En Vozdevieja, su primera novela, la escritora sevillana mira a la enfermedad, el sexo o el paso del tiempo desde los ojos de una niña de nueve años
Este es un libro con niños pero no para niños: hay enfermedad, hay deseo, hay una extrañeza y una desazón que no resultan nada infantiles
Elisa Victoria (Sevilla, 1985) está inquieta. No es, ni de lejos, una escritora debutante, porque tiene a su espalda varias antologías de relatos, un puñado de fanzines, una lista de medios con los que ha colaborado y dos libros publicados por la editorial Esto no es Berlín. Pero ocurre que esta es su primera novela tras años dedicados a géneros menos nobles, y eso, unido a que esta vez le publica Blackie Books —una editorial independiente pero fuera del underground de las anteriores—, ha suscitado un interés al que no está acostumbrada. Y eso que Vozdevieja, el libro que acaba de editar, tampoco tiene a priori hechuras de best-seller: es la historia de Marina, una niña de nueve años que navega por el largo verano sevillano y por sus propias incertidumbres, con una capacidad de expresión y de análisis que ya quisieran algunos adultos. En el colegio la llaman Vozdevieja.
Vozdevieja contiene un humor hermano quizás del de Lindo, y un olor a puchero en la escalera que podría ser de la familia de ese otro costumbrismo carabanchelero. Pero en Vozdevieja hay enfermedad, hay deseo, hay una extrañeza ante el propio cuerpo y una desazón que no resultan nada infantiles. No es este un libro para niños. De nuevo, a priori. Porque, como dice Elisa Victoria, los niños no son como pensamos.
Entrevista a Elisa Victoria por Clara Morales (para InfoLibre)
Pregunta. ¿Cómo encontró la voz de Vozdevieja, cómo dio con esa niña?
Respuesta. Lo que quería reflejar la oscuridad de la infancia, pero de una forma torpona que se correspondiera con esa ingenuidad infantil: no te enteras todavía de lo que pasa, pero sabes que está un poquito negro. Normalmente se hace mucho hincapié en la inocencia, pero no en la gestión de los miedos. Y hay momentos en los que conviven fantasías muy pueriles y dulces con una conciencia de cosas muy macabras, de cosas que ves por la tele, de la guerra, de la enfermedad, de la muerte. Al mismo tiempo, sigues creyendo en los Reyes Magos.
P. El libro conjuga diálogos coloquiales y parlamentos de la narradora, que pese a ser una niña está muy lejos de tener una expresión infantil. ¿Qué conseguía con esta contraposición?
R. Me interesan los diálogos coloquiales; los elevados me resultan inverosímiles. Pero, por otro lado, cuando uno está en un momento de introspección, alcanza otro nivel de vocabulario o de cuestionamiento. Las dos cosas son compatibles, y a mí eso me sigue pasando, que no hablo igual que pienso: conmigo, puedo llegar a un nivel de profundidad y angustia que luego intento no sacar, o no encarta, porque solo puedes sacarlo con alguien con quien tengas intimidad. Incluso con esa intimidad, se suele hablar de una manera más ligera.
P. ¿Por qué nos resistimos a entender que los niños piensan?
R. Y tanto que piensan, tienen una psicología muy compleja. Muchas veces se subestima la capacidad de entendimiento y reflexión de los niños, su dolor o sus angustias existenciales. “Ah, tú estás nuevo, tú no sabes nada de los dolores de la vida”. Pero un niño, incluso si está mimado, si su familia está estable, sufre. La existencia en sí ya es lo bastante traumática como para que cualquiera sufra. Muchas veces los mayores se ríen de esas sensaciones negativas de los niños, como si no tuvieran validez, y me parece muy ofensivo.
P. ¿Hay una barrera entre el mundo infantil y el adulto?
R. A la mayoría de la gente se le olvida un poco cómo es ser niño. Entre el adiestramiento del cole y los problemas que hay que afrontar a medida que te haces mayor, se te olvida cómo pensaban y lo adaptas a lo que te conviene. Con estas tres palabras, me creo que el niño ha entendido una cuestión complejísima que en verdad me da apuro afrontar. Mientras que a algo muy sencillo le das un montón de vueltas o lo envuelves de una fantasía que ellos tampoco se creen. Por eso los niños desprecian tanto a los adultos.
También quería recordar eso: que los niños nos cuestionan y se dan cuenta de que nos traemos un teatrillo barato. Ese teatrillo a veces funciona, y a nosotros nos gusta mucho pensar que les hemos construido un escenario perfecto, pero ellos se dan cuenta del cartón.
P. La literatura tiene una cierta tradición de voces infantiles que son como los adultos perciben a los niños: voces ingenuas, con un lenguaje limitado y unas emociones limitadas… ¿Le resultó difícil encontrar otra manera de hablar desde la infancia?
R. Es verdad que a veces no me gusta cómo se enfoca la psicología infantil en la literatura, pero sí he tenido algunas bases que sí hacían lo que me interesa a mí. Los relatos de John Fante de El vino de la juventud, que son de infancia y adolescencia, que muestran esa complejidad psicológica; en el cómic se trabaja mucho la infancia desde un punto de vista a menudo melancólico, como en Vida de una niña, de Phoebe Gloeckner; Sabina Urraca, en Las niñas prodigio, tiene algunos pasajes que se pueden hermanar con esta forma de contar; o Vida de provincias, de María Yuste… Veo a muchas compañeras actuales que sí lo enfocan de esta forma.
P. Vozdevieja sucede en la periferia: sus experiencias suceden en un barrio periférico, en una ciudad de provincias y también lejos de lo que se suelen considerar temas literarios centrales. ¿Hasta qué punto es buscada esta posición descentrada?
