Ocho mujeres, contando un remoto primer amor a sus 23 años, acompañaron al genio hasta su muerte. Pero hubo más no registradas. La infidelidad y el sexo fueron sus motores más poderosos
Picasso quería mujeres sumisas, devotas, casi esclavas. «Español sin remedio / Español en la Tierra, el Cielo y el Infierno». Así lo definió un poeta. Y él, Pablo Ruiz Picasso, definió así el día de un español: «Empieza en la misa, sigue en la corrida de toros, y termina en la casa de putas».
Malagueño, genio absoluto por añadidura, y de vitalidad asombrosa («Tanto en el trabajo como en la cama», coincidieron sus mujeres), no podía ser hombre de una sola mujer. Fueron siete: Eva Gouel. Olga Koklova. Marie-Thérèse Walter. Dora Maar. Francoise Gilot. Genevieve Laporte. Jacqueline Roque.
Siete bien contadas. Pero bien pudieron ser setenta. Todas sus modelos. Y hasta sus mucamas y sus lavanderas… Y en realidad, no siete: ocho. La primerísima fue Fernande Olivier, artista y modelo. Vivió con él desde 1904 hasta 1912. Saquemos cuentas.
Pablo Ruiz Picasso nació en Málaga en 1881, y murió en Mougins, Francia, en 1973. Cuando Olivier llegó a su vida, él tenía 23 años. Poco hay que decir de la segunda, Eva Gouel: la tuberculosis se la llevó en 1915…
Su primer matrimonio fue con Olga Khokhlova, étoile de los célebres Ballets Russes. Pareja complicada. Ella era aristócrata -se decía que era sobrina del Zar de Todas las Rusias- y nadaba en plata. Picasso, en cambio, aunque empezaba a ser famoso y próspero, no era de ese mundo…
Olga fue la madre de su primer hijo, Paulo Picasso, pero el matrimonio, según testigos, nunca funcionó. Él odiaba a la clase social de ella, y ella cayó en una profunda neurosis y murió, demente, en 1955. No pudieron divorciarse: era ilegal en España. Paulo murió apenas a los 54 años: alcoholismo crónico.
En 1927, Picasso descubrió en una tienda a Marie-Thérèse Walter. Ella tenía 17 años: la belleza en explosión para un Pablo de 46…Fue, según otras mujeres del genio, la más sensual de sus relaciones.
Ocho años juntos, y una hija: Maya. Pero mucho más. Esa pasión llevó a Pablo a la vanguardia del arte abstracto luego de una etapa neoclásica que él detestaba por «muy burguesa».
Él la dejó en 1936 cuando se unió a la fotógrafa Dora Maar. Triste final el de Marie: se ahorcó en 1977, cuatro años después de la muerte de Pablo.
Picasso quería mujeres sumisas, devotas, casi esclavas. Tal vez no soportó la soledad. Tal vez creyó, como Dora Maar, su sucesora, que «después de Picasso… ¡sólo Dios!»
A Dora Maar la conoció en un café mientras se flagelaba con un cuchillo, haciendo sangrar sus dedos. La sangre: gran estímulo para Pablo, amante de esa brutal carnicería que es una corrida de toros…
«Era perversa, salvaje, amaba los juegos sádicos, y ya había sido inmortalizada por el célebre fotógrafo Man Ray, uno de los popes del surrealismo» (testimonio de amigos de Pablo).
Vivió y registró con su cámara uno momento histórico: Picasso bocetando y pintando el «Guernica», acaso el más célebre por su demoledor repudio al nazismo.
Sus aviones bombardearon la ciudad de Guernica, patria de la sagrada encina ante la cual los reyes españoles juraban respetar los derechos del pueblo vasco.
Pero una vez más, Pablo huyó detrás de una mujer más joven: Francoise Gilot, luego madre de Claude y Paloma, los hijos más notorios de Picasso.
Fue -dicen los que saben, los íntimos- «la mujer que más contuvo al malagueño». Cosa difícil si las hubo.
Porque a lo largo de su vida, como un mago de circo, mintiendo y fingiendo, mantuvo a todas sus mujeres en órbita, porque no toleraba el alejamiento y el olvido de ninguna.
Las quería devotas, adoratrices, esclavas. Y no es difícil de comprenderlo. Picasso (como Lope de Vega, como Shakespeare, como Mozart, como Leonardo) fue un monstruo de la naturaleza.
