un saber técnico que pueda ser abordado mediante leyes exactas. Además, como ocurre con la cuántica, la sola observación puede alterar el resultado. Tiene poco sentido hablar en este campo de expertos porque siempre encontraremos gente que defienda posturas contrapuestas basándose en idénticos principios y muchas veces no encontraremos razones lógicas para desechar una u otra postura. Además, los “expertos” tienen una debilidad, están demasiado encorsetados en su visión, incapaces muchas veces de salirse de marcos preestablecidos por temor a perder rigor académico y ese prestigio entre los suyos que tanto les costó obtener.
No, lo que necesitamos no son más consejos de sabios sino inteligencia colectiva, necesitamos potenciarla. La inteligencia colectiva emerge cuando no hay apriorismos y cuando todas, las personas, sean cuales sean sus méritos y formación, parten en igualdad de condiciones unas de otras. Por eso la democracia real es la única metodología que permite trabajar con esos conjuntos de población no aleccionada y tomar decisiones en base a su voluntad agregada. Eso que en Atenas fue posible por ser esta solo una ciudad (la polis), hoy podría volver a ser posible gracias a las nuevas tecnologías de la información.
La ventaja de la inteligencia colectiva es que no tiene ningún prestigio que preservar, no tiene interés personal, de hecho es interés común en estado puro, ya que es fruto de la gente en su conjunto, no es corrompible (al menos no de una forma tan sencilla) y, lo más importante, es capaz de cambiar de opinión cuando se equivoca. Reconocerá el fallo si este es evidente porque usar la inteligencia colectiva invita a la corresponsabilidad y a la educación sobre lo común. A dejar de ser ciudadanos pasivos para pasar a ser activos y entrar a formar parte de ese todo.
¿Un problema de líderes? Fuente: Víctor García
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