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Los Miserables | El triunfo de la gran miseria humana

La BBC se atreve con una de las grandes novelas de la literatura universal, con la que Víctor Hugo vigorizó la historia humana en el registro de unos personajes inolvidables.

Víctor Hugo vuelve a triunfar. La resonancia de su delicada y cruel contemplación de la existencia golpea una vez más a los espectadores. No importa el formato, el escritor francés avasalla y se impregna en la mente a medida que se consolidan allí las expectativas acerca de lo que ocurrirá con los personajes de su pluma. Los miserables, el libro con el que Hugo quiso rastrear los veleidosos motivos del corazón humano en el centro mismo de las revoluciones políticas, respira una nueva atmósfera en la miniserie de seis capítulos que ha sido producida en este 2019 por la BBC (pronto disponible en España en Movistar+).

Con Los miserables ocurre algo particular y semejante a lo que sucede con los grandes libros de la historia del mundo: todos parecemos saber de qué trata. Muchos lo mencionan como su novela favorita. El nivel de conmoción que genera, el llanto y la alegría que se despliegan a lo largo de su lectura; todos los efectos se sienten señalados a lo largo de esas maravillosas páginas. Se atesoran los caracteres y sus frases, se aman y odian los caminos que va tomando la suerte, porque, como obra maestra, lo que ha hecho Víctor Hugo es vigorizar una filosofía de la historia humana en el registro de unos personajes inolvidables.

Es difícil que con el paso de las hojas de la novela el lector no sienta el aguijón que Hugo expone como parte de sus sentencias y provocaciones. El aliento moral de cada una de las escenas que nos describe puede hacer enrojecer a más de un lector juicioso (y también pretencioso), pero es un hecho sólido en la experiencia de la lectura de Los miserables que, aunque sepamos que el alma sea una bella ficción de nuestro cerebro, es en el alma donde se asientan las principales sacudidas de su interpretación. Sería bueno, si no es que ya se ha hecho, que se pusieran los electrodos en la cabeza a los lectores de Víctor Hugo. ¿Qué tipo de electricidad es la que transmite su obra?

La condición misma de estas historias es que deben verse una vez más porque en esa reinvención siempre aparecerá un nuevo espectador/lector

Con su influjo, la novela ha llegado a todo tipo de público trascendiendo los límites que tiene el hecho mismo de estar escrita en una humilde lengua. Es curioso, pero, ante una incesante actividad adaptativa de la historia, parecía que la BBC no tenía realmente necesidad de hacerla una vez más. Desde películas amenas —solamente amenas— hasta musicales y ambiciosas producciones animadas, Los miserables es una historia “ya contada”, un chisme “ya sabido”. La decisión de la BBC no pasó, entonces, por dejarse llevar por una noción general de que el cuento se supiera, sino por la condición misma de que estas historias deben verse una vez más porque en esa reinvención siempre aparecerá un nuevo espectador/lector por primera vez. En esa apuesta, no son los lectores juiciosos los que definen lo que se ha de hacer; es a los no lectores a quienes siempre se dirige la decisión de llevar las mejores páginas a nuevas aventuras interpretativas. Es más, también curiosamente, a los lectores juiciosos suele no gustarles tanto lo que se hace con sus libros favoritos, con todo y que se amplíen los medios de divulgación de lo mejor de la literatura.

Andrew Davies y la búsqueda de un punto de tiro

En esta ocasión, el veterano guionista Andrew Davies ha tomado la historia de Hugo para llevarla a los seis capítulos que la componen. El escritor ha conseguido un trabajo muy bien medido en cada uno de sus pasos poniendo en cada desenlace los puntos suspensivos a los que nos acostumbran las series en sus avances. Davies no es nuevo en estos acercamientos a los clásicos. Middlemarch (1994), Orgullo y prejuicio(1995), Vanity Fair (1998), Sentido y sensibilidad (2008) House of Cards(2013) y Guerra y paz (2016) son títulos que se suman, con muchos más, a la extensa fuerza adaptadora de su mano. Davies se ha afianzado como un verdadero modelo de trabajo al sacar provecho de los clásicos decimonónicos —y de algunos más recientes— y mostrar su influjo y gracia en los personajes que los interpretan.