R. Creo que es lo que me sale. Desde pequeña me ha interesado la marginalidad, la forma de contar lo que está fuera del canal oficial de información, porque a ese es muy fácil acceder. Y siempre me ha interesado lo que tuvieran otros que aportar a esa visión periférica. Cuando he encontrado esto en obras de otras personas ha sido muy importante verme reflejada y sentir el consuelo de que alguien cuente las cosas desde un punto de vista con el que te identificas. He seguido la línea natural de ese camino, lo que ocurre es que con Blackie Books la gente tiene más acceso a eso. Y sí, me hace ilusión, porque es una niña rarita que vive en un entorno marginal, muy de descampado. No es tan relevante que sea Sevilla, podría ser Badajoz, podría ser Murcia. Un sitio seco y solitario.
P. Hay escenas en el libro que pueden resultar sorprendentes —como aquella en la que la niña le corta las uñas a la abuela— pero son realmente muy cotidianas. ¿Por qué nos resultan raras, entonces?
R. Ese tipo de costumbrismo más llano, sin lavar, creo que cualquiera lo reconoce, pero no se suele reflejar tanto en ningún género artístico, fuera de las corrientes underground. También hay mucha escatología, que no se trabaja muy a menudo, cuando es una cosa presente en la vida de toda la gente. Igual aquí puede llamar la atención —y me ha llegado gente que me ha dicho que qué apuro—, pero para mí no es nada fuera de lo normal, porque la escatología forma parte de mis conversaciones con mi gente de confianza. Es normal. Me sorprende que sorprenda. A mí me interesa mezclarlo todo, porque todo forma parte de lo mismo, y ninguna parte es más importante que otra: la reflexión existencial está al mismo nivel que el estreñimiento.
P. Los personajes de la madre y la abuela de Vozdevieja tienen mucha fuerza. El personaje de la abuela no se corresponde con la abuela de los cuentos.
R. De ese personaje me interesa que trata a la niña como una igual. Sabiendo cuál es su sitio. Pero entra en muchos temas donde los adultos no suelen querer entrar: hablan de romance, de la vida, de la muerte, y le da una comprensión que no encuentra en nadie más. La niña siente mucha adoración por la madre, pero la abuela es el sustento de su estabilidad. Eso suele pasar: los padres son los encargados de que los niños mantengan el orden y las maneras, y los abuelos ya se han dado cuenta de que eso no es importante. También son más conscientes de que esa relación es limitada, entonces la aprecian mucho.
P. La madre, aquí, está en segundo plano, y parece una mujer muy independiente, algo que rompe con el cliché de la figura de la madre en literatura. ¿Por qué?
R. Quería que fuera un personaje más misterioso, con menos presencia física pero con una gran influencia en la mentalidad de la niña. La libertad a la madre le da mala fama: es aventurera, ha tenido muchos novios, es malhablada… Y la niña, cuando hace falta, la defiende. En el corazón de la niña tiene un peso fundamental para el presente y el futuro. Es muy frecuente en la literatura que la madre esté encasillada en el cuidado y la casa, porque es el papel que se le ha dado en la sociedad, pero quería un personaje con más matices y más oscuridad. Y también las relaciones con una madre pueden ser… muy, muy complicadas. Incluso con ese papel de cuidadora.
P. En el libro no hay una figura paterna clara, aunque hay varias figuras masculinas a lo lejos. ¿Qué aportaba eso a la construcción de la novela?
R. No sé si ha sido súper reflexionado, pero sí quería que la niña anhelara a los hombres de una forma inconsciente. En la literatura es bastante frecuente eso: que las mujeres tengan menos presencia o que tengan solo una presencia familiar, y que haya un gran anhelo de acercarse a las chicas, “cómo son”, “qué atractivas son”, “no las entiendo”, “son un lío”… En esta novela, igual, pero desde el punto de vista del otro sector. Tiene a su madre, tiene a su abuela, tiene a algunos amiguillos, pero no los entiende ni los conoce, y le atraen muchísimo pero también le dan miedo. Yo me he sentido también así, y me sigo sintiendo.
P. Los hombres casi nunca aparecen como algo lejano y misterioso…
R. Porque ellos son los que escriben la literatura, claro. Tampoco ha sido esto una decisión política por mi parte. Si eres una chica y tienes esa sensación, te sale. Es que todo eso nos ha hecho pensar que en las relaciones las chicas tienen cierto poder, por esa cosa misteriosa, pero en realidad por la otra parte hay el mismo misterio.
P. Y luego está la relación de Vozdevieja con los amigos de su edad: ¿realmente son tan salvajes los niños?
R. Sí, sí, son unos salvajes, ahí no hay ley. Y además son conscientes de que no hay ley, de que tienen una libertad extrema en comparación con lo que van a tener en el futuro, y muchos aprovechan esa libertad sabiendo que no les va a pasar nada, o que ponen carita de bueno y se arregla. Los niños en el cole se sienten un poco… “¿por qué estamos aquí?”. Y tienen muchas ganas de romper esas cadenas. Hay muchos ataques de ansiedad, de rabia, de que me quiero ir a mi casa. Yo recuerdo niños a primera hora del lunes vomitando: “¿Por qué me traéis aquí?”. Hay mucha rebeldía. Lo que pasa es que cuando se llega al instituto ya están sumidos en el cumplimiento de esas labores, pero siguen disgustados con el sistema. Es muy raro que los niños estén contentos con el sistema, incluso cuando se les da bien. Porque es que no se entiende. Y llega un momento en que dices: “Me prometen que si sigo esto me va a ir bien en la vida. Bueno, pues vale”. Te sometes a eso por fe, y a veces funciona, pero otras veces no. Y aquí estamos.