Era navidad, y como de costumbre salimos a dar un paseo Egon y yo, hablo de mi perro, mi camarada.
Pequeña novela Apocalíptica. Esta vez sería un paseo de los largos, de los de desconexión total con el mundo. Queríamos llegar hasta ese sitio secreto nuestro. Un páramo selvático en lo más profundo del parque natural al que solemos ir. Donde robledales y abedules crecen infinitos hacia el cielo, entre lianas y gigantescas hojas que construyen pasajes encapotados cómo exóticas cavernas sin explorar.
Donde reina las más infinita de las paces y la natura se presenta casi obscena en su máxima expresión. Pero aquel día no fue así, no dimos crédito a lo que encontramos. Habían talado la mayoría de los árboles y otros fueron arrancados de raíz. ¿Y por qué?
Allí no transita nadie, no hay absolutamente nada de interés, incluso el acceso es dificultoso. Desorientados y cabizbajos decidimos regresar.
De camino a casa fantaseé con la idea de escribir un libro. Una pequeña novela apocalíptica. En la que la madre naturaleza y todas sus especies se rebelaban contra el hombre. Saliendo imparables de sus cuevas y guaridas, de allí donde viven acechados y en cautiverio.
Las raíces de los árboles invadirían el asfalto, reventando carreteras y edificios. La vegetación camparía a sus anchas a cada palmo de tierra, recuperando su lugar de origen. La fauna marina se revolvería furiosa de tal manera entre el plástico y los vertidos, que los mares como tsunamis inundarían las urbes, llevándose por delante coches, grúas, máquinas y petroleras.
Un ejército sin uniformar de golondrinas atacaría antenas y repetidores, aniquilando todas las tecnologías encriptadas de un plumazo, para así poder generar el apagón universal.
Mientras hordas de insectos, babuinos y otros parientes asaltarían parlamentos, despachos y asambleas, a la vez que ocuparían resorts, centros comerciales y mansiones inteligentes.
Manadas de elefantes se abrirían paso entre las infectas calles repletas de zombis andantes. Y jaurías de leones, llamas y serpientes bailarían la danza de la libertad en la toma de la bastilla de este planeta moribundo, enfermo.
Resultado del odio y del poder miserable de la raza humana, en la que el karma acabaría escribiendo su último capítulo y anunciando el principio de una nueva era, la Era Silvestre. Sin domesticar, libre, sin intervención humana.