El pasado 16 de diciembre se cumplieron 50 años del primer crimen vinculado a sectas en España, sucedido en Tenerife con la familia Alexander.
50 años del primer crimen vinculado a sectas en España. Frank Alexander extrajo el corazón a su madre y hermanas mientras su padre interpretaba al armonio melodías de la Sociedad Lorber
En 1970 una locura mesiánica se desató en una céntrica calle de Santa Cruz de Tenerife. El resultado fue una orgía de sangre sin precedentes en la crónica nacional de sucesos y el recuerdo de unos estremecedores asesinatos que, en su momento, impactaron por su extrema crudeza en la opinión pública del país.
El historial de la familia Alexander antes de trasladarse a la isla tinerfeña ya evidenciaban que no se trataba de unas personas muy convencionales. En su etapa en Hamburgo (Alemania), había habladurías entre los vecinos de sus extrañas conductas.
En este caso, de una serie de prácticas rituales satánicas que tenían que ver con una nueva religión. Por no mencionar, que también practicaban el incesto.
Lorber y su ‘Creación’
Sin embargo, fue el nacimiento del primer vástago, Frank, al que Harald –el padre- denominó el Mesías, lo que derivó en un parricidio que la prensa tituló como ‘El crimen del Siglo’. Todo explotó cuando Harald Alexander tenía 39 años.
Años antes, el progenitor se afilió a la llamada Sociedad Lorber, una especie de corriente de pensamiento gnóstico-cristiana que incluía elementos de carácter esotérico. Esta especie de pseudo religión estaba basada en las visiones del profesor austríaco Jakob Lorber que, en el siglo XIX y a los cuarenta años, empezó a recibir supuestos mensajes proféticos dictados por el Espíritu Santo. Unos mensajes que impactaron en Harald y que le llevaron a creerse un ‘elegido’ por la Providencia.
El legado de Lorber se convertiría en la fuente de inspiración del alemán cuyo discípulo directo, ya en el siglo XX, lo encarnaría Georg Rihele. Otro ‘elegido’. Para esta corriente el hombre puede alcanzar la perfección hasta el punto de ser “completamente amoroso” como lo es Dios. Aunque la manera que creían lograr este lugar supremo era a través del denominado “Renacimiento espiritual”.
Ambos ‘elegidos’ se convirtieron en grandes amigos, hasta el punto que Harald se encontraba en el lecho de muerte de Rihele. Tras su fallecimiento, el alemán heredaría el título de Mesías, además de un acordeón que, como veremos, será crucial el día de autos.
El nacimiento de Frank
Todos y cada uno de los acontecimientos que ocurrían en la familia Alexander tenían relación con las enseñanzas de la Sociedad Lorber. Parecía que todo sucedía por una razón concreta, todo tenía sentido gracias a los mensajes del maestro. Unos ideales que encontraron aún más valor con la llegada del pequeño Frank, el único varón de entre tres chicas. Corría el año 1954 y había nacido el ‘profeta’, el Mesías esperado por la humanidad. Y conforme a esta creencia, fue creciendo el pequeño hasta convertirse en un adolescente con gran poder sobre el resto de miembros de la familia. Principalmente, entre las mujeres.
No había nada en esa casa que no se hiciese a gusto de Frank. Todos le obedecían y le respetaban sobremanera. Nadie ponía en duda sus decisiones por muy malas que fuesen. Era intocable pese a sus 16 años.
Tanto es así, que las mujeres tenían una posición secundaria. Tanto la madre -Dagmar de 41 años- como las tres hermanas -Marina de 18, y las dos gemelas, Sabine y Petra de 16- eran relegadas a un segundo plano, tal y como las enseñanzas de Lorber auguraban sobre algunas de las escenas de la Creación. Porque si Eva nació de una costilla de Adán, la mujer era en realidad una imitación del hombre.
En aquella casa las órdenes las daban ellos y ellas obedecían. Nadie atendía los deseos de las féminas porque siempre primaron los de los dos varones. Incluidas las relaciones sexuales. Frank tenía prohibido acostarse con muchachas de su edad porque las consideraban ‘sucias’.
La única forma de desarrollarse sexualmente era cometiendo incesto. Con la bendición de su padre, solo podía copular con su madre y sus hermanas. Un aberrante comportamiento que terminó haciéndose público. Las autoridades a punto estuvieron de detenerles pero los Alexander emprendieron una huida que les llevó hasta Tenerife. Concretamente a la calle Jesús Nazareno número 37 de la localidad de Santa Cruz.
Eligieron este destino porque así se lo había dictado Dios. O eso decían. Tras cobrar una importante herencia, llegó a sus manos una oferta para comprar un terreno en la zona de Los Cristianos. Fue en este detalle donde creyeron ver que la providencia les estaba guiando.
Se desata el infierno
Ya en la isla trataron de hacer una vida normal, intentando pasar desapercibidos. Mientras las hermanas se dedicaban al servicio doméstico, Frank había encontrado trabajo como repartidor. Pero los vecinos pronto comenzaron a ver en ellos algo raro e inusual. Los cánticos y rituales se seguían sucediendo y empezaron a despertar los rumores.