En el caso de Los miserables, Davies ha puesto en ejecución la desventura de Jean Valjean al mostrarnos la fuerza con la que debe redimirse de sus faltas. El acento sobre el desequilibrio entre el crimen y la condena sigue tal cual y como se presenta en la obra de Víctor Hugo, pero no es allí donde se observa lo mejor, sea del escritor francés o del guionista británico; lo mejor de ambos se contempla en la forma en la que han concebido la redención. La comprensión de Davies de este asunto transversal en la obra de Hugo hace que la miniserie funcione mejor de lo previsto, pues es en la aventura de Valjean, la caída sin paliativos de Thénardier, el ascenso fascinante de Cosette, el misterio en las sombras de Javert y las crudezas de la extraña derrota en Fantine, en donde se hace vida la redención como centro de toda la escritura.

Olivia Colman (premio Oscar por ‘La Favorita’) interpreta a Madame Thenardier en ‘Los Miserables’.

Ya que hoy procede mucho el aprendizaje que se toma de las obras de ficción y de sus inmensos modos de acercamiento a la creación en sí misma, Davies resulta un galante profesor que deja registro de cómo abordar la adaptación literaria y cómo sacar de los libros los valores y las ideas que sus creadores se han planteado. Seguramente, en pocos años aparecerá algo así como la cátedra Andrew Davies. Tomando las obras originales, yendo luego a las adaptaciones, recuperamos también un espacio para comprender la forma en la que las generaciones se conectan una y otra vez con historias que, comúnmente, se tienen por “ya conocidas”.

En la dirección, Tom Shankland también es un acierto. El manejo de una historia que quiere mantenerse en los parámetros de una experiencia literaria no ha sido nunca fácil. En este tipo de situaciones lo mejor ocurre cuando un director sencillamente sabe convocar las fuerzas de su equipo para que pasen finamente inadvertidos. El manejo de la luz y del sonido, las escenas en el marco de la pobreza y el hedor de las calles, los pasos por los campos y pantanos, dan cuenta de esa saludable convicción en la que todo lo difícil se ha hecho simple.

West, Oyelowo, Collins, Colman y el significado de encarnar

Muchos de los que amamos las series como parte de nuestro fervor por las historias, aprendimos a querer a Dominic West en su interpretación de ese detective irreverente, al borde de la ruina, pero muy sagaz, llamado Jimmy McNulty. Es muy difícil ver a West sin recordar a McNulty. Pero ese es un problema de quienes nos conectamos tanto con The Wire, la serie de la que él es uno de los protagonistas, porque en realidad Dominic West ha sabido reconstruirse en otros escenarios y en otros papeles. En Los miserablesaparece ahora como el memorable Jean Valjean. Y de nuevo consigue convencernos de los dolores y las alegrías que el personaje de Hugo debía padecer y vivir.

La interpretación de Olivia Colman nos deja siempre el placer de querer verla más, como si nos satisficiera su siempre amenazante cordialidad

A David Oyelowo, por su parte, lo vimos interpretando al doctor Martin Luther King Junior en la película Selma, de 2014. En este filme, confirmaba un talento actoral que solía aparecer en papeles que no tuvieron mayor trascendencia. En Los miserables, de otro lado, encarna a un furioso Javert obsesionado con la recaptura de Valjean. No es fácil que con esa particularidad el personaje deje de caer en la extravagancia o que tenga un encontronazo directo con lo caricaturesco. Y, a mi juicio, Oyelowo no puede tampoco evitarlo. Sin embargo, la obsesión de Javert queda en el papel de Oyelowo como una condición que lo lleva a la locura y que hace mucho más creíble el desenlace de su personaje. Junto a otro enajenado, como lo es Thénardier, interpretado por un muy bueno Adeel Akhtar, el cuadro de caracteres de Víctor Hugo queda en carne viva.

Y a este Thénardier lo secunda su esposa, una madame a la que poco le falta para convertirse en fiera. La interpretación de Olivia Colman nos deja siempre el placer de querer verla más, como si nos satisficiera su siempre amenazante cordialidad, el mal que se camufla en su miseria y sus penurias. De ella misma parte la desgracia de Fantine, la joven que irremediablemente quiso buscar un mejor futuro para su hija, Cosette, pero que no vio que dejaba en manos del diablo el devenir de la pequeña.

La caracterización de Fantine, la rapada mujer de la literatura moderna, corrió a cargo de una muy interesante Lily Collins (hija en realidad de Phil), a quien ya habíamos visto como Blancanieves en Mirror, Mirror (2012) y en The Last Tycoon (2016). A ella debemos algunos de los instantes más conmovedores de esta adaptación. Su caída, un infernal deterioro que servirá para que Jean Valjean y Cosette se encuentren como un padre y una hija, fruto honroso de las miserias humanas; su caída, reitero, es la lágrima que en tierra hace brotar una bella flor.

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