Entre pinturas, esculturas, dibujos, grabados, cerámicas, tapices (etcétera)… firmó ¡casi cincuenta mil obras! valuadas en 700 millones de dólares a su muerte, y hoy, triplicada esa cifra.
Ergo, era inimaginable preparando el desayuno para la familia, llevando a los hijos al colegio, y vivir como un marido normal: de casa al trabajo, y del trabajo a casa.
Pero acaso Gilot estuvo cerca de ser la horma de su zapato. Crítica, llegó a decir que Pablo nunca quiso que su hijo Paulo llegara a nada. «Lo convirtió en su chofer, porque él no manejaba». Renunció a su carrera de abogada.
No le importaba si Pablo volvía a acostarse, por ejemplo, con Marie… Algo que ya había hecho varias veces. Según Gilot, Picasso era como un gran río que arrastraba restos y esqueletos.
Necesitaba mucho sexo. (Se dice que el único que lo superó en esa avidez fue Charles Chaplin, que según una de sus mujeres «era capaz de hacerme el amor ocho veces en una sola noche»). Cruel -según Gilot-, era como un chico que encuentra un reloj y lo destruye para ver qué contiene.
Recordemos dos de sus más famosas confesiones: «Necesité medio siglo para aprender a pintar como un niño» y «Yo no busco: encuentro».
La vida con Gilot no fue fácil. Según ella, «una vez le pregunté por qué era tan malo con su secretario, un hombre leal, y me contestó: ‘Solo soy malo con la gente que amo. Con los que no me importan, soy amable'»
Por fin, Gilot, que lo admiraba, que dijo que verlo pintar era como asistir a un milagro, ¡lo abandonó! Ninguna de sus mujeres se había atrevido a tanto.
Partió, y se llevó a sus hijos Claude y Paloma. Para entonces, y aunque furioso, a sus 71 años, buscó y encontró a su última mujer. Una asistente de alfarería llamada Jacqueline Roque, de 27 años.
Pero antes de ella hubo un retorno. Genevieve Laporte, francesa, nacida en 1926. No sólo se ufanó: «Soy la última amante de Picasso». Escribió varios libros. Entre ellos «El Amor Secreto de Picasso» y «Acerca del corazón de Pablo Picasso».
Se conocieron en 1944. Ella tenía 17 años y fue a entrevistar a Pablo para una revista estudiantil. Fueron amantes durante el verano de 1951, y retomaron la relación después de la ruptura con Gilot.
Él la pintó vestida, desnuda, durmiendo… Y fue la única que dijo «Ese hombre era amor, respeto y dulzura». No quiso vivir con él para siempre por consejo del poeta Paul Eluard: «Picasso mata todo lo que ama».
Se casó con Roque después de la muerte de la Khokhlova: nunca pudieron divorciarse. Según Gilot, Roque era vacía, una pequeño burguesa de cero inteligencia, y muy sumisa.
El modelo exacto que Picasso necesitaba. Una partenaire que lo siguiera a sol y a sombra. Que lo acompañara hasta las diez de la noche, cuando dejaba de trabajar para comer. Que le encendiera muchos de los cuarenta cigarrillos por día que fumaba. Su ideal de mujer: una hetaira de su harén.
Cuando Picasso murió, a los 92 años, su vida pública y privada dejaron de importar. Se había ido el último monstruo de la naturaleza dejando una obra colosal, inconmensurable, irrepetible así que pasen los siglos.
Picasso quería mujeres sumisas, devotas, casi esclavas. Eso fue arte puro. El resto (mujeres, hijos, infidelidades, crueldad)… apenas anécdotas. Literatura periodística. Uno que otro libro de memorias contado por una que otra de sus mujeres.
O la historia que cuenta todavía la dueña de un rincón español, lugar en el que Pablo -ya celebérrimo- fue a comer con un grupo de amigos.
Cuando pidieron la cuenta, la mujer le pidió a Picasso que le hiciera, como recuerdo, un dibujo. Pablo tomó un papel y cumplió con el pedido. La mujer le dijo: -Pero falta algo… Su firma.
Respuesta: -Señora, con el dibujo pago la cuenta. Pero si lo firmo, ¡le estoy comprando el restaurante!
Picasso quería mujeres sumisas, devotas, casi esclavas. Fuente: Alfredo Serra