El 16 de diciembre de 1970 por la tarde, Frank sintió una punzada. Creyó ver que su madre le miraba de forma distinta, un tanto extraña y desafiante. Así que decidió coger una percha de madera del armario y golpearla brutalmente en la cabeza hasta que quedó inconsciente.
Pese a la brutalidad del asesinato, Harald miró con benevolencia a su hijo y se limitó a tocar el acordeón y a recitar unos salmos. Después, ambos iniciaron el macabro acto de mutilar las “partes ofensivas” de Dagmar, sus órganos sexuales. Para ello se valieron de una tijera de podar y unas cuchillas de afeitar.
Le seccionaron los pezones y los clavaron en la pared, para después abrirle en canal y arrancar su corazón que quedaría suspendido de una cuerda también en la pared. Las hermanas Petra y Marina correrían la misma suerte que su madre al ser mutiladas y desvisceradas. No se resistieron ante sus agresores. Pero la casualidad quiso que Sabine, otra de las gemelas, salvase su vida. Aún se encontraba trabajando.
Tras la carnicería, padre e hijo se lavaron, se cambiaron de ropa y emprendieron la fuga hacia Hamburgo. Pero no lograron salir de la isla porque habían destrozado cuanto encontraron a su paso, entre ello, sus pasaportes, una serie de documentos y cartas. Aquel era uno de los ritos que tenían que llevar a cabo, destruir todo lo que podía atarles a su antigua vida. Esto fue su perdición. La policía localizaría dos sacos con papeles rotos donde se encontraban los carnés.
Entonces, Harald y Frank viajaron hasta Los Cristianos con el fin de contactar con el psiquiatra alemán Udo Debolovsky. No dieron con él. De allí fueron al terreno que habían adquirido, deambularon un buen rato, y después marcharon a La Laguna. Querían hablar con el doctor Trenkel, jefe de Sabine.
Sabine y el doctor escucharon compungidos las explicaciones de los parricidas justificando los crímenes. Trenkel llamó al consulado alemán y la policía arribó de inmediato para detenerles.
Cuando las autoridades registraron el domicilio familiar se toparon con la peor de las masacres. Había sangre por todas partes, en el techo, en las paredes… Restos humanos clavados en diferentes estancias y los cadáveres de las mujeres completamente destrozados. En aquella época, la policía de Tenerife jamás se había encontrado con un caso similar.
Absolución por trastorno mental
Eran las 10:30 horas de la mañana del 17 de diciembre de 1970 y daba comienzo el juicio contra Harald y Frank Alexander. La Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife fue testigo del relato de los hechos y los delitos que a los acusados se les imputaba. Frank, desencajado, parecía fuera de sí. Harald se mostraba ausente. Y ambos se mantuvieron en silencio. Ninguno habló.
Durante el testimonio de lo dos peritos forenses, los doctores Serrano y Velasco Escasi aseguraron que el padre padecía una enfermedad mental del tipo “delirante crónico de base esquizofrénica”, mientras que el hijo había sufrido un contagio psíquico o un trastorno inducido. “El arcángel San Gabriel me habló en doce tonos distintos”, “quería conquistar el reino de David”, llegó a decirle Harald al doctor Velasco durante su internamiento en el sanatorio penitenciario de Madrid.
Ante el testimonio de los profesionales se originaron dos disyuntivas: la de la defensa, pidiendo su reclusión en un psiquiátrico; y la del fiscal Temístodes Llanos que emplazaba a la pena de muerte para Harald (por entonces todavía se ejecutaba mediante garrote vil) y 20 años de reclusión menor, por cada una de las víctimas, para Frank.
Finalmente, el tribunal absolvió a los acusados de los delitos de parricidio y asesinato porque eran “autores no responsables” y “por concurrir en los mismos la eximente de enajenación mental”. Según la sentencia del 26 de marzo de 1972, se procedió a su internamiento “en uno de los establecimientos destinados a los enfermos de aquella clase, del cual no podrán salir sin previa autorización de este tribunal”.
Padre e hijo fueron trasladados al Centro Asistencial Psiquiátrico Penitenciario ubicado en la cárcel de Carabanchel, uno de los tres lugares en España donde, por aquel entonces, se trataban a los enfermos mentales. Los otros dos eran el Departamento de Oligofrénicos de León y el Centro de Psicópatas de Huesca.
A primeros de los 90, Harald y Frank lograron escapar del psiquiátrico. La Interpol incluso interpone una orden de búsqueda y captura en 1995. Pero no lograron dar con ellos. Desde entonces, nada se sabe de su paradero. Algunas fuentes apuntan a que tanto el patriarca como el vástago regresaron a Alemania donde la Sociedad Lorber seguía teniendo actividad. Tampoco se volvió a saber nada de Sabine que, tras la matanza, fue como si se la hubiese tragado la tierra. Optó por esconderse.
Texto: Mónica G. Álvarez