Hablamos sobre su nuevo trabajo. Smashing Pumpkins se adentran con «Cyr» sin miedo al synth pop ochentero
Smashing Pumpkins se adentran con «Cyr» sin miedo al synth pop ochentero. Cuando dos años atrás hice la crítica de Shiny And Oh So Bright, Vol. 1 / LP: No Past. No Future. No Sun., describí a Billy Corgan como un jugador de póker que, a pesar de tenerlas todas en su contra, seguía empeñado en no abandonar la mesa.
Y aunque la remontada sigue pareciendo altamente improbable, en 2020 aún es capaz de sacarse otro comodín debajo de la manga para prolongar la partida.
Aquel regreso de la formación original de The Smashing Pumpkins en 2018 (esta vez de verdad… o al menos en parte) tuvo más de efectista que de efectivo.
Ya lo advertí; por mucho que los fans celebrasen la vuelta de James Iha y Jimmy Chamberlin, Corgan continuaba siendo el capitán del barco tanto para lo bueno como para lo malo.
Y por desgracia, en los últimos años ha habido más de lo segundo que de lo primero. No se le puede negar que ha intentado de todas las maneras posibles recuperar el lugar que un dio ocupó como uno de los mayores talentos de los 90.
Pero hay cosas que no vuelven así como así. Y no tiene nada que ver con que en la portada aparezca el logo de la banda que te hizo grande. Ni que te reencuentres con tus antiguos compañeros. Ni que seas capaz de escribir veinte canciones para un nuevo álbum doble. Se trata de la inspiración. Y a Corgan hace ya tiempo que las musas no le visitan tan a menudo.
Por mucho que lo englobe dentro de la misma serie e incluso el artwork sea similar, lejos de recoger el testigo de su antecesor Cyr se aleja de la idea de resucitar el rock guitarrero que les encumbró hace ya tres décadas para adentrarse sin miedo el synth pop ochentero (de verdad, ¿cuándo se va a acabar esta moda?).
Puede que algunos quieran establecer paralelismos, pero esto no se parece en nada a Mellon Collie And The Infinite Sadness (estilísticamente mucho más rico y colorido), ni a Adore (las circunstancias no son las mismas de entonces y aquí apenas hay rastro de esa ambientación gótica). Cyr, y esto hay que reconocérselo, tiene su propia personalidad.
El problema viene cuando comprobamos que la identidad de estas nuevas composiciones está tan definida que parecen cortadas por el mismo patrón. Los recursos se repiten en prácticamente todos los cortes del disco. Teclados y sintetizadores por aquí, baterías electrónicas por acá, coros femeninos por allá… Hasta las melodías resultan reiterativas, haciendo que la escucha se vuelva tediosa según avanzan títulos tan insulsos como ‘Confessions Of A Dopamine Addict’, ‘Wrath’ y ‘Black Forest, Black Hills’.
Cuesta imaginar el papel que habrán jugado en el estudio Iha, Chamberlin y Jeff Schroeder (el único miembro permanente en las Calabazas desde 2007). Si me dijesen que Corgan ha vuelto a imponer su tiranía y grabar todo por su cuenta, me lo creería. Por algo esta vez se ha encargado de producirlo él mismo, prescindiendo de los servicios de Rick Rubin.
Por arrojar algo de luz, habría que apuntar que alguna canción salvable hay por aquí. Billy andará escaso de mojo, sí, pero aún no se ha olvidado de escribir buenos temas. Entre lo más destacado estarían las vibrantes ‘The Colour Of Love’, ‘Anno Satana’ o la guitarrera ‘Wyttch’ (la única que rompe con la tónica general). El problema es que entre todas ellas apenas darían para un EP, siendo generosos. Porque si la intención era formar un buen álbum de pop ochentero homenajeando a Depeche Mode o The Cure, con 10 cortes llegaba más que de sobras. Todo lo demás es relleno gratuito e innecesario.
Viendo semejante panorama, siento escalofríos ante lo que nos puede llegar el año que viene con las anunciadas segundas partes de Mellon Collie And The Infinite Sadness y Machina/The Machines Of God con un Corgan en un estado de forma en lo compositivo tan bajo y sin nadie que sea capaz de pararle los pies. Podría ser su última carta, pero ya hemos comprobado que con él las sorpresas, para bien o para mal, nunca son definitivas.
Fuente_: Gonzalo Puebla (rockzonemag.com)